
El cine mudo alcanzó un admirable nivel de sofisticación con El abanico de Lady Windermere (1925), la magistral adaptación de Ernst Lubitsch de la célebre obra que Oscar Wilde (Lady Windermere's Fan) había estrenado el 20 de febrero de 1892 en Londres, en el Teatro St James. Esta joya del cine cumple un siglo este año y está disponible en Filmin, es un testimonio que avisaba ya del talento inigualable del creador de obras maestras como Ninotchka (1940) o Ser o no ser (1942) para la comedia de enredos, donde la ironía y la elegancia conviven en perfecta armonía con un refinado sentido del drama.
Este Leonardo Da Vinci del cine tenía apenas 32 años cuando dirigió la obra de Wilde y estaba ya instalado en California. Pero en Europa había demostrado su talento con Los ojos de la momia, Carmen (según Merimée), La Princesa de las Ostras, La muñeca, Romeo y Julieta, Las hijas del cervecero, Sumurun (donde actuaba), Ana Bolena, El gato montés o La mujer del faraón. Pero su gran triunfo antes de irse a Hollywood fue su versión de Madame Du Barry, con Pola Negri, una de las grandes divas del cine mudo. La última versión de las muchas llevadas al cine de la historia de esta cortesana francesa y última amante oficial de Luis XV de Francia, es la dirigida y producida por Maïwenn y protagonizada por ella misma y Johnny Depp, y se estrenó hace dos años.

Pero volviendo a la joya de este joven Lubitsch, debemos alabar su habilidad para hacernos olvidar que es cine mudo a pesar de la dificultad de trasladar a la pantalla sin más sonido que el piano un texto cuya esencia reside en los afilados diálogos de Wilde. Lubitsch logra lo impensable: contar la historia a través de miradas, gestos y una puesta en escena tan meticulosa que el espectador nunca echa de menos las palabras. Su famoso toque Lubitsch –esa mezcla sutil de ingenio y emoción contenida– brilla con intensidad en cada escena, demostrando que el director alemán no solo entendía la obra de Wilde, sino que supo hacerla suya con una maestría absoluta. En 1949, Otto Preminger contó con el guionista de Lubitsch Walter Reisch para hacer una versión sonora con Jeanne Crain, Madeleine y el extraordinario George Sanders.

Una adaptación magistral sin depender de las palabras
La historia, fiel a la original, gira en torno a Lady Windermere, una mujer joven y de moral intachable de la alta sociedad victoriana que cree que su esposo la está traicionando con la enigmática Mrs. Erlynne. Lo que Lady Windermere no sabe es que Mrs. Erlynne es en realidad su madre, una mujer con un pasado escandaloso que ha decidido redimirse y proteger a su hija a toda costa. El conflicto se intensifica cuando, en un giro de la trama, Lady Windermere deja olvidado su abanico en la casa de Lord Darlington, lo que pone en riesgo su reputación y su matrimonio.
Lubitsch reinterpreta esta historia con una sofisticación visual impresionante. En lugar de recurrir a intertítulos explicativos, confía en el poder de la imagen para narrar los enredos y malentendidos. La expresividad de los actores, la composición de los planos y el uso de la elipsis refuerzan la comicidad y la tensión del relato. El abanico, que en la obra original es un mero objeto de disputa, se convierte aquí en un símbolo poderoso de deseo, confusión y destino.
May McAvoy encarna a Lady Windermere con la inocencia y la rigidez moral propias del personaje, mientras que Irene Rich deslumbra como Mrs. Erlynne, aportando una mezcla de vulnerabilidad y astucia que la convierte en la verdadera protagonista de la historia. Su interpretación, cargada de matices, logra transmitir la complejidad de una mujer atrapada entre su pasado y el deseo de un futuro mejor.

Ronald Colman hace un delicioso Lord Darlington 22 años antes de ganar el Oscar, en su cuarta nominación, por su papel en Doble Vida, de George Cukor, con Edmond O'Brien y Shelley Winters. Todo el elenco, con gran solvencia, aportan el carisma necesario a los personajes masculinos. Este Lubitsch treintañero dirige a sus actores con la precisión de un relojero, consiguiendo actuaciones contenidas pero profundamente expresivas. Su capacidad para sugerir más de lo que muestra es clave en una historia donde los malentendidos y las apariencias juegan un papel crucial y nos permite comprender lo que este cineasta fue capaz de hacer cuando la tecnología le permitió poner sonido a sus actores y sobre todo contando con guionistas como él mismo junto a Billy Wilder y Charles Brackett (Ninotchka o La octava mujer de Barba Azul) o el propio Oscar Wilde en El Abanico que hoy nos entretiene. Cada gesto y cada mirada en El abanico de Lady Windermere están cargados de significado, demostrando que el cine mudo podía ser tan elocuente como cualquier obra hablada.

Un festín visual de elegancia y refinamiento y casi un documental
Más allá de su impecable dirección de actores, Lubitsch crea una atmósfera de sofisticación que transporta al espectador a la alta sociedad londinense de finales del siglo XIX. Los decorados, el vestuario y la iluminación contribuyen a la sensación de lujo y exclusividad, mientras que la fotografía –cuidada hasta el más mínimo detalle– refuerza la expresividad de cada escena. El ritmo narrativo es otro de los grandes aciertos de la película. Lubitsch evita el melodrama excesivo y mantiene un tono ligero y dinámico, permitiendo que la historia fluya con naturalidad. Su manejo de la ironía es magistral: la película no solo retrata las contradicciones de la aristocracia, sino que también se burla de sus convencionalismos y de su obsesión por la apariencia. Cualquier amante del cine debería ver El abanico de Lady Windermere al menos una vez en la vida. No solo es una de las mejores adaptaciones de Oscar Wilde, sino también una de las obras cumbre del cine mudo. Ernst Lubitsch, con su estilo inimitable, demuestra que el humor, la inteligencia y la emoción pueden convivir en una misma película sin necesidad de palabras. Disponible en Filmin, esta obra maestra es un deleite justo un siglo después de su estreno.