El sol ha sido siempre objeto de veneración y respeto. A lo largo de la historia, numerosas culturas tan distantes entre sí, como la egipcia, la incaica o la china han tenido al astro rey como eje de su vida. Lo hacían porque consideraban al sol como una fuente de vida y energía. Sin él, no habría alternancia entre el día y la noche, ni fotosíntesis posible para las plantas, ni luz. En definitiva, no existiría la vida.
Como se puede observar, ya nuestros antepasados sabían bien de su importancia. Hoy en día, puede que no se considere al sol como un dios, pero sí como una pieza fundamental de nuestra existencia y una posible solución a uno de los mayores problemas que amenaza al ser humano: el cambio climático. En una época en la que se busca cada vez más utilizar fuentes de energía limpias, resulta raro que apenas se haya planteado la posibilidad de utilizar el sol como fuente a gran escala.
Es cierto que desde hace ya algún tiempo, la tecnología basada en placas solares ha crecido. Cada vez son más las nuevas construcciones que disponen de esta placas para aprovechar y destinar la energía solar a necesidades cotidianas del hogar. Sin embargo, pocas veces se ha planteado construir estas instalaciones en el espacio, donde el sol impacta con toda su fuerza. No parece una idea tan descabellada, teniendo en cuenta que en este lugar no hay nubes que hagan de interferencia, ni hay ciclo de día y noche, los dos principales inconvenientes de los paneles solares actuales.
Realmente, la idea no es nueva. Ya en la década de los años 40 del siglo pasado se planteó la posibilidad, aunque ha sido ahora, bajo el contexto de una grave crisis energética y con el cambio climático de fondo, que la idea ha ido generando adeptos entre la comunidad científica. Recientemente, Reino Unido ha anunciado que pretende poner en órbita 30 gigavatios de paneles solares de aquí a 2045. Otros países como China y Estados Unidos también han mostrado su intención en hacer lo mismo los próximos años.
Pero, ¿por qué no se ha realizado antes? ¿será suficiente para responder al desafío climático? La respuesta a la primera pregunta es sencilla: no existía la tecnología suficiente para ello. En cuanto a la segunda, es algo más complicado.
El sol como energía ilimitada
La principal ventaja de la energía solar es que se considera limpia por los pocos residuos que genera su puesta en marcha. Tampoco genera gases de efecto invernadero, grandes culpables del calentamiento global. Sí que debe tenerse en cuenta el reparto de la energía y la enorme disparidad que puede haber entre territorios, y como solucionarlo. El sol no incide de la misma forma ni en la misma cantidad en Marruecos que en Finlandia, por ejemplo.
El funcionamiento de este ambicioso plan se basa en lanzar al espacio centrales compuestas por numerosos paneles fotovoltaicos que conviertan la energía luminosa recogida directamente del sol en electricidad, la cual a su vez se transforma en un haz de microondas que es enviado hacia nuestro planeta. Este haz impacta contra una región preparada con receptores, donde se vuelve a convertir en electricidad.
Ahora bien, hay algunos inconvenientes que pueden dificultar su puesta en marcha. Uno de ellos es paradójicamente el tamaño que ocuparían estas instalaciones en la Tierra. Aunque en teoría, el proceso de captación de energía se produce fuera de nuestra atmósfera, esta energía tiene que recibirse en nuestro planeta. El problema es que para captar unos pocos gigavatios se requiere de una gran superficie llena de miles de paneles fotovoltaicos. Esto se debe a que el haz de microondas no se dirige a la tierra como una línea recta y delgada, sino que lo hace en forma de cono, es decir, fino en su origen y ancho en su destino. Al ampliarse este haz se hace necesario disponer de una antena muy ancha.
Además, toda esta energía recolectada depende de un gran infraestructura para distribuir la electricidad hasta los puntos de consumo. Por tanto, a priori, la huella ambiental en la Tierra de este proyecto no dista mucho de la que dejan las centrales actuales.
Ahora, la cuestión es si realmente estas centrales solares espaciales van a tener un impacto tan grande como para apostar por su desarrollo y puesta en marcha.