
Ha llegado al Teatro Real de Madrid 'Eugenio Oneguin' de Chaicovski, dirigida por el alemán Christof Loy. Esta producción refleja una desconexión entre las interpretaciones modernas de ciertos directores de escena y las expectativas de un público que sigue demandando fidelidad al espíritu de las obras. Esta versión, compartida con el Liceo de Barcelona, generó protestas en la sala por parte de espectadores insatisfechos con las decisiones del director.
Durante el primer acto, un sonoro abucheo interrumpió la función, creando una atmósfera tensa que persistió hasta el final. En el segundo acto, las protestas aumentaron en una escena clave, lo que evidenció el descontento hacia las interpretaciones escénicas de Loy, conocido por su estilo minimalista y repetitivo. Aunque la función terminó entre aplausos y abucheos divididos, parece que el público está perdiendo la paciencia con ciertos enfoques artísticos.
En esta producción, Loy recurre a su habitual estética fría, con escenarios desnudos, movimientos coreográficos que sugieren una carga sexual injustificada y decisiones narrativas que pueden contradecir el espíritu de la obra. La resurrección del personaje de Lensky tras su muerte en un duelo, presentado como un accidente, distorsiona el dramatismo original de Chaicovski y Pushkin. Estas interpretaciones parecen más ligadas a la visión personal del director que a la obra original.
En cuanto al elenco, aunque destaca en el aspecto actoral, vocalmente deja mucho que desear. El barítono Iuri Samoilov, en el papel de Oneguin, carece de la profundidad necesaria para el personaje, mientras que la soprano Kristina Mkhitaryan, como Tatiana, muestra limitaciones técnicas. La dirección musical de Gustavo Gimeno, al frente de la Sinfónica de Madrid, tampoco eleva la representación: tiempos dilatados y una falta de intensidad que contribuyó a una lectura plana y deslucida.

Entre las interpretaciones más destacadas están la mezzo Victoria Karkacheva como Olga, con una presencia escénica notable, y la veterana Elena Zilio, que da empaque al papel de Filipievna. El bajo Maxim Kuzmin-Karavaev, como Gremin, no transmite la dignidad que exige su personaje. El coro, aunque afectado por las limitaciones escénicas, cumple.
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