
La serie Adolescencia, recientemente estrenada en Netflix, ha generado un eco emocional profundo entre muchos padres. A través de sus personajes adolescentes, frágiles y rebeldes, la ficción refleja conflictos reales: gritos, distancias, incomprensiones, decisiones mal tomadas. Y con ello, llega un sentimiento que conozco bien en consulta: la culpa parental.
Como psicólogo especializado en Terapia Breve Estratégica (TBE), recibo frecuentemente madres y padres que llegan con una frase común: "Siento que fallé a mi hijo". Ya sea por una separación mal gestionada, una adolescencia difícil o por no haber estado emocionalmente disponibles, la culpa se instala como una sombra. Y el problema es que culparse no arregla el pasado, pero sí bloquea el presente.
Lo primero: la culpa es natural, pero no útil si se queda estancada. Desde la TBE, no trabajamos para que la persona entienda por qué se siente mal, sino para que logre hacer algo diferente que rompa el patrón del sufrimiento. La culpa crónica funciona como un eco: se repite sin fin y desgasta. Por eso, el primer paso con estos padres no es que se perdonen, sino que identifiquen lo que están haciendo para calmar esa culpa… y que no les está funcionando: intentar sobrecompensar, ser excesivamente permisivos, justificarse constantemente ante sus hijos o, al revés, retirarse emocionalmente por vergüenza. Todas estas son "soluciones intentadas y fallidas" que, paradójicamente, mantienen el problema.
El cambio no está en hablar del pasado, sino en actuar distinto desde ahora, sin buscar culpas ni orígenes. Trabajamos sobre el aquí y ahora. Si el padre siente que no supo escuchar, le enseñamos a preguntar distinto. Si la madre siente que fue muy dura, le mostramos cómo establecer límites con afecto, sin necesidad de ser permisiva. El foco es claro: cambiar la percepción a través de una experiencia correctiva concreta. No basta con decir "te quiero" si no va acompañado de una nueva forma de estar presentes.
Unas tareas para empezar desde hoy mismo
Una estrategia típica que propongo a algunos padres es esta: escoge un momento del día y dedícalo a estar presente con tu hijo sin corregir, sin juzgar, sin dirigir. Solo observa, escucha, comparte. Incluso si hay silencio, quédate ahí. A veces, ese simple gesto interrumpe años de distancia.
Otra herramienta muy usada en consulta es la prescripción del error: si hay algo que el padre siente que hizo mal, en vez de pedir perdón una y otra vez, lo invitamos a escribir una carta breve donde lo exprese una sola vez, de forma honesta, sin dramatismos. Y luego, actuar con coherencia desde ese día.
Los hijos no necesitan padres perfectos, sino presentes
Adolescencia nos recuerda que los hijos también viven su propio caos, y que muchas veces lo que necesitan no es que nos culpemos, sino que asumamos con humildad el lugar que aún podemos ocupar. A veces, un pequeño giro estratégico en la relación abre caminos nuevos. Así que, si te viste reflejado en esa serie, no te castigues. Mejor pregúntate: ¿Qué puedo hacer distinto a partir de hoy?
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