Energía

Así viviremos en la 'ecoCiudad' del futuro

Las ciudades autónomas son posibles, aunque muy caras aún Foto: archivo
Ya existe la tecnología necesaria para crear edificios y ciudades completamente autónomas en materia de energía. Aunque, de momento, su aplicación es cara ya podemos pensar en construir ciudades capaces de generar toda la energía neutra en emisiones de CO2 que necesiten.

Estamos cada vez más cerca de encontrar el santo grial de la morada humana. Considerando que nuestro futuro colectivo es urbano -un creciente número de ciudades cada vez mayores, más altas y más densas-, el reto es el siguiente: ¿podemos lograr que sean capaces de generar toda la energía neutra en emisiones de CO2 que necesitan, recoger y conservar toda su agua, producir buenos alimentos eficientemente, reciclar su propia basura y tener un impacto inexistente o incluso benéfico sobre el medio ambiente global?

¿Puede la ciudad del siglo XXI ser la salvación del planeta, aliviando la presión sobre los recursos naturales, como ha sugerido el ecologista James Lovelock? La buena noticia es que sí. La mala, que falta mucho todavía para eso. Sin embargo, es cuestión de tiempo. Y de dinero, claro.

Otra buena noticia: la tecnología necesaria existe ya. Necesita perfeccionarse y, sobre todo, aplicarse. Pero estamos en camino. Por ejemplo, los paneles fotovoltaicos, que convierten la energía solar en electricidad llevan entre nosotros desde que se lanzaron los primeros satélites de comunicaciones en los años 60. Han mejorado gradualmente y son ahora más baratos, y están cerca de convertirse en un producto de masas.

Energía eólica

Otro ejemplo: la energía eólica en los últimos años ha aumentado enormemente la eficiencia de las turbinas eólicas. Otro ejemplo: en Sevilla ya funciona una planta de energía solar cuya finalidad es mover turbinas de vapor generadoras de electricidad de manera semejante a como lo hacen las plantas nucleares y de carbón y gas. Todavía no es lo suficientemente eficiente para almacenar esta energía tan intermitente, pero están trabajando en ello.

También se están dando grandes pasos en el desarrollo de una energía constante a partir de las olas y las mareas: se están probando plantas de energía invisibles situadas bajo las aguas del mar impulsadas por pistones que responden al movimiento de los océanos. Las Islas Orkney, del Reino Unido, son el centro de esta tecnología.

Todo ello proporcionará energía limpia a las ciudades en el futuro cercano. Pero ¿es posible, en las propias ciudades, construir rascacielos que no requieran ayuda externa, que sean totalmente autónomos? La respuesta es sí.

Esta posibilidad está abandonando los confines de la ciencia ficción para convertirse en una realidad. Un rascacielos puede producir, mediante plantas solares y eólicas, toda la energía que necesita para mantenerse, mientras que, a su alrededor, pueden situarse todas las instalaciones necesarias para almacenar la energía, reciclar la basura, limpiar el agua, etc.

Increíblemente caro

El problema es que hacerlo es, en principio, increíblemente caro. Un rascacielos de unos 300 metros con estas características costaría aproximadamente 10 veces más que una torre convencional del mismo tamaño necesitada de energía externa y carente de recursos para gestionar sus residuos.

Si pensamos en una edificación cuyo coste sería de 15.000 millones de euros en lugar de 1.500, debemos descartar inmediatamente que pueda interesar a ninguna de las empresas constructoras comerciales del mundo. Sin embargo, si rebajamos un poco los objetivos, la cosa varía. De hecho, el rascacielos más sostenible del mundo hasta la fecha, la Pearl River Tower de Guangzhou, China, se está construyendo en este momento.

Diseñada por los arquitectos Gordon Gill y Adrian Smith cuando trabajaban en la enorme empresa de diseño norteamericana SOM (ahora se han instalado por su cuenta), la Pearl River Tower se inició como un proyecto energéticamente autónomo presentado a un concurso para la construcción de la sede de una empresa tabaquera china, nada menos.

El proyecto ganó el concurso y entonces hubo que hacer frente a la realidad. El coste era un factor, otro era la legislación: las autoridades chinas no permitían que la torre contara con su propia planta de energía basada en el uso de metano residual, como se pretendía.

Los costes exactos son confidenciales, pero los expertos calculan que, utilizando muchas de sus ideas originales -como la de convertir las fachadas del edificio en enormes entradas de aire de turbinas eólicas incorporadas y revistiendo esas mismas fachadas con una cobertura fotovoltaica generadora de energía- la Pearl River Tower, que será finalizada en 2009, empleará un 60 por ciento menos de energía que su equivalente convencional.

Y todavía es más notable el hecho de que el coste extraordinario de capital requerido por las medidas de ahorro energético se amortizará en forma de menores costes de funcionamiento en un plazo de tan sólo cinco años.

China ecológica

China conoce también las consecuencias de la construcción de todas sus nuevas centrales de carbón y de la sustitución de todas las bicicletas por coches. Le preocupa su reputación internacional, particularmente a la vista de la inminente celebración de los Juegos Olímpicos de 2008 en lo que parece ser un tóxico cóctel atmosférico de productos químicos.

¿Hay esperanza? Posiblemente, y viene de la mano de la construcción de la ecociudad de Dongtan en un extremo de la enorme isla de Chongming, en la desembocadura del río Yangtze.

Dongtan ha sido planificada por la empresa británica Arup como la primera verdadera ecociudad del mundo, mientras que SOM (de nuevo) participa en la planificación maestra del conjunto de la isla. Dongtan se construirá sobre 8.400 hectáreas de tierra agrícola en humedales sensibles como un satélite de la vecina Shanghai, su impacto sobre la zona y sobre el globo será prácticamente inexistente.

Cero emisiones

O eso dicen. Se trata de "trabajar en pos de la neutralidad en materia de emisiones de CO2" según la terminología oficial, aunque no se afirma que vaya a conseguirse inmediatamente. Dongtan es un prototipo para una serie de nuevas ciudades chinas de los próximos años.

En Dongtan sólo generarán su propia energía a partir del sol, el viento, el agua, biocombustibles y residuos reciclados, y también están pensando en implantar granjas orgánicas de dos plantas. El transporte público empleará motores de hidrógeno sin emisión de gases, y hasta los viajes aéreos realizados por el equipo de diseño antes de la construcción se verán contrarrestados, puesto que propiciarán la creación de una nueva planta hidroeléctrica de un tipo que no destruya demasiada fauna.

Dongtan -que estará ya en construcción para cuando se celebre la Exposición Mundial en Shanghai en 2010 y que crecerá hasta alojar una población de medio millón de personas en 2050- será una ciudad de alta densidad, pero sus viviendas serán todas bajas. Los edificios estarán llenos de vegetación. Habrá turbinas eólicas y paneles solares por todos los sitios. Y la zona es húmeda, lo cual ayuda. Con sus vías fluviales, será una moderna Venecia, el prototipo para otras tres ciudades en China.

En el desierto

Sin embargo, suponemos que será mucho más difícil construir una ecociudad de edificios altos en el desierto, por ejemplo. Esto precisamente es lo que se está planteando para el Golfo Pérsico. Todos hemos oído hablar de Dubai, con sus locas islas artificiales, la mayor torre del mundo, la Burj Dubai, y una pista de nieve artificial en medio del desierto.

Dubai es sinónimo de consumo exagerado e insostenible. Pero el Emirato vecino, Abu Dhabi -cuya riqueza petrolera es muy superior a la de Dubai y cuenta todavía con enormes reservas- está comenzando a pensar en términos ecológicos. Se ha dirigido a la empresa del británico Norman Foster para encargarle el diseño de su eco-ciudad. Y Foster ha analizado los precedentes históricos.

En Yemen, por ejemplo, existen ciudades amuralladas muy antiguas con altas torres de barro muy cerca las unas de las otras que parecieron funcionar. Son la inspiración de la nueva ciudad planificada de Masdar, que cubrirá un área de seis millones de metros cuadrados. Al igual que en el caso de Dongtan, todo el mundo tendrá un medio de transporte no contaminante a pocos pasos de su casa. Sin embargo, una ciudad de ese tamaño necesita mucha energía.

¿De dónde vendrá?

En Abu Dhabi tienen mucho sol y viento, de manera que está planeada la construcción de una enorme planta de energía solar fotovoltaica, aparte de un gran número de granjas eólicas. Lo que sigue siendo un misterio es de dónde sacarán el agua. Además, tendrán que encontrar la forma de almacenar la energía generada durante el día.

Otra superestrella de la arquitectura internacional, Rem Kookhaas, de Rotterdam, dio el pistoletazo de salida con una ciudad también inspirada históricamente para el mucho menos conocido Emirato vecino de Ras-al-Khaimah.

La RAK Gateway, como se la conoce, muestra que existe una alternativa al enloquecido crecimiento de Dubai y otros estados del Golfo. Este intento resulta más esperanzador por cuanto que indica que los dirigentes de estos reinos del desierto están comenzando a pensar en el futuro a largo plazo, en un tiempo en el que ya no habrá petróleo.

Los nuevos eco-asentamientos están muy bien para aquellos sitios donde existe la tierra, la voluntad y la tecnología para construirlos. Sin embargo, la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades y éstas, de Londres a Sao Paulo, no son en absoluto sostenibles. Tendrá que aplicarse el ingenio humano para mejorarlos.

¿Qué hay que hacer?

Hay varios grados de "ecologismo", empezando por algunas ciudades actuales que disponen de sistemas bien ideados de transporte público eficiente y limpio, espacios verdes y modernas técnicas de generación de energía y reciclaje.

El ejemplo más destacado es Curitiba, en Brasil, ciudad planificada a finales de los años 60 por el visionario arquitecto y urbanista (así como alcalde en varias ocasiones y gobernador del estado) Jaime Lerner. En un tiempo en que el resto del mundo urbano se resquebrajaba a base de carreteras de circunvalación y autopistas, Lerner adoptó un planteamiento equilibrado.

Los coches no eran símbolos del mal, pero quizá no serían tan necesarios si el transporte público era realmente bueno. Y quizá era posible excluir los automóviles en aquellos lugares donde la gente tendía a reunirse a pie. El tiempo le ha dado la razón.

El valor del experimento de Curitiba es la forma pionera en que previó las necesidades que tendrían todas las ciudades a principios del siglo XXI. Aunque es más sencillo planificar un maravilloso sistema de transporte en una ciudad nueva que implantar un nuevo sistema en una ciudad que ha perdido el hábito, Curitiba muestra que nunca es demasiado tarde. La ciudad no podía permitirse costosas redes de metro, por ejemplo, así que ideó formas de aumentar la frecuencia de los autobuses.

Pequeños proyectos

Las ciudades que no han hecho nada por desarrollar un sistema de transporte público -como Astana, nueva capital de Kazajstán, completamente atascada ya en las horas punta- podrían intentar aplicar el modelo de Curitiba y hacerse así mucho más verdes. Sucede incluso a escala pequeña en Gran Bretaña. Llevamos un tiempo siendo capaces de desarrollar pequeños proyectos no emisores de dióxido de carbono, como el famoso plan de vivenda BedZED, en Surrey, ideado por el arquitecto Bill Dunster.

Hay otros arquitectos trabajando en este campo. David Marks y Julia Barfield, inventores del London Eye, han ideado ahora un nuevo aparato urbano generador de energía eólica, el Beacon, que, según ellos, podría instalarse en cualquier esquina. La idea es que estas pequeñas plantas generadoras de energía podrían ser tan habituales que pasasen desapercibidas.

Mientras, podríamos ahorrar mucho dinero y emisiones si instaláramos calentadores de agua solares y paneles fotovoltaicos en nuestras casas. Si los gobiernos se tomaran en serio sus objetivos de emisiones, introducirían muchas más exenciones fiscales para alentarnos a hacer este tipo de cosas.

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