
En la colonia del Pico del Pañuelo hay un animal que olisquea los pies de sus vecinas, pero no los de sus niños, esos que no saben caminar del todo. Ahí, entre los estrechos huecos que separan las casas amarillas, una perra mea sobre el dibujo de un charco que cubre otro charco, y sobre él escribe un secreto. Quizás cuenta que su pelaje se eriza con la llegada del celo, una cascada de deseo que a veces le gustaría reservar en un botecito para regalárselo a una mujer, a modo de contrahechizo, para juntas ser salvajes, cada vez más. Para desdomesticarla.
Ha pasado menos de un año desde su lanzamiento y El celo (Alfaguara) ya va por la quinta edición. En sus páginas, Sabina Urraca presenta a una Humana que no es ella y a una Perra que no es Murcia, la suya. Y también a otras mujeres, algunas de ellas maldecidas por un dolor que se agarra a su piel como una garrapata vampira. Es una historia animal, imponente, que no alecciona ni adiestra. Eso, al fin y al cabo, iría en contra de su naturaleza. Hablamos con la escritora sobre la creación y publicación de este libro, sus efectos, la presencia de la ficción en la vida —más allá del formato— y el camino hacia una escritura más inocente, ligera, despojada de capas. Algo de esto traerá, por cierto, su próximo libro, Escribir antes (Comisura).
De todas las sensaciones que El celo ha generado entre los lectores, ¿cuál es la que más se repite?
Me gusta cuando los lectores me dicen que el libro les ha incomodado. Que en los primeros capítulos no entendían nada. A una maldición como la de la Humana, la protagonista de El celo, se entra así, sin entender lo que te está sucediendo hasta que estás en el corazón del mal y te han robado todo lo importante. También me gusta cuando alguien me dice que de pronto, inesperadamente, se ha reído leyéndolo. El humor es fundamental en la vida y la escritura. Pero mi reseña favorita es la de una lectora que dijo: "Lo más parecido a tener un perro que he vivido nunca".
El celo es fruto de una acumulación de textos (cientos de páginas de Word) que tuviste que organizar y encajar en la historia. En alguna ocasión has comentado que siempre necesitas "contarlo todo". ¿Cuál es tu relación con la renuncia en el proceso de escritura?
Me atrevo a decir que casi cualquier libro que haya tardado años en formarse es una acumulación de notas e ideas nacidas, apuntadas, repasadas una y otra vez desde la obsesión. Tengo un problema con la renuncia en la escritura porque tengo un síndrome de Diógenes: vivo apuntando cada idea absurda que se me ocurre, cada escena que me llama la atención por la calle, cada frase o gesto que dice una amiga, cada recuerdo nimio que alguien me cuenta y que me llama la atención por algo. Diría que esta acumulación es la parte de la escritura que más disfruto. Cuando tengo que destilar todo este material y tomar sólo una parte, siento una pataleta interna. Yo mostraría mi basurero así, tal cual está. Pero sé perfectamente que así mi acumulación no luciría nada. Además, la vida y los múltiples proyectos en curso hacen que tenga que obligarme a ser práctica. El proceso de escoger, limpiar, limar, unificar, me cuesta y me duele, pero es necesario. Quiero pensar que cada vez iré haciéndolo un poco mejor.
Da la sensación de que la novela te dejó satisfecha, aunque exhausta. El celo me recuerda a La última frase, de Camila Cañeque, por su sed de acumulación y perfeccionismo. Esta autora decía que el texto, más que escribirse, "se compone, se articula, se ajusta". ¿Cuándo sabes que una historia ha encontrado su forma?
Muy pocas veces siento que la historia ha encontrado su forma. Si me dieran cualquiera de mis libros publicados y una residencia de dos meses para reeditarlos, los reduciría a la mitad. Mi límite siempre es el deadline, algo externo que me requiere el libro terminado. Si no fuera así, aún estaría escribiendo mi primer libro, añadiendo, quitando. Poco a poco quiero ir aprendiendo a ser más despreocupada, menos quisquillosa con los textos. Ojalá tuviese la capacidad de síntesis que tenía Camila Cañeque. Qué genia.
Has empezado el año con un propósito: escribir "más suave", "pensar mejor las cosas, decir menos pero más a gusto". Para llegar a este plano, ¿de qué es necesario desprenderse?
Esa frase no la he escrito nunca tal y como la transcribes. Dije "ir más suave". No me refería a la escritura, o no solamente, sino a la vida. En ese sentido, me gustaría intentar desprenderme de pretender contentar a todo el mundo, deshacerme del miedo a quedar mal. Complacer y decir que sí a todas las propuestas y requerimientos, responder a todo el mundo que me escribe, me ha llevado al descalabro muchas veces en este último año. No creo que la felicidad se encuentre en la euforia perpetua y el tener mil proyectos en curso. El éxito, creo, es la tranquilidad. A eso aspiro.
En dos ocasiones leemos esta cita de Henry Michaux: "¿Qué necesidad hay de diablo cuando basta con la persona?". En el libro no hay ni buenos ni malos absolutos. Por ejemplo, un maltratador puede enamorarte haciéndote reír y una víctima de violencia de género puede ser injusta con otras mujeres. ¿Qué respuestas ha generado esto?
Lo que más me interesa del mundo es la complejidad de las personas, esas corrientes subterráneas que todos tenemos y que a veces nos llevan a hacer exactamente lo contrario de lo que queremos. Me interesa observar los miedos irracionales, la manipulación, los abusos de poder. Aquello que más me espanta es en lo que más me interesa hurgar desde la escritura.
Con respecto a la complejidad de los personajes, pensé que me encontraría con más detractores, pero no ha sido así. Mi angelito bueno me susurra en la oreja derecha que eso es porque la gente ya va aceptando que los personajes de ficción son complejos, igual que las personas, y esto significa que no hay personajes netamente malos o buenos. Mi demonio malo me susurra en la oreja izquierda que en realidad mucha gente no lee lo que está escrito en los libros, sino lo que ellos quieren leer en esos libros. Me llegan comentarios de gente que me dejan estupefacta: me hablan de que en el grupo de mujeres de terapia todas se ayudan, que es un libro sobre la sororidad. Hay una tendencia a tomar un texto que se lee y dulcificarlo en la cabeza, pasarle un filtro propio para imaginarse que ese texto dice lo que tú quieres que diga: que el mundo es un lugar dulce. Eso, lamentablemente, no es así.

Como escritora y usuaria de Instagram, donde también escribes ficciones, ¿es frecuente que se asocien tus historias directamente con tu vida e ideología? ¿Cómo lidias con esta tendencia?
No creo en la división de formatos, así que en mi Instagram y en mis diarios también hay ficción. No tengo un especial interés en la plasmación de la realidad. En la escritura es en el único terreno en el que puedo hacer lo que me dé la gana, retorcer una anécdota para convertirla en otra cosa, construir un personaje puramente ficticio y poner en su boca las frases de una señora que vi por la calle. Y así hasta el infinito. Cualquier pieza encontrada o imaginada puede ser usada libremente en función del relato. Me desespera cuando alguien me requiere que delimite terrenos, que establezca una marca entre la realidad y la ficción. En la vida, estupendo. Pero en la literatura, ¿por qué? ¿Para qué? No consigo comprenderlo.
La novela empieza con el celo de la Perra. Después vemos menstruaciones, un parto, escatología y traumas que asoman en forma de somatizaciones. Se percibe en ti una especie de fascinación hacia el cuerpo humano y sus procesos.
La animalidad del cuerpo, y todos estos procesos, que incluyen la escatología, están presentes en todo lo que escribo porque lo están en la vida. Para mí el cuerpo sigue siendo una sorpresa absoluta, me produce una extrañeza y una curiosidad perpetuas. Me interesan los procesos fisiológicos naturales, pero también la enfermedad, los procesos autoinmunes, las somatizaciones. Me parecen temas profundamente literarios. Pero en ningún momento me planteo: "Voy a escribir cosas escatológicas". Simplemente, la obsesión está ahí y brota sin que me dé cuenta. El cuerpo y la vida son la misma cosa. Si escribo sobre la vida, cómo no iba a escribir sobre el cuerpo. En una novela de Sigrid Nunez, la protagonista cuenta que una alumna suya tiene un hijo pequeño, y que cuando le lee cuentos, el niño no deja de preguntar, con respecto a los personajes de los cuentos: "Pero mami, ¿cuándo van al baño?". Me hace mucha gracia, pero es verdad: ¿Cuándo van al baño los grandes personajes de la literatura? ¿Cómo nacieron, cómo parieron, cómo y de qué enfermaron? Me gusta abrir esa elipsis en la que se esconde la escatología y usarla, con toda la fuerza literaria que creo que posee.
En el libro, la Abuela relata a su nieta historias de trasfondo macabro. ¿Qué te interesa del efecto que tienen en nosotros los cuentos que nos llegan? ¿Esconde su magia algo de peligrosidad?
La Abuela cuenta lo que le contaron, mezcla vida y magia, realidad, descalabro y risa. Inventar y escribir el cuento en verso del castillo, al inicio del libro, fue de las cosas que más disfruté durante la escritura de la novela. Adoro los cuentos macabros. No creo en una literatura oral dulce y despojada de oscuridad y fantasía. Me enferman los libros educativos disfrazados de libros divertidos que veo en muchas secciones de literatura infantil. Escuchar y leer historias que me aterrorizaban o inquietaban, pero que también provocaban risa, sin intentar calzarme una moraleja o una enseñanza para la vida, me formó la cabeza, me hizo querer contar también yo historias oscuras que aterrorizaban, inquietaban y, a veces, daban risa.
Además de escritora, eres editora. Leí que te sentías más cómoda en esta última faceta.
No es que me sienta más cómoda, editar un texto de otra persona, acompañar en el proceso de creación de un libro, no es sencillo, pero desde luego me resulta mucho más fácil opinar y proponer cambios o giros en un texto que no parte de mí. Hay un apego fuerte, pero no cuesta tanto ver el texto de forma objetiva, un poco alejada, y detectar sus puntos fuertes, lo que podría eliminarse. Me cuesta mucho más ver con nitidez mis propios textos.

¿Es posible compatibilizar ambas facetas sin que una influya en la otra?
Lo deseable es que ambas facetas influyan la una en la otra. He aprendido muchísimo editando a otras autoras, y creo que ese aprendizaje se refleja en mi escritura, y viceversa: un editor siempre es escritor, igual que un traductor, aunque no publique sus propios libros.
Con la llegada de Gabriela Wiener a Yegua de Troya (antes, Caballo de Troya) como editora invitada, cierras una etapa al mando de esta colección. ¿Qué comparten todos los autores con los que has trabajado?
Celebro esta nueva etapa, me hace muy feliz la nueva apuesta de Gabriela. Con respecto a mis autoras, supongo que lo único que tienen en común es que han señalado un margen, un resquicio por el que entraba una luz que me interesaba. Y entré. Pero englobarlas a todas bajo un mismo concepto sería absurdo. Esas son cosas que se hacen con espíritu marketiniano, pero, en el caso de la literatura, las etiquetas acortan la mirada, son absurdas. Cada escritora es un universo entero.
¿Cómo se presenta este año para ti en el ámbito de la edición?
Estoy terminando de editar un libro de Laura C. Vela (editora de Comisura, fotógrafa, un ser lleno de talento que, a pesar de haber trabajado juntas en unas cuantas cosas, aún me resulta un misterio) que saldrá publicado en Niños Gratis, editorial que adoro. Y más adelante, a lo largo de este año, también editaré un libro de Lucía Marín para Editorial Dieciséis. Aparte, estoy participando en la construcción de otros libros maravillosos que aún están a medio hacer. No quiero montar mi propia editorial porque me parece que ya hay muchas, y no se me ocurre qué podría aportar yo. Además, soy muy mala con los números, no soy una persona nada práctica. Pero seguiré editando puntualmente cosas muy concretas que me interesen mucho en editoriales pequeñas.
Preparas un nuevo libro, Escribir antes, con ediciones Comisura. ¿Qué nos puedes decir de él?
Escribir antes (que también saldrá en Argentina, en la editorial Bosque Energético, con el título Diario de novela) es una especie de diario de escritura. En él se narran los quebraderos de la escritura en residencias, en parques de Madrid, durante el paseo matutino de la perra. Se van engarzando entradas de diario, reflexiones sobre la escritura, escenas y conversaciones de la calle e ideas para novelas y cuentos que nunca se llevarán a cabo, pero que hay que expulsar antes de que contaminen o alejen del proyecto primordial. El libro se va construyendo alrededor de un anhelo que se repite a lo largo del libro: escribir antes, escribir con la inocencia y la falta de sabiduría de hace años, cuando escribir era nada más que un juego en el que no había que demostrar nada.
¿Una recomendación literaria para quienes se han dejado asalvajar por El celo?
Leo muchas cosas al mismo tiempo, de forma muy desordenada. Estoy leyendo (NO) ME ACUERDO y Autobiografía con objetos, ambos de Fernanda García Lao. Cuánta complejidad, qué buen juego en esa aparente sencillez. Prescindir de casi todo para contar tanto, eso sí que es auténtico salvajismo. También me está gustando mucho el libro que empecé anoche, El pañuelo de la hija de Pipino, de Rosmarie Waldrop. Y hace unos días terminé Café Romántica, el último tebeo de Simon Hanselmann que ha sacado Fulgencio Pimentel. Como siempre, no apto para almas correctas y escrupulosas. De los libros de Hanselmann, es el que más he disfrutado.
Sabina Urraca
Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) es escritora y editora. Nació en el País Vasco, creció en Tenerife y desde hace 20 años vive en Madrid. Tiene tres libros: Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017), Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de trapo, 2021), y El celo (Alfaguara, 2024). Es editora de Panza de burro, de Andrea Abreu (Barrett, 2020). Imparte talleres de escritura en la Escuela de Escritura Fuentetaja y distintas instituciones culturales. En 2021 fue seleccionada por 10 de 30, iniciativa que internacionaliza la obra de escritores españoles de menos de 40 años. En 2020 recibió la beca del taller de escritura de la Universidad de Iowa. Entre 2023 y 2024 fue la editora invitada de Caballo de Troya. Ha colaborado y colabora en diversos medios españoles, como El País o Zenda.