
Sorprendente y valiente exposición en el Museo del Prado, patrocinada por la Fundación AXA, gracias a que su director Miguel Falomir decidió potenciar la colección de esculturas -cinco adquisiciones recientes se exponen por primera vez- y al profundo conocimiento de la materia y experiencia de 30 años en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid del comisario de la muestra, Manuel Arias Martínez.
La muestra Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro (hasta el 2 de marzo) reúne cerca de un centenar de esculturas acompañadas de pinturas y grabados que reflejan la complementariedad de las diversas disciplinas. La mayor parte de la escultura policromada que se produjo en España y en Hispanoamérica entre los siglos XVI y XVIII estaba destinada a todo tipo de iglesias distribuidas por la geografía española.
Debemos a Alonso Berruguete, cuya obra el Buen ladrón, Dimas figura en la muestra, que este arte adquiriera semejante importancia en España. Berruguete se instaló en Valladolid en 1526 a su regreso de Italia, de donde importó los conceptos del renacimiento cultural. Allí ejerció su influjo sobre la escultura religiosa local que llega a su apogeo cien años después, en pleno Siglo de Oro, con Gregorio Fernández, cuyo Cristo Yacente, que se expone en esta muestra, es una obra maestra del hiperrealismo. Usa vidrios para las cuencas de los ojos y lágrimas, marfil para los dientes y corcho teñido de sangre ,lo que produce una profunda impresión, especialmente entre los visitantes extranjeros .
Su principal función era la defensa del catolicismo en la época de la contrarreforma por lo que solo se encuentra en Italia, España e Hispanoamérica. La sección Escultura para la Persuasión destaca ese aspecto divulgador de la fe. Frente al intimismo de los reformistas, las órdenes religiosas de la época explotaron la exuberancia expresiva de unas esculturas que eran usadas para conseguir emocionar a los creyentes sacándolas de las iglesias y paseándolas por las calles en los pasos de la Semana Santa. Un paso de Gregorio Fernández y su taller realizado entre 1612 y 1616, Sed Tengo, que figura en la exposición, en la sección titulada Escultura, Teatro y Procesión, es una verdadera representación teatral.
La exposición comienza explicando la relación entre la escultura y el color, puesto que, durante siglos se ignoró que la escultura grecolatina estaba coloreada a pesar de la evidencia en los restos arqueológicos. También en la escultura medieval la nobleza del material como el mármol o el bronce primó sobre el color arrinconado a la escultura policromada en madera. Algunas de las piezas exhibidas en estas primeras salas son de una enorme belleza y van acompañadas de interesantes pinturas alegóricas.
La muestra también aborda la colaboración entre escultores y pintores en la creación. El color no era un simple añadido sino una parte integral de la escultura que contribuía a su expresividad y realismo siguiendo la tradición clásica.
Solo unos pocos artistas de la escultora policromada han conseguido posicionarse en la primera fila del arte: los mencionados Berruguete y Fernández, Martínez Montañés, Juan de Juni, Alonso Cano y pocos más, aunque algunos de ellos deben su renombre a que también eran pintores. Su gran problema es la ignorancia de este estilo en los grandes países en los que la religión dominante ha sido el protestantismo
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