Evasión

Andrés Arconada recomienda 'Misericordia', un incómodo relato sobre el deseo rodeado de misterio

Esta semana le toca el turno a Misericordia, la última película del francés Alain Guiraudie, autor venerado por la crítica desde El desconocido del lago. La cinta viene refrendada por los festivales en los que ha participado, especialmente la Seminci, donde se llevó la Espiga de Oro.

Guiraudie es un director al que le gusta provocar. Suele dar un tinte de humor negro a toda su filmografía y nos convoca a que entendamos y queramos, no sólo las tramas que nos plantea, sino además a sus personajes. Él los entiende y los lleva al límite de una forma que a ojo del espectador parezcan naturales y, lo más importante, creíbles. En Misericordia nos cuenta la historia de un hombre en la treintena que vuelve a su pueblo de origen para asistir al entierro del que fue su jefe y amigo. Desde el principio sospechamos que también pudo ser su amante. Tras el funeral decide quedarse unos días en casa de la viuda con el único propósito de reencontrarse con sus recuerdos y amigos de la infancia. Lo que parece una visita nostálgica se transforma en una experiencia cargada de tensiones y misterios, entre ellos la extraña desaparición de uno de sus habitantes. El espectador sabrá el porqué al tiempo que observará la extraña presencia de un sacerdote con unos deseos reprimidos que dará un giro al protagonista.

Este es el inicio de una narración que sorprende y descoloca mientras Guiraudie sabe conjugar a la perfección el juego y el placer de la historia. A veces el deseo puede aparecer rodeado de cierto misterio y éste se puede convertir en uno de los temas centrales de la película. La culpa, el perdón, la moral que se contrapone a la llamada ley natural son elementos claves para juzgar la cinta sin olvidar el castigo que se da por hecho casi desde el inicio. Como es habitual en su cine, nos propone distintos tipos de lectura. Misericordia puede llegar a ser totalmente improbable, lúdica, inquietante e incluso espeluznante, pero es innegable que en muchos momentos es hipnótica, dejando al espectador suficiente margen para escribir su propia historia.

Un desafío al espectador

La película es mucho más abierta que en otras ocasiones gracias al paisaje y primeros planos de los personajes, necesarios para darnos esa libertad y simplemente imaginar. Algo que nos permite amar u odiar al director, porque nos engaña y confunde. Los horizontes abiertos y el surrealismo de muchas de sus secuencias nos pueden llevar al éxtasis o al desprecio más absoluto como pasa con todo lo que nos incomoda. Y esta puede ser una película incómoda y un tanto revulsiva, ya que continuamente nos está desafiando como espectador y es que no deja de ser como una parábola muy escurridiza que va cambiando continuamente.

Sus personajes son, por llamarlos de alguna manera, especiales y aquí entra de nuevo en juego el sacerdote. Las interpretaciones de todos, incluido el protagonista, siguen la regla de un director al que se le nota que le gusta jugar y lo hace a distintos niveles rompiendo todos los límites, incluido el propio crimen que contemplamos.

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