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Crítica de 'Su Majestad' (Amazon Prime Video): una sátira irreverente sobre la monarquía

Borja Cobeaga lo ha vuelto a hacer. Con Su Majestad, la nueva miniserie de siete capítulos de media hora (Amazon Prime Video), el cineasta de Ocho Apellidos Vascos, junto a su habitual colaborador Diego San José, construye una afilada sátira sobre la monarquía contemporánea sin necesidad de mencionar a los Borbones, pero dejando claras sus intenciones junto a un rosario de referencias inequívocas. Protagonizada por una resuelta Anna Castillo y un Ernesto Alterio que construye un sólido tutor de Su Alteza, esta comedia irreverente y sin pretensiones nos plantea un escenario en el que la institución real está al borde del colapso, dando paso a una heredera inesperada que debe tomar el trono en circunstancias desastrosas.

Desde el primer episodio, la serie deja claro que su objetivo no es contar un drama político, sino explotar las absurdas aristas de una monarquía que lucha por justificar su existencia en pleno siglo XXI. Anna Castillo interpreta a Pilar, una princesa de treinta y pocos años que, tras el escándalo de corrupción que obliga a su padre a abdicar por llevárselo crudo, se ve en la tesitura de convertirse en reina de un país decepcionado con la nula ejemplaridad de su Rey. Pilar es una joven que lleva una vida libre de ataduras: fiestas, romances de una noche, alcohol, privilegios, falta de preparación académica, privilegios sin fin, cero conciencia social, consumo de drogas y una actitud desafiante hacia las normas que ahora debe encarnar.

La interpretación de Anna Castillo es uno de los puntos más destacados de la serie. Castillo consigue humanizar a Su Alteza, logra que Pilar sea una joven cercana pero contradictoria: por un lado, incapaz de cumplir con los protocolos y, por otro, consciente de la carga histórica que ha heredado. Ernesto Alterio brilla como el consejero real encargado de moldear a la futura monarca, un papel que recuerda a los clásicos spin doctors de la política, con un toque de chico de familia bien con crianza palaciega, ingredientes de una aristocracia decadente y detalles grotescos y hasta serviles.

El guion de Cobeaga y San José no se anda con rodeos. Su Majestad es una sátira que ridiculiza no solo a la monarquía, sino a todos los poderes que la rodean: iglesia, políticos, jueces complacientes y corrompidos, servicios de inteligencia que funcionan como meros encubridores y una prensa sumisa que alimenta el relato oficial. La serie no solo lanza dardos envenenados al anacronismo de las monarquías, y al oscurantismo que las rodea, sino que también construye un retrato sobre lo absurdo de mantener algo tan irracional como designar un jefe de Estado por ser hijo del anterior jefe de Estado en una sociedad que se supone moderna y basada no ya en principios democráticos sino en la más simple racionalidad.

Uno de los aciertos de la serie es su tono. La comedia es sarcástica, a veces incluso punk, con escenas que rozan lo inverosímil pero que, dan la vuelta como un calcetín a la realidad palaciega y refleja, como los espejos esperpénticos del Callejón del Gato, lo inconcebible que es tener reyes en un estado de Derecho y cómo funciona el aparato que blinda su imagen pública. Dentro del universo narrativo de la serie, las tramas funcionan. Desde una reina que se enfrenta a los medios sin filtros hasta un príncipe extranjero exiliado que busca rehabilitar su imagen tras dejar a su familia en Buckingham y escribir unas memorias polémicas (un guiño nada disimulado a un personaje real), Su Majestad se divierte jugando con las referencias sin necesidad de mencionar explícitamente ningún apellido conocido.

La puesta en escena es sencilla pero efectiva. Estamos a años luz de una superproducción con el nivel de detalle de The Crown, pero tampoco se pretende y la ambientación es muy correcta. La serie apuesta por una estética más cercana a la comedia costumbrista, con escenarios que oscilan entre lo pomposo y lo cutre, reflejando el choque entre la tradición y la decadencia de la institución. De los palacios (como el de La Granja o la Casa de América de Madrid) a un cutre dúplex, amueblado con un estilo más rancio que el salón de los Alcántara (pero con lujos), que es un picadero del Rey vigilado por el CNI. El espectador comprende que estamos ante una hipérbole que sin duda guarda parecidos con un relato que nos suena y que no es tan ficticio.

Su Majestad no es una serie perfecta. En algunos momentos, el humor se siente reiterativo y ciertas situaciones se alargan más de lo necesario y algunos personajes secundarios quedan reducidos a meros arquetipos. Pero hacer sonreír y, al mismo tiempo, invitar a la reflexión sobre la vigencia de la monarquía y de cómo se sostiene gracias a la inercia y a un aparato que reduce en lo posible los escándalos.

Su Majestad se deja ver, dura apenas tres horas y aporta una cierta osadía dentro del panorama televisivo. Borja Cobeaga y Diego San José entregan una sátira más golfa que valiente, entretenida y osada por momentos, que puede tener algo de humor político, pero sin estridencias; y que también provocará más de un debate gracias a un guion con destellos de ingenio. Esta miniserie es una opción para quienes buscan una broma sobre los excesos del poder.

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