La filtración del informe preliminar confeccionado por la Comisión que investiga el accidente de Spanair y del vídeo del siniestro registrado por AENA ha provocado una guerra más o menos abierta pero muy enconada entre todas las partes afectadas por el problema: colectivo de pilotos, Spanair, el Ministerio de Fomento y sus organismos, AENA y la Dirección General de Aviación Civil.
El borrador del informe, primero filtrado en su contenido y después íntegramente reproducido en facsímil por el portal latinoamericano www.elviernes.com, es un documento en papel que pudo haber sido divulgado por cualquier miembro de la comisión, obviamente. Pero el recorrido del vídeo en poder de AENA es en teoría más fácil de seguir.
El organismo Aeropuertos Nacionales, cuyas cámaras filmaron la tragedia, es el depositario del original, y habrá de tener constancia de qué copias se realizaron del mismo, además de la que se entregó a juez que instruye el sumario del siniestro.
En medios periodísticos ha corrido el rumor de que tanto el informe como el vídeo fueron entregados a la prensa a cambio de una contraprestación económica, pero no ha sido posible contrastar este dato.
¿A quién beneficia la filtración?
La pregunta más pertinente en este caso, el 'cui prodest?' ?'¿a quién beneficia'- tampoco arroja una respuesta clara. En definitiva, no puede asegurarse quién violó el deber de custodia en este caso.
Lo cierto sin embargo es que existe una responsabilidad cuando menos política del Ministerio de Fomento, que debió haber establecido los procedimientos que garantizasen la discreción. En todo el mundo, las comisiones de investigación de accidentes aéreos desarrollan una labor reservada, que no trasciende al público hasta que se consigue una clarificación inobjetable de lo sucedido.
No en vano están en juego, además de la fama de los tripulantes y de la solvencia de la compañía aérea, otros bienes jurídicos que requieren protección. Las indemnizaciones a las víctimas guardan relación con las diferentes responsabilidades que se establezcan y, en todo caso, los familiares de los fallecidos no pueden ver con buenos ojos esta conversión de la tragedia en espectáculo.