
José Montilla habla catalán en Barcelona, pero retoma rápidamente el acento cordobés cada vez que, como ayer, visita su pueblo natal.
Emigró desde Iznájar a Cataluña con 16 años, y esa dualidad es la que marca el sino de su vida, su trabajo, su forma de hacer política y hasta su relación familiar.
Cuando llegó al Gobierno desde la alcaldía de Cornellà todo el mundo lo vio como un "paracaidista", pero los que lo conocían sabían que iba a tardar poco en alcanzar sus máximas ambiciones personales.
A los seis meses de entrar en el equipo de Zapatero ya había hablado con las grandes empresas del país, desbloqueó el reparto de derechos de emisión de CO2 y promovió estudios sobre energía que en la mayor parte de los casos se quedaron en un cajón.
Dos años después de las elecciones, da la impresión de que Montilla ha sido el ministro omnipresente por su actuación más llamativa como cuasi promotor de la mayor batalla empresarial de los últimos años: la opa de Gas Natural sobre Endesa, que le ha ocupado la mitad de su mandato.
Montilla ha afrontado subidas de la tarifa eléctrica y de los carburantes y, por si eso fuera poco, ha tenido que torear a ambos lados de la barrera para sacar adelante el Estatut, que a la postre ha sido su trampolín de vuelta a Barcelona.
A cualquiera que se lo digan, no se lo cree. Montilla lo lee todo, duerme entre tres y cuatro horas al día, reflexiona, observa, marca las pautas con ojos de astuto estratega y anota con su pluma algún detalle necesario en una pequeña libreta que siempre le acompaña.
A este hombre menudo, sin estridencias, tampoco le tiembla nunca la mano cuando tiene que ejecutar lo que ha decidido hasta sus últimas consecuencias. No le gusta dar marcha atrás y menos si ha comprometido su palabra.
Quien piense que su mayor preocupación es la condonación de un crédito del PSC por La Caixa o los lazos empresariales que le unen a un consejero de Gas Natural, es que no lo conoce bien. Todo tiene solución para Montilla, sólo hay que saber administrar los tiempos y no romper puentes que pueden ser útiles en el futuro.
Heredó el ayuntamiento de Cornellá, en 1985, con su industria en declive. Veinte años más tarde, es una de las zonas más prósperas de Barcelona que puede presumir de no tener paro. Atendía a todo el mundo de sol a sol y supervisaba cualquier gasto en el ayuntamiento que superase las 50.000 pesetas, pero aquel hombre de entonces parece que ya no es el mismo, obcecado en defender los intereses de Cataluña en España.
Era "Pepe Montilla", el alcalde que mantuvo ese ayuntamiento 19 años con mayoría absoluta y que todo el mundo saludaba por la calle.
Se despide hoy de su puesto de ministro, el hombre que incubó el Tripartito catalán y un comodín básico para los intereses del Gobierno de su 'amigo' personal, Rodríguez Zapatero.
Todo es dual en la vida de este alcalde-ministro venido a más, menos los trillizos que tuvo en sus segundas nupcias y con medio siglo cumplido. Montilla toma otro camino pero deja tras de sí ríos de tinta. Su paso por el Gobierno no ha pasado desde luego desapercibido.