Evasión

Por qué no funciona lo último de Bridget Jones: una comedia romántica que no hace reír

Renée Zellweger en 'Bridjet Jones: Loca por él'

Bridget Jones ha vuelto. Pero quizá, y lo digo con un suspiro, no debería haberlo hecho. Esta cuarta entrega (Bridget Jones: Loca por él) retoma la historia de la que alguna vez fue la heroína torpe y encantadora de las comedias románticas de principios de los 2000.

En un contexto en el que las comedias románticas están tratando de reinventarse, Bridget Jones se queda atrás, atrapada en un pasado que ya no le pertenece. Ahora, en su versión madura, viuda y madre de dos hijos, Bridget parece haber perdido algo más que su icónica libreta y los calcetines desparejados: ha perdido su razón de ser como personaje, convirtiéndose en una caricatura de sí misma, atrapada en un guion que, como ella, no sabe hacia dónde va.

La película dirigida por Sharon Maguire intenta encontrar su lugar en un mundo que ya no tiene paciencia para los viejos clichés románticos sin algo más que decir. Pero Bridget no tiene mucho que ofrecer. Su vida amorosa, aún un pilar central de la trama, está dividida entre dos hombres: un joven veinteañero cuya musculatura es proporcional a su falta de profundidad y un profesor más cercano a su edad que, aunque bien interpretado por Chiwetel Ejiofor, parece estar ahí solo para cumplir con el casillero de la diversidad. Sin embargo, ninguno de ellos tiene el peso o la química que alguna vez aportaron los personajes de Hugh Grant o Colin Firth.

Lo primero que choca al espectador es la incapacidad de Bridget para evolucionar. Han pasado veinticuatro años desde que la conocimos, y aunque ha envejecido, parece haberlo hecho sin crecer. Su torpeza y su inseguridad, que en el pasado podían resultar entrañables, ahora se sienten como un recurso agotado, casi incómodo. Bridget sigue cometiendo los mismos errores, haciendo las mismas caras exageradas y enfrentándose a los mismos dilemas, como si el tiempo no hubiera pasado por ella, aunque sí lo haya hecho por nosotros.

Renée Zellweger, quien alguna vez logró dotar a Bridget de una simpatía que desbordaba la pantalla, aquí se encuentra atrapada en una actuación excesiva. Es su Bridget quien parece estar interpretando a Bridget: frunce el ceño como si estuviera en una clase de yoga facial, se tambalea con una torpeza que resulta forzada y sus diálogos con los personajes fallecidos —en especial con Mark Darcy, interpretado en flashbacks por un Colin Firth prácticamente incorpóreo— rozan el terreno de lo patético.

Lo que en la primera película era un relato fresco sobre una mujer enfrentándose a la presión social de ser perfecta, ahora se convierte en una representación superficial y anacrónica de la maternidad, el duelo y la vida amorosa en la madurez. Bridget sigue queriendo comerse el mundo, pero el mundo, al parecer, ya no está dispuesto a servirle el plato.

Bridget Jones: Loca por él se promociona como una comedia romántica, pero lo cierto es que no logra hacer reír ni conmover. La trama se mueve a trompicones, cargada de situaciones absurdas que parecen diseñadas para provocar risa fácil, pero que terminan resultando incómodas. ¿Una escena en la que el perrito de Bridget cae a la piscina en pleno evento social? En otro tiempo, quizá habría sido divertida. Aquí, solo provoca vergüenza ajena.

Además, la falta de un conflicto real entre los dos intereses románticos de Bridget elimina cualquier tensión que pudiera mantener al espectador enganchado. La película no explora ni desarrolla las relaciones de manera significativa. Uno de los pretendientes simplemente desaparece a mitad de la película, mientras el otro se queda más porque le viene mejor al guion que por auténtica química con la protagonista.

Los intentos de incorporar elementos más serios, como el duelo o la maternidad, tampoco funcionan. Estos temas, que podrían haber aportado profundidad al personaje y al relato, son tratados de manera superficial, casi anecdótica. Bridget se enfrenta a los desafíos de ser madre y volver al mundo laboral con una facilidad tan poco realista que hace que sea imposible empatizar con ella.

Bridget Jones ya no tiene lugar en el panorama cultural actual. Cuando apareció por primera vez en 2001, Bridget era una representación imperfecta y humana de lo que significaba ser mujer en una sociedad obsesionada con la perfección. Pero en 2025, esa imperfección ya no es subversiva ni entrañable: es simplemente cansina, anacrónica. El feminismo, que alguna vez Bridget parecía acariciar tímidamente al reivindicar su derecho a equivocarse, aquí es inexistente. La película no ofrece ninguna reflexión sobre los desafíos reales a los que se enfrenta una mujer en su situación. En cambio, se limita a replicar los mismos patrones de siempre: ¿Bridget está incompleta sin un hombre a su lado, y su felicidad depende de que encuentre el amor?

La inclusión de un personaje negro como interés amoroso de Bridget parece más una obligación que una decisión consciente. El profesor interpretado por Ejiofor es encantador y tiene potencial, pero la película no sabe qué hacer con él. Su relación con Bridget carece de desarrollo, y su presencia parece más un gesto vacío hacia la diversidad que una parte integral de la historia.

La Bridget Jones de hoy no logra justificar su existencia. Se siente como un intento desesperado de capitalizar la nostalgia de una saga que, para bien o para mal, ya había llegado a su conclusión natural. Es un poco triste ver a Bridget, un personaje que alguna vez fue icónico, reducido a una caricatura de sí misma. La película no solo no le hace justicia, sino que pone en evidencia lo mucho que ha cambiado el mundo desde que Bridget hizo su primera aparición.

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