
El regreso de Carmela, la mitad de Las Grecas, no es sólo un acto de nostalgia porque cuando la superviviente del dúo entone de nuevo Te estoy amando locamente, no sólo escucharemos su voz, sino también el eco de Tina, que vivió y murió como un relámpago. Las Grecas son inmortales porque su historia fue la de un país que aprendía a respirar libertad, la de dos hermanas que rompieron las cadenas del conformismo y la de una música capaz de encender las almas medio siglo después.

Este domingo Las Grecas resucitan. Pero nunca han muerto, a pesar de que Tina falleció en 1995, con solo 37 años. Nunca logró recuperarse tra su caída a los infiernos y vivió terribles momentos, como su ingreso en la prisión de mujeres de Yeserías o su internamiento en centros psiquiátricos. Pero fue una artista integral, irrepetible. Pionera. Moderna. Como su hermana. El legado de Las Grecas inspira cinco décadas después a generaciones de artistas: desde las Azúcar Moreno hasta Rosalía, que versionó Te estoy amando locamente en Coachella 2019, y rindió homenaje a su estilo en su canción LLYLM. En un homenaje para la historia, este 17 de noviembre, Carmela Muñoz recuerda su hermana Tina. Volverá a subirse a un escenario: en el Centro Cultural Pilar Miró de Vallecas, en el marco de la quinta edición de la Muestra de Flamenco. No estará sola: la acompañarán sus hijos, Julio y Emanuel Muñoz Barrul —conocido artísticamente como El Greco—, y dos de sus sobrinas, Tania y Tamara, hijas de Tina. El espectáculo, titulado Te sigo amando locamente, promete ser un homenaje lleno de emoción y memoria.

La directora del festival, Paloma Concejero, ha organizado además una exposición dedicada al legado de Las Grecas. Fotografías, discos y objetos personales recrean la historia de estas dos hermanas que desafiaron todas las normas de su tiempo. "Es un festival con orgullo de extrarradio", afirma Concejero, subrayando el carácter transgresor y pionero de Carmela y Tina.
Medio siglo hay que viajar hacia atrás en el tiempo. Era el año 1974 y España aún respiraba bajo un aire denso de censura, con el reloj del franquismo agonizando y los corazones jóvenes latiendo al ritmo de un cambio inminente. En ese escenario de luces mortecinas y sombras pesadas irrumpieron Las Grecas, Carmela y Tina Muñoz, como un relámpago que rasga la noche cerrada. Madrileñas, gitanas y melómanas, trajeron consigo un sonido que parecía haber nacido del encuentro clandestino entre una guitarra flamenca y un amplificador de rock en un rincón oscuro de Vallecas.
De pronto, las listas de éxitos, las emisoras de radio y los televisores en blanco y negro se rendían a un ritmo que no encajaba con nada conocido: Te estoy amando locamente. Aquella canción no era solo un hit; era una declaración, un desafío a un país que se debatía entre la tradición rancia y el vértigo de lo moderno.

El mestizaje que incendió un país: 500.000 copias en tres meses
Las Grecas surgieron del humo del tabaco en los tablaos de Manolo Caracol y Lola Flores, donde el flamenco reinaba con duende, pero también con límites estrictos. Allí, Carmela y Tina cantaban como si las palabras se les rompieran en los labios, y un día José Luis de Carlos, un productor de CBS, se quedó clavado en sus voces. Las bautizó como "esas niñas que cantan tan raro que parece griego" y las llevó al estudio. Cuando llegó Gipsy Rock (1974), su primer álbum, todo cambió. Flamenco y rock se encontraron, como dos amantes improbables, para crear un híbrido tan castizo como psicodélico. Con la guitarra de Johnny Galvao, que se movía entre riffs de Hendrix y punteos flamencos; los teclados de Eddy Guerín y la batería de Pepe Nieto, el disco era una mezcla explosiva. En apenas tres meses, vendieron 500.000 copias de Te estoy amando locamente. La cara B, Amma Immi, con sus giros moriscos, completaba un disco que abría una puerta que nadie había imaginado.
Estrellas sin coreógrafo ni patrón
Vestían como querían, cantaban como sentían y no le debían nada a nadie. Sus pantalones de campana, sus volantes y sus sombras de ojos negras eran puro espectáculo, pero no un disfraz. No eran las niñas frágiles que la industria pretendía moldear; sabían lo que querían y cómo conseguirlo. No tenían coreógrafos ni necesitaban manuales. Bailaban como si sus cuerpos entendieran el compás desde antes de nacer. Su estética, rompedora y audaz, era el reflejo de su música: un acto de libertad en una España que aún desconfiaba de cualquier cosa que rompiera las reglas. Tras el éxito rotundo de Gipsy Rock, lanzaron Mucho más en 1975. Aunque no alcanzó la misma gloria que su debut, las mantuvo en el firmamento. En los dos años siguientes llegaron Tercer Álbum (1976) y Casta Viva (1977), con canciones como Sarai, donde Tina se lució como cantaora, demostrando que el flamenco tradicional seguía corriendo por sus venas. Pero el brillo del éxito no podía ocultar las grietas.

Tina comenzó a mostrar signos de una enfermedad
Tina comenzó a mostrar signos de una enfermedad que entonces pocos comprendían: esquizofrenia paranoide. Su lucha contra la adicción a la heroína fue otro golpe que las distanció, no solo de los escenarios, sino también entre ellas mismas. En 1995, Tina murió en un centro de acogida, víctima del sida, con solo 37 años. Aunque la historia de Las Grecas ha sido muchas veces narrada como una tragedia, Carmela ha dejado claro que no fueron marionetas en manos de nadie. "Sabíamos muy bien lo que queríamos y cómo podíamos hacerlo", ha dicho en entrevistas recientes. No obstante, admite que los problemas con su manager, que dejó de conseguirles conciertos, y el deterioro de Tina fueron factores clave en su disolución. Carmela, ahora alejada de los focos, ha preferido el silencio durante años.
El Festival Miradas Flamenkas, que se celebra en Vallecas,
Sin embargo, este domingo 17 de noviembre rompe su retiro para rendir homenaje a la memoria de su hermana y celebrar el legado que ambas crearon. El Festival Miradas Flamenkas, que se celebra en Vallecas, ha decidido convertir su quinta edición en un tributo a las hermanas Muñoz. Carmela será la gran estrella de la noche del 17 de noviembre, en un espectáculo titulado Te sigo amando locamente. En esta ocasión, no estará sola: compartirá escenario con sus hijos, Julio y Manuel, y las hijas de Tina, Tania y Tamara. Será una reunión familiar cargada de emoción, una manera de cerrar el círculo abierto hace cinco décadas. Además, el festival incluye una exposición en el Centro Cultural Pilar Miró, que permanecerá abierta hasta el 8 de diciembre. Fotografías, discos originales y una escenografía que evoca el espíritu irreverente y mágico de Las Grecas buscan recordar no solo su música, sino también la revolución que provocaron en una España que apenas empezaba a despertar.
El impacto de Las Grecas no se detuvo con su separación. Artistas como Azúcar Moreno, Soleá Morente y Rosalía han bebido de su legado. La catalana, en particular, no solo versionó Te estoy amando locamente en Coachella, sino que también rindió homenaje a su espíritu en temas como LLYLM, con ecos directos de sus letras. Aunque Carmela ha mostrado escepticismo hacia algunos homenajes, el vínculo entre generaciones es innegable. Las Grecas, sin proponérselo, abrieron caminos para mujeres artistas que no temen desafiar convenciones y buscar nuevas formas de expresión.
En palabras de Paloma Concejero, directora del festival: "Las Grecas son orgullo de extrarradio". En su mezcla de raíces flamencas y aspiraciones universales, crearon algo único y eterno. Su música sigue resonando, no como un eco del pasado, sino como una vibración que conecta directamente con las inquietudes del presente. Carmela, que aún recuerda los días de gloria y los momentos de sombra con igual intensidad, subirá al escenario para rendir tributo a una historia que es tan suya como nuestra. Porque, como decían en una de sus canciones más icónicas: "El que quiero no me quiere, como quiero que me quiera". A veces, la vida no sigue el compás que deseamos, pero en ese desajuste puede surgir la magia.

¿Cómo y cuándo empezó todo?
En el barrio de Pan Bendito, donde las esquinas sonaban a niños jugando y sueños gitanos, nacieron dos aquellas hermanas con el fuego cruzado en sus gargantas. Carmela y Tina Muñoz dieron un salto al vacío con un grito que nadie había escuchado antes y que, medio siglo después, aún resuena con fuerza: Te estoy amando locamente es el mejor titular para su historia, un vendaval que arrancó en los tablaos de Madrid y terminó en el silencio. Entre medias, desató la tormenta perfecta de música, locura y tragedia.
Carmela y Tina crecieron entre la juerga familiar y los ritmos flamencos que vibraban en las paredes de su casa. Hijas de un cantaor aficionado, aprendieron el quejío como si fuera un idioma más. Pero su adolescencia las llevó lejos, hasta Argentina, donde su familia emigró buscando mejor fortuna. Allí, en el exilio, descubrieron algo que les cambiaría la vida: el rock psicodélico, el soul de Motown y la electricidad cruda de Jimi Hendrix. Todo ello se mezcló con el flamenco que llevaban en la sangre y se transformó en una alquimia irrepetible.
Cuando volvieron a España en los años setenta, ya traían en el equipaje una bomba de relojería. Te estoy amando locamente, esa mezcla de pasión gitana y ritmo yanqui, no sólo nació de sus corazones, sino de una visión del mundo tan libre que el franquismo tardío no pudo digerir del todo. Y como sucede con todo lo que no encaja, terminó triunfando.

El estrellato imparable
Las Grecas, como decíamos, comenzaron cantando en los tablaos de Los Canasteros, el refugio de Manolo Caracol, y más tarde en el Caripén, la sala de Lola Flores, donde su magnetismo no pasó desapercibido. Allí las escucharon José Luis de Carlos, productor de CBS, y Felipe Campuzano, que se enamoraron de aquel cóctel flamenco y las apadrinaron. Con 20 y 17 años, respectivamente, Carmela y Tina grabaron Gipsy Rock en 1974, aquella revolución sonora, un grito desgarrado que derrumbaba las paredes entre el rock y el flamenco.
La canción que las lanzó a la fama, Te estoy amando locamente se mantuvo en las listas de éxitos durante semanas, con sus guitarras eléctricas afiladas como navajas y un ritmo que parecía sacado de un barrio de Detroit. Aquellas niñas del Pan Bendito se convirtieron en estrellas, iluminando las noches del Florida Park y dejando boquiabiertos a los espectadores. Nadie quería perderse el fenómeno del momento: Paco de Lucía y Camarón las respetaban; Lola Flores y Antonio Gades no podían dejar de admirarlas. Pero el destino de las estrellas suele ir acompañado de sombras. Y a pesar de que en los años siguientes publicaron tres álbumes más, el éxito se convirtió en un peso que las aplastaba poco a poco.

La caída de Tina
Con la llegada de los años ochenta, también llegó la heroína, esa epidemia silenciosa que arrasó con toda una generación. Tina, la menor de las dos hermanas, no pudo escapar de sus garras. A sus problemas de adicción se sumó la esquizofrenia paranoide que la atormentaba y que la llevó a episodios dramáticos: internamientos psiquiátricos, una estancia en la prisión de mujeres de Yeserías y, finalmente, su muerte a los 37 años, en 1995, en un centro de acogida. El sida, ese jinete oscuro que acompañaba a la droga, se la llevó demasiado pronto. Carmela, rota por el dolor, trató de mantener vivo el legado de Las Grecas, pero pronto comprendió que sin Tina ya no era posible. "Éramos la una para la otra", confesó años después, cuando el tiempo había cubierto de cenizas aquellos días de gloria.
Tras varios intentos de resucitar el proyecto con otras compañeras, como la cantante Alicia Robledo o su propia sobrina Saray, Carmela decidió que era hora de cerrar el telón. Se retiró del escenario y encontró refugio en la calma de una vida más sencilla. Vendió ropa, crió a sus hijos y dejó que el tiempo curara las heridas. Pero la música nunca murió del todo. En 2017, Saray, una de las hijas de Tina, rindió homenaje a su madre en un concierto en Madrid, devolviendo el espíritu de Las Grecas a los escenarios. Y ahora, en 2024, cincuenta años después de aquel huracán llamado Gipsy Rock, Carmela está a punto de romper su largo silencio.