Evasión

Wicked: el musical que desafía la gravedad del género

En un mundo donde el término "musical" parece conjurar más reticencias que entusiasmo, Wicked se alza, desafiante, como una obra sin disfraces ni complejos. En tiempos de híbridos cinematográficos que huyen de la etiqueta, esta adaptación dirigida por Jon M. Chu no pide disculpas ni pretende disimular su esencia: una oda al canto y al baile que no solo abraza sus raíces, sino que las exalta con una ambición desbordante. Y lo hace sobre los pilares de una historia que, aunque lleva más de dos décadas conquistando Broadway, nunca deja de parecer nueva.

Chu, maestro del espectáculo estilizado (Crazy Rich Asians, En un barrio de Nueva York), despliega aquí todo su virtuosismo técnico y narrativo. Basada en la novela de Gregory Maguire y el mítico musical de Stephen Schwartz y Winnie Holzman, Wicked explora los orígenes de Elphaba Thropp, la futura Malvada Bruja del Oeste. Pero lo hace desde una óptica de humanidad deslumbrante, invitándonos a mirar detrás del mito y encontrar en él las sombras de nuestros propios prejuicios.

Un hechizo forjado en la química y el talento

Gran parte de la magia reside en la relación entre sus dos protagonistas. Cynthia Erivo, con su piel verde que parece emanar tanto fortaleza como fragilidad, construye una Elphaba arrebatadoramente humana: una heroína torpe y altiva, cuyas ansias de justicia son tan profundas como su necesidad de pertenecer. A su lado, Ariana Grande transforma a Glinda, la Bruja Buena del Sur, en un torbellino de brillo y superficialidad encantadora. Grande es un prodigio de comicidad y voz cristalina, encarnando a la perfección esa ambivalencia entre lo adorable y lo exasperante que hace a Glinda tan irresistible.

Su amistad, tejida entre rivalidades iniciales y descubrimientos compartidos, es el corazón palpitante del filme. La escena en la que interpretan juntas Defying Gravity, una oda al empoderamiento y la liberación, quedará grabada en el imaginario colectivo como uno de los momentos más electrizantes del cine reciente. Y cuando Grande canta Popular, transformando a su Elphaba en una obra maestra de las apariencias, la sala entera se convierte en un teatro lleno de carcajadas y ovaciones.

Un Oz reinventado, pero reconocible

Elphaba y Glinda se conocen en Shiz, una academia de hechicería que combina lo idílico y lo excéntrico, con ecos de Hogwarts pero bañada en una luz más amable y soñadora. En este Oz reimaginado, Jon M. Chu introduce un diseño de producción que roza lo barroco: cada rincón está saturado de detalles que no solo construyen un mundo visualmente deslumbrante, sino que también lo dotan de una personalidad única. Los paisajes brillan con el color de los sueños; los interiores, con el pulso de los recuerdos.

Y sin embargo, bajo esta capa de fantasía reluciente, late un subtexto político ineludible. Elphaba, marcada desde su nacimiento por su piel verde, sufre desde niña el rechazo y el bullying, no solo en las aulas sino incluso en su propio hogar. Su historia de empoderamiento, que comienza como una lucha por ser aceptada, se transforma en un combate mayor contra las injusticias sistemáticas que oprimen a los animales de Oz, seres dotados de razón y palabra, ahora condenados al silencio. Las metáforas son inevitables y poderosas: un canto contra la deshumanización que trasciende el género y el tiempo.

Un elenco inclusivo y una narrativa sin fronteras

En manos menos hábiles, la diversidad del reparto podría haber parecido un gesto forzado. Pero Chu maneja esta riqueza étnica y sexual con la misma gracia con la que orquesta las coreografías: como una celebración de la pluralidad. Michelle Yeoh, como la ambigua Madame Morrible, aporta una presencia magnética y amenazante; Jeff Goldblum, en el papel del Mago de Oz, personifica con maestría al manipulador carismático, encantador y falso. Jonathan Bailey, por su parte, hace de Fiyero un príncipe pícaro y sensible, ampliando los matices de un personaje que, en otras manos, podría haber resultado unidimensional.

La estética inclusiva, más que un añadido, es parte del ADN de la película. Wicked se presenta como una utopía visual que rompe esquemas sin alardes ni estridencias, al estilo de Bridgerton. Aquí, la diversidad no es solo una elección política, sino un reflejo natural de la riqueza del mundo que se narra.

Un clímax que promete más

Esta primera entrega —la segunda llegará en 2025— deja al público con una sensación de dulce insatisfacción, como si el hechizo estuviera a medio conjurar. Pero eso no es un defecto, sino un triunfo. Wicked consigue que su historia de transformación, de caída y ascenso, sea a la vez cerrada y abierta, un círculo incompleto que, sin embargo, resuena como una nota perfecta.

En un año cinematográfico marcado por épicas históricas como Gladiator II, Wicked se enfrenta a sus rivales con la audacia de quien sabe que el espectáculo, cuando está bien hecho, siempre encuentra su lugar. Con su mezcla de emotividad sincera, espectáculo visual y actuaciones memorables, esta película no solo encantará a los fans del género, sino que conquistará a quienes se atrevan a superar sus prejuicios. Porque, como canta Elphaba, algunas personas nacen para volar, y Wicked lo hace sin miedo a caer.

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