
Tras el toque de atención que supusieron las elecciones europeas, el Ejecutivo se ha dejado dominar por un claro temple preelectoral a la hora de encarar 2015.
Lo demostró en el diseño de los Presupuestos del año que viene, carentes de ajustes impopulares, y basados en la confianza de que la inercia de la recuperación sólo necesita la ayuda de la menor prima de riesgo, y de la moderada rebaja del IRPF en ciernes.
Meses después, con un pie ya en el superaño electoral, era previsible que el presidente Rajoy tuviera su mente del todo orientada a los comicios municipales, autonómicos y generales. Lo demostró en un discurso de cierre de ejercicio con tintes de precampaña, especialmente acentuados cuando el presidente se presentó como el candidato de la "estabilidad", frente al populismo.
Su prolijo inventario de éxitos (550.000 empleos más, nacimiento de 71.500 empresas, crecimiento récord respecto a la UE...) tuvo el mismo color militante, en la medida en que apenas dejó tiempo en el que bosquejar un plan de acción para los 11 meses que aún quedan hasta las generales.
Rajoy se limitó a anunciar un año de "despegue", que comienza con guiños sociales como la nueva ayuda a parados de larga duración, o la extensión de iniciativas conocidas (la tarifa plana de Empleo). El Gobierno cierra el tiempo de las reformas, impelido por lo acuciante del calendario electoral y de las encuestas de intención de voto, no por haber cubierto objetivos.
Muy al contrario, quedan cuentas pendientes. Una quita de intereses parchea la falta de una nueva financiación autonómica; otras reformas, como la del sector público, apenas arrancaron. Será difícil culminarlas en el contexto político inestable que el propio Rajoy augura.