Evasión

'La Caníbal', un restaurante con más fama que calidad: una experiencia decepcionante

Existe un lugar que posiblemente guste a muchos clientes pero que a mí me parece lo bastante deficiente como para avisar a los lectores. Se llama La Caníbal y está en el número 28 de la calle Argumosa, en Madrid, en un lugar privilegiado, a pocos metros del Reina Sofía, casi en Ronda de Atocha.

Reservé mesa para seis con mucho tiempo y la web me dio dos opciones: a las 13.30 o a las 15.30. Ninguna era mi hora ideal pero escogí la primera. Este domingo 9 era el día. Un follón familiar, un atasco inoportuno, y un retraso en el parking (a pocos metros), nos retrasaron 15 minutos. Al entrar en el local, a las 13.51, ya había recibido este Mail:

"Hemos detectado que no has acudido a tu reserva. Lamentamos que no hayas podido venir, y te invitamos a que lo hagas en otra ocasión. Sentimos comunicarte que, debido a nuestra Política de cancelación, debemos aplicar el cargo a tu tarjeta, por un valor de 15€ por persona. El importe total de la cancelación por incumplimiento de política es de 90 euros".

Aun así, nada más entrar y dar el nombre, el señor que nos atendió explicó amablemente que nos admitían "a pesar del retraso" y nos condujo a la mesa pero insistió en que debíamos dejarla a las 15.30 porque había un segundo turno.

Teníamos hora y media larga para comer. Pero, ¡oh, paradoja! Una vez sentados, la prisa se desinfló: nadie nos ofreció siquiera una bebida hasta que llevábamos un buen rato levantando manos y tratando de llamar la atención de una camarera que pasaba cerca sin mirar. Por fin, sobre las 14.20, una camarera volvió a decirnos (lo primero que hizo y dijo) que deberíamos abandonar la mesa a las 15.30. Una vez advertidos (de nuevo) pudimos pedir unas copas de vino, una cerveza, una cocacola zero y unas aguas minerales. Se lo tomaron con calma. Primero llegaron el agua y los vinos: un delicioso chardonnay a 12 euros la copa (11.90), más breve que generosa y a temperatura discutible. Cayeron 5 copas y al final eso (solo el vino) nos costó 60 euros. Nadie nos sugirió pedir una botella.

La carta de cervezas artesanales es amplia y hay opiniones. La nuestra me dicen que "rica", fue una pinta de San Blas (lager) a 5.20 euros. Buena opción. Pedimos después de levantar la mano y no fueron rápidos.

Las buenas noticias son las ostras francesas (correctas, sin alharacas), a 4.50; las croquetas (caralladas), bastante ricas, a 11.50 la ración de no recuerdo cuántas (tal vez seis?), y los postres: riquísima tarta cremosa de queso y un helado de oreo delicioso.

Los calçots mejor no pedirlos: la salsa, al límite de lo aceptable y el género por debajo: se quedaron allí algunos. Los torreznos se dejaron comer sin problema. Un escalope de ternera con patatas (para un niño), correcto sin floritura alguna. Pero lo peor fueron los principales: merluza y costillas. Nos lo dejamos casi todo. Estuvimos reclamando la cuenta desde las 15.25. Pero no nos hacían caso. Había muchas mesas libres. La nota, de 275 euros, un poco excesiva, incluyendo 7,50 euros de un pan gallego que nunca vimos. No volveré ni lo recomendaré.

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