La inminencia de referéndum ha comenzado a desdibujar las diferencias entre bandos. El protagonismo acaparado durante meses por los dos polos del debate, economía e inmigración, ha quedado relegado a una jornada de una disputada votación que en última instancia marcará el papel que los británicos quieren jugar en el mundo.
Consciente de que la estrategia de alertas económicas no estaba funcionando, David Cameron sacó este martes a relucir su faceta más institucional para convencer al electorado de que el país está "mejor" en la Unión Europea.
Con la puerta del número 10 como recordatorio de fondo, el primer ministro quiso dar prestancia a un mensaje con el que aspira a modificar las reglas del juego a tiempo para salvar el vínculo con Bruselas y, con ello, su propia carrera política.
Su intervención supone un golpe táctico. En la recta final de la campaña, los partidarios de la continuidad han comprendido que su estrategia había fallado en un aspecto clave: nunca llegó a reivindicar las ventajas de permanecer en la Unión.
Por ello, puso en el mejor escenario, Downing Street, a la autoridad más elevada del frente para garantizar la máxima audiencia con un recado simple y claro a unos votantes que siguen divididos.
El primer ministro empleó la carta de la credibilidad institucional y mantuvo que no recomendaría la permanencia si no "creyese profundamente" que es la opción más conveniente. Además, quiso dirigirse específicamente a los segmentos poblacionales de mayor edad, los más proclives a votar 'Brexit', para pedirles que, antes de elegir la casilla, piensen en las generaciones venideras, las que "tendrán que vivir las consecuencias" de una potencial salida.
A la espera de la última apelación de los bandos, el bloque occidental contiene la respiración ante un resultado que podría generar una peligrosa deriva para el proyecto comunitario.