
Ya proclamó Cicerón que sólo un político puede salvar a otro político de la impopularidad. ¿Cómo? Con un ascenso antes del fracaso.
Eso es lo que le ha ocurrido al alcalde de Barcelona, el socialista Joan Clos (Parets del Vallès, 1949), que ha visto cómo José Luis Rodríguez Zapatero -bajo la batuta de Maragall- le señaló ayer para relevar a José Montilla, candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat en los comicios del 1 de noviembre, en la cartera del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo.
Clos deberá tutelar a partir de la semana próxima la difícil situación generada en el sector eléctrico español, donde Endesa ha recibido ofertas de compra de Gas Natural y EON, y que ha enfrentado al Gobierno español con la Comisión Europea. Quizá su formación como médico anestesista ayude a Clos a adormecer con dosis de tranquilidad los frentes energéticos abiertos ante Bruselas.
Pero Clos no llega con buena popularidad a Madrid. Las expectativas no cumplidas en cuanto a relevancia internacional -e interna- del Fórum Universal de las Culturas en 2004 le han pasado factura en el ámbito municipal. Por no hablar de otros problemas domésticos.
Todo ello ha oscurecido el brillo que le aportó el éxito de los Juegos Olímpicos de 1992, conseguidos durante la etapa de su amigo y mentor Pasqual Maragall. Entonces, Clos empezaba a despuntar en la alcaldía de Maragall cuando se ocupó de llevar las finanzas internas y de los Juegos. La crisis del derrumbe en el barrio del Carmel y la polémica ordenanza sobre el civismo, que enfrentó a los partidos del tripartito municipal (a Clos le apoyan con críticas los republicanos de ERC y los ecosocialistas de ICV), también han contribuido a su desgaste como alcalde los últimos tres años.
El polémico alcalde barcelonés llega al primer Gobierno de Zapatero a mitad de legislatura, de la misma forma que Clos sustituyó a Pasqual Maragall en 1997.
Con una popularidad a la baja en las encuestas a favor de CiU -que nunca ha gobernado en Barcelona, pero que ha recortado distancias con la hegemonía socialista en la ciudad-, el balance no puede ser más negativo para Clos.
Con lo que la decisión de Zapatero de llevárselo a Madrid le ha venido como un salvavidas político. El primer edil sigue contando sus días por polémicas y su figura no deja de resquebrajarse para brindis de muchos, como el colectivo de prostitutas a las que este médico de blanco pelo y tatuada sonrisa decidió retirar de la circulación, como si de coches viejos se trataran.
Clos dejará el puesto de alcalde, previsiblemente, a Jordi Hereu, su mano derecha y responsable de movilidad. Aunque otro bien posicionado para el sillón de la alcaldía en las municipales de 2007 es Ferran Mascarell, actual conseller de Cultura del agonizante gobierno Maragall, que se postuló como el sustituto electoral de Clos.
El cambio le ha llegado a nueve meses de las elecciones con un golpe de timón -de eso sabe mucho como amante de la vela- propiciado por Maragall para evitar una debacle en las elecciones. A Clos le espera ahora nuevos frentes complicados de lidiar en España y en Cataluña, como el futuro en la gestión del aeropuerto de El Prat.