El escándalo de leche adulterada en China ha recordado a la clase media el lado oscuro del fuerte crecimiento del gigante asiático y le ha mostrado las contrapartidas al consumo y el disfrute de una vida más fácil.
"Creo que mucha gente tiene cáncer por culpa de la comida", dice Cathi Wang, propietaria de una tienda de joyas en Pekín de unos cuarenta años. Se toma el té en uno de los lugares más emblemáticos para esta clase media china, una cafetería Starbucks, privada temporalmente de leche por la crisis provocada por el descubrimiento de la contaminación con melamina, una sustancia química muy peligrosa. Algunos cafés de la capital proponen desde este sábado capuchinos con leche de soja.
Para Wang, se debería castigar severamente a aquéllos que se han encargado de hacer los controles de calidad de la leche. "Qué otra cosa puede hacer el gobierno si no garantiza la salud de los ciudadanos", se pregunta, añadiendo que "no hay nada más importante que respetar la vida, es uno de los derechos humanos esenciales".
La crisis comenzó con el anuncio del descubrimiento de la melamina, producto utilizado para fabricar plásticos y periódicos que se añadía ilegalmente para aumentar la tasa proteínica de la leche en polvo. Provocó la muerte de al menos cuatro bebés y despertó la psicosis. Después, una investigación a nivel nacional permitió detectar el producto químico en la leche líquida vendida por tres de las mayores sociedades lecheras chinas.
"Hemos tenido arroz adulterado, cerdo al que se le había inyectado agua, pollos con gripe aviar, y ahora la leche. Si no tenemos cuidado acabaremos por no poder comer nada", dice Huang Yan, de 30 años, en otro café Starbucks, pero en Shanghai, a 1.000 km de Pekín. "¿Quién sabe cuántos productos químicos habrá en nuestra comida? Mientras vivamos en este país, en esta ciudad, tenemos que aceptar esta realidad", dijo Huang con un tono fatalista.
La crisis china también ha tenido consecuencias en el exterior. El gobierno japonés ha retirado por precaución productos de bollería que se habían fabricado con leche importada de China.
Desde hace unos años, el gobierno central afirma que quiere reparar los daños provocados por casi 30 años de política de apertura y reformas.
El crecimiento ha explotado, pero también los atentados contra el medio ambiente y la salud de los ciudadanos.
En un supermercado de Pekín, Cui Honhchun, un periodista de 36 años, mira con escepticismo las promociones de los productos lácteos. "¿Quién se va a atrever a comprarlos?", se pregunta.
Beber leche es una costumbre relativamente reciente en China, fomentada por el crecimiento del nivel de vida de la clase media de las grandes ciudades, ansiosa por cuidar su salud.
Cui compra para su hijo de ocho años, que no tiene suficiente calcio y padece dolores en las piernas. "Estoy preocupado porque la compraba especialmente por su elevada tasa proteínica, y les demandaré si mi hijo tiene problemas de salud", afirmó.
Como signo de una preocupación cada vez más grande, dos de los libros más vendidos últimamente sobre salud pronostican una recuperación de los métodos tradicionales de la medicina china centrada en la prevención y especialmente en la alimentación sana. Su título: 'Hablamos de salud de los pies a la cabeza' y 'Mejor cuidarse que curarse en el hospital'.
Francia, que ejerce la presidencia rotativa de la Unión Europea (UE), indicó este sábado que "no se ha detectado la presencia de leche procedente de China en el territorio europeo" y recordó que la importación de productos lácteos chinos está prohibida en la UE. La Comisión Europea pidió a los países de la UE que refuercen sus controles en las fronteras, recordó el gobierno francés, en un comunicado conjunto de los ministerios de Agricultura, Salud y Economía.
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