
En el debate sobre el estado de la nación se vio nuevamente la soledad del Partido Socialista. Y es que un conjunto de circunstancias ha colocado al Gobierno en una difícil encrucijada parlamentaria.
A pesar de que su holgada mayoría parlamentaria -169 escaños, a siete de la mayoría absoluta del Congreso- no debería provocar tanta inestabilidad: en su primera legislatura (1996-2000), Aznar gobernó sin problemas con 156 diputados.
Las 'patas' del Gobierno
La singularidad actual se explica por la concurrencia de tres elementos: la crisis económica y las medidas de ajuste, que han divorciado al gobierno de la izquierda parlamentaria (y, en general, de todos los grupos: nadie quiere lógicamente corresponsabilizarse de los recortes); la inminencia de las elecciones autonómicas catalanas, que ha endurecido la posición de CiU; y el pacto vasco de gobierno PSOE-PP en Euskadi, que ha llevado al PNV a la oposición, con la lógica irritación de los nacionalistas.
Puede ser sin embargo este partido, el PNV, el que finalmente se convierta en tabla de salvación del Gobierno, que necesita que se aprueben los presupuestos generales del Estado (en la actual situación de crisis, la prórroga de las cuentas públicas, aunque posible, dificultaría grandemente la adopción de las medidas adecuadas para conciliar sutilmente ajuste y recuperación).
Las líneas rojas de la negociación
De hecho, durante el debate sobre el estado de la nación, el cara a cara entre el portavoz peneuvista, Erkoreka, y Rodríguez Zapatero fue revelador: no se acordó nada pero quedaron muchas puertas abiertas y hubo incluso sobreentendidos fáciles de interpretar. Lógicamente, el PSE y el Ejecutivo vasco presidido por López se alarmaron, pero el lehendakari socialista ha recibido garantías de que él será parte en toda negociación. Benegas, coordinador de los diputados vascos en el Congreso, es el encargado de dialogar con el PNV.
Las mociones derivadas del debate de la pasada semana que hoy se votan en el Congreso -el PSOE ha enmendado 11 de las 15 del PNV- ya dan idea del ámbito de la negociación: por parte socialista, las líneas rojas que no pueden ni deben traspasarse son la demanda de un nuevo marco jurídico-político (tras el frustrado ?plan Ibarretxe?, la única vía es la reforma estatutaria, dentro de la Constitución), la ruptura de la Caja Única de la Seguridad Social, el referéndum sobre Treviño y el impulso a las selecciones nacionales autonómicas.
Pactos del sistema
En cambio, el Gobierno estaría dispuesto a acelerar las transferencias todavía pendientes sobre las que existe acuerdo. El PNV necesita además aprobar los presupuestos en las tres diputaciones forales y propone que tras las elecciones municipales gobierne la formación más, a lo que se aviene el PSE, siempre que también el PP sea incluido en este criterio general.
En los regímenes pluripartidistas como el español, los pactos son consustanciales con el sistema ya que las mayorías absolutas son más la excepción que la regla. En consecuencia, sería hipócrita escandalizarse por el hecho de que el gobierno de turno se apoye en las minorías mediante transacciones políticas. Sin embargo, el ámbito de la negociación debe tener límites, que son la integridad del marco jurídico y el interés general.
Límites no siempre fáciles de respetar cuando la contraparte es un partido nacionalista, que como es lógico está tan sólo atento a los intereses particulares de su propio ámbito territorial. Por añadidura, después de un largo distanciamiento, ayer tuvo lugar un encuentro entre las cúpulas de CiU y del PNV, se supone que para acordar estrategias conjuntas.
En una democracia más madura, esos límites deberían ser marcados por las dos principales fuerzas, que habrían de ser capaces de facilitar en ciertos casos la gobernabilidad y frustrar de paso determinados chantajes nacionalistas (no sería imposible que PP y PSOE pactasen para evitar que las minorías pesasen en determinados asuntos de Estado). Pero no es fácil que aquí se instale este fair play: la ambición de poder eclipsa casi siempre a los grandes valores.