
Amancio Ortega siempre ha sido percibido como una rara avis en el mundo de los millonarios por su sencillez y austeridad. Sin embargo, sus costumbres estrictas han dado paso a una mayor relajación, que ha traído a su vida caprichos más propios de su poder adquisitivo.
Según publica el diario El Mundo, parte de este suave giro en su actitud viene espoleado por su hija Marta, acostumbrada a haber nacido millonaria. El fundador del imperio de Zara ya se encapricha de bienes mundanos, como cuadros o viviendas, y trata de conseguirlas poniendo dinero sobre la mesa. Una interiorista catalana, Gema Sach, relata cómo Ortega se enamoró de un cuadro que tenía en su casa e intento comprárselo -sin éxito-.
Recientemente, el empresario ha invertido en dos pisos de lujo en Madrid, que su hija se ocupa ahora de decorar a su gusto, para disponer para su vida personal. Uno de ellos se encuentra en la calle Serrano; el otro, en la calle General Castaños. Serán sólo residencias de paso, ya que ambos seguirán viviendo en A Coruña.
Además, el hombre más rico de España se decidió a cambiar su yate, una embarcación al alcance de cualquier hombre acaudalado de nivel medio. Ahora sí, presume de auténtico navío de millonario, un yate que dobla en eslora al anterior, y en el que disfrutó este verano frente a la Costa Azul acompañado por sus familiares.
La hípica es una afición que comparte con su hija Marta, que sigue compitiendo como jinete. Ortega construyó un centro ecuestre para su disfrute con un carísimo manteniento, sin contar la inversión en caballos nuevos. Por alguno de estos animales ha llegado a desembolsar tres millones de euros.
Marta Ortega no ha sido tan discreta como su padre. Tiró la casa por la ventana para su boda -diseño de vestido de Narciso Rodríguez y de decoración del altar por parte del artista internacional Anish Kapoor- con el jinete Sergio Álvarez, de quien se separó poco después. Le gustan las marcas de moda de lujo, las fiestas fastuosas de cumpleaños y está adentrándose en la inversión en el mundo del arte.