España

Elogio de los expresidentes

La cena de los expresidentes y el Rey. Imagen: EFE

Cualquiera hubiera dado varios días de sus inminentes vacaciones por ser el fotógrafo de la instantánea que este jueves se publica. Cinco comensales, una esquina del reservado más discreto de Casa Lucio, sus copas aún vacías, y desplegadas sobre la mesa unas cuantas raciones de entrantes sencillos, pero de calidad.

Un reinado y cuatro presidencias de gobierno departiendo amablemente y relajando las muchas tensiones vividas durante décadas entre los actores de tan inesperada imagen que entra en la pequeña posteridad de los gestos y en la gran posteridad de la política española.

Don Juan Carlos, Rey emérito homenajeado y jubilado por derecho ganado durante muchos años de servicio a este país, podría recordar los desencuentros con José María Aznar y la frialdad institucional de su relación con Mariano Rajoy. El propio Aznar podría rememorar aquellas sesiones parlamentarias frente a Felipe González antes del duelo final del 96, una mala relación de hierro entre ambos. También Rodríguez Zapatero tendría motivos para recordar las fricciones que no sólo en el hemiciclo le enfrentaron a Rajoy, con quien después de siete años de durísima oposición mantiene una relación amigable y hasta cercana. Pero era una cena para recordar sólo lo positivo, suponemos.

Quien más acostumbra a torcer su ceño y llevar su flema antipática hasta al running que practica a diario es el expresidente Aznar, y hasta él esgrime en la foto una sonrisa cómplice, algo forzada pero relajada y despojada de malos aires, que quedaron en la puerta de la Cava Baja.

¿Son útiles los presidentes cesantes? A todas luces, sí. Lo confirma la noble misión del presidente González en Venezuela para asistir jurídicamente a los presos políticos de la dictadura revestida de democracia que preside Maduro. Lo confirma la participación, menor en escenografía pero igual de trascendental, del presidente Aznar en esa misma cruzada por la Libertad del pueblo hermano. Lo debe ratificar de forma constante el consejo, la enseñanza, el apoyo que el actual inquilino de La Moncloa puede y debe tener en sus antecesores, de tal suerte que podría hasta instaurarse una reunión pública mensual o trimestral convertida en 'Consejo de Presidentes del Gobierno'.

Podría tener incluso cobertura mediática, con la esperanza de que no fuera utilizada como todo lo que ocurre en este país para sacudir, degradar, socavar y despreciar al adversario ideológico. Y podría además resultar utilísima esa cita de campanillas para evitar en lo posible que alguien como Aznar aparezca periódicamente en los medios para sacudir a su heredero político, hijo putativo al que él mismo eligió para tan alta responsabilidad y al que ahora regala de cuando en cuando una andanada de desleales críticas, en forma de entrevista dominical o de informe FAES sobre la pobreza, centrado siempre en la pobreza actual y nunca en la que España registró antes de diciembre de 2011, que ya era preocupante y galopante.

La pureza de principios de un partido se establece en los Congresos, no se reclama por parte de nadie investido de mesías salvador, que pone en cuestión hasta su propio voto para esa formación política a la que parece despreciar ahora profundamente... y que sin embargo preside honoríficamente cual padre fundador. Rajoy dijo en la entrevista radiofónica del martes que no cree tener grandes enemigos en su partido, lo cual dicho en su tono de gallego profesional lleva implícito un doble mensaje sabroso, sabroso: no los tiene grandes, sino pequeños. A Aguirre y Aznar debieron pitarles los oídos.

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