
Dos días en Zaragoza dan para mucho. Para viajar de la Caesaraugusta romana a la Zaragoza de la Expo, pasando por la Saraqusta taifal y mudéjar del palacio de la Alfajería y por la ciudad del joven Goya, pintor de cielos en la basílica del Pilar. Para admirar las más modernas arquitecturas, hacer piragüismo en el Ebro o rafting en un canal de aguas bravas y tomar tapas y copas en la famosa zona llamada 'el Tubo', como recoge la Guía Repsol. Pero lo primero es lo primero: saludar a la Pilarica.
A todo el que la ve por primera vez le choca que la Virgen del Pilar, siendo tan famosa y patrona de algo tan grande como la Hispanidad, mida solo 36,5 centímetros. Otra cosa que sorprende es el armario que tiene, con diez coronas diferentes y mantos de todas las épocas y colores (blancos, morados, verdes, rojos, azules...). Y otra, los prodigios que obra, como cuando en 1640 restituyó por completo la pierna amputada de un joven de Calanda. Nada tiene de extraño que la gente le tenga mucha fe y compre por docenas su cinta para entregársela a alguien a quien estima y darle así buena suerte. Se llama Cinta de la Medida de Nuestra Señora del Pilar, porque mide lo mismo que la Pilarica. Y tiene que regalarse. Si no, no funciona.
Bajo los techos altísimos de la Basílica del Pilar nos sentimos muy pequeños, más aún que la Pilarica. Impresiona el tamaño, pero también el arte que encierra este templo barroco levantado a la vera del Ebro. Aparte de la Santa Capilla, obra maestra del siglo XVIII diseñada por Ventura Rodríguez, que preside la Virgencita desde lo alto de su columna, destacan el retablo mayor de Damián Forment, el coro mayor, el órgano y (lo que más cabezas diminutas hace levantarse hacia arriba) los frescos de Goya que decoran la bóveda del Coreto y la cúpula Regina Martyrum. De noche, desde el puente de Piedra, es como más bello se ve el Pilar.
Zona de la Expo
Desde el Pilar hasta la zona de la Expo, siguiendo la recuperada ribera del Ebro, lo ideal es ir andando o en bici. No tardamos más de 15 minutos y, a cada paso la ribera nos sorprende con algo diferente, sobre todo con sus puentes. El más espectacular es el Pabellón Puente, firmado por Zaha Hadid: tiene forma de gladiolo y apoya un extremo del tallo en la margen derecha del río y el otro, bifurcado en tres ramales, en la izquierda, donde se celebró la Exposición Universal de 2008, dedicada al agua y a la sostenibilidad.
Saraqusta fue taifa independiente desde 1018 hasta 1110. Se puede visitar la Aljafería, el Palacio de la Alegría que soñó para su recreo el monarca Al-Muqtadir, una de las tres grandes joyas artísticas de la presencia musulmana en el sur de Europa, junto con la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba, y uno de los monumentos más representativos del mudéjar aragonés, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Tras la conquista cristiana, la Aljafería fue, ya en su época mudéjar, residencia de Pedro IV de Aragón y palacio de los Reyes Católicos. En 1987 las Cortes de Aragón se instalaron aquí.
A Alfonso I, el Batallador, que arrebató a los musulmanes la Aljafería y el resto de la ciudad en 1118, está dedicada la principal calle del casco histórico, arteria peatonal y comercial donde nos relajamos mirando escaparates y también la bella perspectiva de la basílica del Pilar asomando al fondo de la misma. En esta calle y las adyacentes, se encuentran las mismas cosas y las mismas tiendas que en tantos otros lugares, pero también originales regalos en Grillo; dulces adoquines, piedras de río, frutas de Aragón y souvenirs mil en El Mañico; y artículos de otra época: mantones de manila y mantillas en La Parisien o imaginería y productos litúrgicos en Belloso.
Otra calle por la que apetece pasear al atardecer es Don Jaime I, porque en ella abre sus puertas desde 1858 la pastelería Fantoba, catedral zaragozana del dulce cuyos fieles acuden todos los días a venerar las frutas de Aragón, las de Niza, los guirlaches y las trenzas de la Virgen. En el extremo sur de la calle, a punto de llegar a la del Coso, se encuentra el Teatro Principal, que también conserva el encanto de siglos pasados (data de 1799).
El denso entramado
Entre las calles Alfonso I y Don Jaime I está el meollo de Zaragoza, su corazón y su estómago. El Tubo, que así se llama la zona, es un denso entramado de callejuelas plagadas de bares de tapas. Otro lugar legendario, al que hay que ir si es nuestra primera vez en Zaragoza, es El Plata, el cabaré ibérico ideado por el cineasta Bigas Luna. La alternativa al Tubo, en verano, son las terrazas a orillas del Ebro.
La ciudad fue fundada por los romanos 14 años antes de que naciera Jesucristo y tuvo el honor de llevar el nombre del mismísimo emperador: Caesaraugusta. Las ruinas de aquella población se concentran en la zona oriental del casco antiguo, entre las calles Don Jaime I y del Coso, y pueden verse en los cuatro museos que integran la llamada Ruta Caesaraugusta: el del Teatro, el del Foro, el del Puerto Fluvial y el de las Termas Públicas. Todos ellos nos hablan de una ciudad que vivió su periodo de mayor esplendor durante los siglos I y II después de Cristo, en el que se realizaron grandes obras públicas, como el teatro capaz de albergar 6.000 personas, cuyos restos fueron descubiertos de manera fortuita en 1972. Como se explica en el Museo del Puerto Fluvial, el río Ebro era entonces navegable desde Tortosa hasta Logroño, y Caesaraugusta ocupaba un estratégico lugar, a medio camino.
Cerca de la iglesia de San Pablo se encuentra el palacio de Argillo, del siglo XVII, que alberga el Museo Pablo Gargallo, con más de 150 obras del gran escultor zaragozano: bronces, dibujos, plantillas de cartón recortado, grabados, joyas y documentación de uno de los artistas esenciales del siglo XX español. Es el museo más visitado de la ciudad. Otro museo imprescindible es el Ibercaja Camón Aznar, instalado en el palacio renacentista del Infanzón Jerónimo Cósida, cuyo gran reclamo son las cinco series de grabados de Goya (otro genio zaragozano, de Fuendetodos).
La otra catedral
Como la basílica del Pilar es tan grande y famosa, hay forasteros que la visitan y que se marchan de Zaragoza sin sospechar que en la misma plaza hay otra catedral, la de San Salvador. La Seo, como la llaman los zaragozanos, es la segunda catedral en importancia, pero la primera en el tiempo. Se asienta sobre lo que fue el foro romano y más tarde la mezquita mayor, de cuyo minarete todavía perdura la impronta en la torre. Empezó a construirse en el siglo XII en estilo románico y fue objeto de numerosas reformas y ampliaciones hasta 1704, cuando se colocó el chapitel barroco rematando la torre.
Detrás de la Seo se esconde el arco del Deán, uno de los rincones con más encanto de la ciudad, donde al pasar los relojes atrasan hasta el siglo XIII, que fue cuando se construyó este pasadizo elevado para comunicar directamente la catedral con la nueva casa del deán. Su precioso mirador, con ventanales de tracería gótico-mudéjar, data del siglo XIV. Paseando por debajo del arco y por las plazuelas que rodean la Seo, nos despediremos de la vieja Zaragoza, no sin antes decidir en qué restaurante pondremos el punto final.