
La forma más directa para empujar la energía eólica y solar sería un sistema global de impuestos sobre el carbono en ascenso, crear una demanda previsible que atraiga inversores y más interconexiones.
En la tarde del 25 de julio, los generadores renovables saciaron un 78 por ciento de la demanda doméstica alemana. Una cifra tan impresionante, junto con la noticia del floreciente sector eólico en América y China podría hacer pensar que la revolución de las renovables es más o menos triunfante y el mundo camina hacia los páramos amplios, soleados (y ventosos) de una energía limpia abundante. Pero no es el caso.
En algunos sitios, las turbinas eólicas y las placas solares son una forma más barata de generar electricidad que los combustibles fósiles. Y en muchos otros, los subsidios y requisitos normativos fomentan su uso de todos modos. Pese a todos los avances, adquiridos a un precio muy alto, la energía renovable salvo la hidráulica todavía no genera el 3 por ciento de la energía mundial.
El enorme crecimiento de la energía eólica no llega a alcanzar la cuota que la Agencia Internacional de la Energía (IEA), un grupo de reflexión intergubernamental con sede en París, estima necesaria para que el mundo tenga una buena oportunidad de limitar el calentamiento global a menos del 2°C.
Ese escenario exigiría que el mundo generase once veces más energía eólica en 2050 y 36 veces más energía solar. Y hay que añadir una buena dosis de energía nuclear también. Si, como los verdes alemanes y muchos otros, preferiría prescindir de ella, la cuota de la energía renovable se vuelve más disparatada.
La forma más directa y justa de avanzar hacia más energía baja en carbono sería un sistema global de impuestos sobre el carbono en ascenso continuo. A falta de esa política acertada, hay otras formas de fomentar la extensión de las renovables.
Quitar las subvenciones a los combustibles fósiles en todo el mundo sería una de ellas. Otra, aumentar la inversión pública en investigación de energía baja en carbono. La investigación en energías renovables, sistemas de almacenamiento y transmisión energética representa apenas el 1 por ciento del gasto en I+D estatal en los países ricos. Por eso el auge de las renovables de la pasada década, en especial la eólica, ha sido en su mayoría cosa del aquí y ahora: muchas ayudas para el despliegue de la tecnología actual pero muy poco gasto en la de mañana.
El diseño de los mercados eléctricos también importa. La mejor forma de financiar la energía renovable es con la creación de una demanda previsible, que atraiga a inversores institucionales. Eso suele implicar contratos de precio fijo a largo plazo, asignados por subasta. Estos programas funcionan bien, sobre todo en los mercados emergentes donde cualquier energía extra es bienvenida. En los maduros, las renovables tienen que desplazar a la capacidad existente, que es más difícil.
De redes
Hay más problemas que superar. El récord en Alemania fue en una tarde ventosa al norte del país, donde están casi todas las turbinas, y otra soleada en el sur, cubierto de placas solares. Las coincidencias afortunadas tienen anversos (noches de invierno oscuras y tranquilas) que hay que tener previsto. Hace falta un equilibrio entre capacidad de almacén, energía de reserva y conexiones internas entre las redes eléctricas.
En sitios como Escandinavia o Brasil, la energía hidráulica y la eólica funcionan bien de la mano. Las centrales eléctricas alimentadas a gas, de construcción barata y relativamente bajas en emisiones, también están bien. Pero cuesta conseguir que la gente construya centrales eléctricas de gas que no se vayan a utilizar mucho, lo que en los mercados con mucha energía renovable es el sino inevitable. En Alemania, el auge renovable ha visto curiosamente cómo el gas se quedaba desbancado por el lignito, más barato y mucho más sucio.
Interconexiones
El abastecimiento de capacidad de reserva debe integrarse en cualquier política que dé a las renovables un papel amplio. Y la tecnología y los esquemas de precios que facilitan a las personas y a la industria usar menos energía cuando la red funciona con combustibles fósiles y más cuando sopla el viento y luce el sol. Las propias redes deben prestar atención porque la energía renovable se beneficia de las grandes redes que pueden traer la electricidad de lugares distantes, ventosos y soleados.
La política de expandir e interconectar las redes suele contravenir los intereses de algunos productores porque erosiona su capacidad de conseguir rentabilidad. También da menos margen a los políticos para interferir en sus sistemas energéticos nacionales y locales, pero es esencial para que las renovables florezcan.