
Ciudad Imperial, cuna de la historia y campo de batallas. ¿Qué mejor lugar que Toledo para celebrar un Consejo de Administración de Caja Madrid? El presidente de la entidad, Miguel Blesa, debió de barajar estos elementos en el momento de convocar al máximo órgano rector de la caja ante una de sus citas más importantes, la que tenía que evaluar la marcha del plan estratégico 2007-2011. Y ante la magnitud del acontecimiento, ¿cómo iba a faltar elEconomista? Pues allá que vamos.
Dos redactores del periódico se inscriben en la recepción del Parador de Toledo, sede de las reuniones que, en principio, mantendrán ocupados durante dos intensas jornadas a los consejeros de la entidad madrileña.
Martes 27. Son las ocho de la tarde. La reserva de los periodistas es correcta: una habitación doble, en alojamiento y desayuno, con vistas... a la piscina. No está mal, pero desde algunas de las habitaciones el huésped puede disfrutar de "una panorámica inigualable del perfil monumental, con sus más valiosas joyas, como la Catedral, el Alcázar y las sinagogas" -según la propia promoción del establecimiento- que nos gustaría experimentar. No puede ser. La mayor parte de las habitaciones desde las que se pueden gozar de esas vistas están ocupadas. ¿Por quién?
- Es que hay una convención de Caja Madrid. Son unos 45 y tienen ocupada más de la mitad del Parador-, nos explican amablemente en la recepción.
Caras conocidas
Enseguida se empiezan a ver caras conocidas. Uno tras otro van llegando los miembros del Consejo de Administración de la caja. El grueso se ha desplazado en Ave desde Madrid pero entre las ocho y algo más tarde de las diez de la noche siguen llegando coches con consejeros que son recibidos por un comité de bienvenida.
Antes de la cena, un aperitivo. Unas cervezas, unos panchitos y... ¡qué demonios! un platito de jamón. "Luego se quejan estos banqueros de la crisis", ironiza un miembro del servicio del Parador, mientras se dispone a servir otra ronda.
Miguel Blesa ya está allí, parapetado por un fuerte dispositivo de seguridad en el que llegamos a contar hasta ocho personas. Una en la entrada, otras pululan por la terraza y el resto por el hall y los corredores del emblemático hotel.
Blesa entra en la sala
Son las diez y cuarto. Las estancias comunes del Parador son un desierto. Una decena de asiáticos recién llegados de una "excursión" a Córdoba cenan en el restaurante, unas mesas más allá hay un par de parejas cenando perdiz junto a un famoso cantante, en otro tiempo, muy "brincador", ¿y los consejeros de Caja Madrid?, como no podía ser de otra forma, en el Salón Regio. Ni aperitivo, ni nada. Blesa baja directamente de su habitación al salón en el que se celebra la cena. Sin grandes alharacas. Un buffet libre con platos fríos y calientes, y una amplia variedad de postres. La carta de vinos está a disposición de los comensales, y hacen buen uso de ella.
¿El precio? El Parador de Toledo tiene una tarifa de convenciones de 164 euros al día para una habitación doble para uso individual standard en la que se incluye el desayuno, la sala de reuniones, dos pausas para café, almuerzo de trabajo tipo menú del día, medios audiovisuales disponibles, agua mineral durante las sesiones de trabajo y material ordinario de escritorio.
¿Y si los clientes quieren otro tipo de bebidas? Cinco euros por persona y servicio; si la habitación es con las fabulosas vistas que el Parador ofrece -que en este caso eran la mayor parte- el suplemento es superior a los 20 euros; si existe la posibilidad de un salón adicional en la habitación habrá que sumar otros 380 euros y si se contrata pensión completa otros 30 euros.
300 euros por día
"Éstos, lo mismo se dejan 300 euros por día", explica durante una conversación trivial uno de los miembros de la plantilla del hotel. Calculadora en mano, la cifra que nos sale no es nada despreciable: 300 euros, por 45 personas durante tres días... ¡40.500 euros! "Y eso que estamos en crisis", vuelve a ironizar nuestro interlocutor.
Sin embargo, Blesa no parece estar para muchos excesos. Se sienta de espaldas a la ventana y, entre las cortinas se le puede ver ataviado con una bufanda al cuello y una chaqueta marrón. Mientras las carcajadas y las conversaciones cruzadas inundan el regio salón, el presidente de Caja Madrid apenas comparte mantel con otros dos o tres comensales.
A las once, comienzan a batirse en retirada los primeros consejeros y Blesa no prolonga mucho más su estancia en un ambiente en el que parece que no termina de cuajar. Cerca de las doce de la noche, a escasos minutos de que cierre el bar del hotel, uno de los consejeros se acerca a pedir dos copas, de ron, para ser más exactos. El camarero advierte de que a las doce se cierra, en lo que se viene a interpretar como un "pida ahora o calle para siempre". Pero las siempre atentas asistentes observan la jugada...
_¿Sería posible dejar unas cuantas botellas en la sala para que se puedan servir?, pregunta una de las organizadoras del encuentro.
- Eso tienen que hablarlo con el maitre, contesta el camarero, mientras apaga las luces de la barra y se esfuma entre la oscuridad de un hall en el que ya sólo quedan dos redactores de elEconomista. A unos pocos pasos, el Salón Regio se queda sin "consortes" y en torno a la una de la madrugada está completamente vacío.
Consejeros en el primer turno
Pero a pesar del trasnoche, son varios los consejeros que se apuntan al primer turno de desayuno del miércoles 28 de enero. Son las siete y media de la mañana. Tras un biombo, los consejeros ocupan sus sitios y comentan la prensa. El tema estrella: Esperanza Aguirre. La presidenta de la Comunidad de Madrid centra las conversaciones y en torno a ella hacen chascarrillos, eso sí, unos más que otros... y a falta de quince minutos para las nueve de la mañana llega Blesa.
Con buen aspecto, descansado y un paquete de periódicos bajo el brazo, viste un pantalón vaquero, camisa blanca y chaqueta azul. Se cruza en el pasillo con un colaborador al que le pide hablar con él a solas diez minutos antes de la reunión. Y saluda con un efusivo "buenos días" que apenas recibe respuesta.
- Un zumo y una tostada de pan con aceite. Este es mi desayuno, y no se me ve tan mal ¿verdad?- manifiesta Blesa con ánimo de romper el hielo, mientras se sienta en la mesa del rincón.
Blesa hace unas llamadas
Faltan unos minutos para el inicio de la primera sesión del consejo. Blesa hace unas llamadas y consulta el correo en su móvil en el que parece ver los resultados que ese día presenta una gran entidad... "han duplicado la morosidad", dice.
Llegó la hora. Son las nueve y media de la mañana. Haciendo honor a su nombre, la parte misteriosa y la real se apodera de uno de los puntos más blindados del Parador: el Salón Greco. Las cortinas cerradas a cal y canto, y miembros de la plantilla de seguridad que salen y entran, sin cesar, de las puertas que dan acceso a la terraza. Se convierte en juego. Si nos acercamos salen, si nos alejamos entran, si nos acercamos salen, si nos alejamos entran... sí, podemos ser responsables del constipado pero estamos haciendo nuestro trabajo: informar.
Neutralizar al periodista
Pero no nos dejan. El dispositivo ya está completamente orientado a neutralizar nuestra labor. A las once llega el receso y es el único momento que vamos a tener durante la mañana para hablar con el objeto de informar a nuestros lectores de lo que dentro de esa sala está sucediendo... pero llega el placaje.
El reportero gráfico se topa con una muralla humana que le imposibilita inmortalizar el momento. Los movimientos, cada vez más violentos, le impiden realizar un trabajo para el que nos hemos desplazado expresamente, pero finalmente conseguimos la foto y Blesa estalla... ¡que me dejéis en paz, que me dejéis en paz!
El reportero gráfico de elEconomista intenta dialogar, pero ya es demasiado tarde. Seguridad ha avisado a la Policía, mientras que invitan al presidente de Caja Madrid a no entrar al baño porque "Don Miguel, ahí dentro hay un periodista " -le susurran al oído.
Quizás no sea la forma más adecuada de tratar a los informadores a los que Blesa despidió de su estancia toledana con "cajas destempladas".