
En este caso, a la cuarta va la vencida. Tras hacerse cargo del Gobierno de Nicaragua durante cinco años (1985-1990), intentó volver al poder en las elecciones de 1990, 1996 y 2001, pero sin éxito.
El pasado domingo, el líder más popular del sandinismo cambió su suerte y se convertirá en el nuevo presidente de un país donde 4,2 millones de los cinco millones de personas que conforman su población viven con menos de dos dólares al día.
Daniel Ortega, de 60 años pero sin apenas canas y con el espeso bigote que siempre le ha caracterizado, puede que no necesite llegar a una segunda vuelta si se confirma que ha obtenido cerca del 40 por ciento de los votos escrutados frente al 29,52 por ciento de su más directo rival, el empresario Eduardo Montealegre.
¿Qué ha cambiado para que Ortega resurja de las cenizas? Por un lado, el hastío de los nicaragüenses ante los resultados fallidos de varios gobiernos de derecha que no lograron acabar con el gran mal que vive el país, la pobreza. Frente a una derecha dividida, la ciudadanía se ha abrazado a las promesas y mensajes de Ortega, similares a los del populista Hugo Chávez.
Pero, por otro lado, también ha calado en los votantes el aparente cambio de tercio de este ex guerrillero que iba para abogado, pero que lo dejó todo para seguir la causa del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En esta campaña, Ortega ha abandonado su habitual uniforme de camuflaje, ha apostado por colores vivos como el rosa, amarillo o verde frente a los tradicionales rojo y negro del FSLN y ha moderado su discurso: aunque promete combatir la pobreza, asegura que respetará a las empresas privadas. Habla de reconciliación, lo que explica que la principal melodía de sus actos electorales fuera una versión en español de Give peace a chance, de John Lenon.
Pero lo que más ha llamado la atención es su conversión al catolicismo. En septiembre decidió casarse por la Iglesia con su compañera de siempre, la poetisa Rosario Murillo. "Sentí que era un compromiso que tenía con mi madre, que era muy católica", se justificaba Ortega ante la prensa de su país. Pero muchos piensan que ésta es una artimaña más para ganar votos de indecisos.
¿Un nuevo Daniel o el mismo político de siempre con un ropaje distinto? Es lo que se preguntan muchos analistas, que aún desconfían de este cambio de Ortega. "Aunque ha tenido una notable transformación en estos últimos años, no deja de preocupar a los nicaragüenses porque en la mayoría de sus declaraciones es siempre ambiguo y sus ideas se mueven entre el populismo de los 80 y el apoyo (aunque muchas veces velado) de las políticas de los 90, impuestas, como se sabe por los organismos internacionales", afirma en un reciente artículo Karlos Navarro, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.
A quien no convence tampoco es a su eterno enemigo, EEUU, quien ve en Ortega un pilar más del eje del mal que componen Castro, Chávez y Morales. Y este ex guerrillero que se exilió a Cuba tras siete años en la cárcel por atracar un banco, no lo oculta: "Yo me siento hermano de Gadafi, Chávez, de Fidel, de Lula, de Evo...", ha dicho.