En el campus de investigación de British Telecom se busca la fórmula para insertar chips en el nervio humano, enviar sensaciones al cerebro y cruzar el mundo real con el virtual.
Escafandras blancas tras el ojo de buey de una puerta blindada. Una madre de silicio espera a que la ayuden a tener la camada histórica. Millones de criaturas, invisibles de tan pequeñas, positivadas sobre su cuerpo de metal. Caballos de Troya de dimensiones microscópicas capaces de colarse en la suela de un zapato, en una tarjeta, bajo la piel o en una lentilla. Dijeron que iba a suceder pero no que la llave del cambio aparecería el día en que se consiguiese reducir lo suficiente el tamaño de los microtransmisores, los chips. El reinado de la máquina ha comenzado.
En algún punto del hilo cronológico entre hoy y 2020, un grupo de científicos logrará reducir los chips tanto como para implantarlos en el nervio humano. Será el momento en que el mensaje ya no será la voz, ni un texto escrito, ni una melodía. Será todo eso y, además, podrá ser una sensación. Pero lo más importante, no será la persona que lo envía quien decida. Emitiremos información constante sobre nosotros mismos. Nuestro perfil de consumo, nuestro historial clínico, si tenemos un virus cuando entremos en un supermercado... Las operadoras de telecomunicaciones se preparan para ese día, para perfeccionar la superposición del mundo real que nos rodea con una realidad virtual.
Invierten miles de millones de euros al año en trazar las redes de telecomunicaciones que permitan el envío masivo de señales con un mismo código reconocible por cualquier chip: las redes IP (Internet Protocol o Protocolo de Internet). Los mensajes en las nuevas autopistas se pueden fragmentar y mezclar con los fragmentos de otros mensajes ganando en velocidad y eficiencia. Porque cada fragmento sabe su origen y su destino, y cuando alcanza el objetivo se une al resto de fragmentos del mensaje original para hacerlo de nuevo inteligible. Da igual que sea voz que sensaciones. Todo será IP.
British Telecom va a invertir cerca de 15.000 millones de euros en total para tener en 2009 su red IP, a la que ha llamado "21st Century Network" (la Red del Siglo XXI). Telefónica está creando su propia red IP y va a invertir en cinco años en banda ancha unos 10.000 millones. British Telecom invierte en investigación y desarrollo unos 375 millones y registra más de cien patentes al año.
Dadme un nieto virtual
En lo que todas, lógicamente coinciden, es en lo beneficioso que será el uso de estas redes en el futuro. En British Telecom recuerdan que las ancianas que viven solas en sus casas podrán contemplar a sus nietos jugando en el salón, aunque no estarán allí. Unas gafas (en breve) o unas lentillas (en un futuro próximo) a las que podrá enviarse una imagen virtual que se superponga a la real lo harán posible. Por la misma vía, un amigo podrá dejarnos un mensaje en la esquina de una calle con una flecha que señale en qué cafetería nos está esperando. La cafetería la captará nuestro ojo porque está ahí. La flecha y el mensaje de nuestro amigo lo recibirá el chip de las lentillas.
Serán sólo pequeños pasos. En el viaje sin retorno a nuestros centros neurálgicos y sensoriales han empezado ya a bajar por debajo del nivel de la epidermis. Quieren que llevemos tatuajes que cambien de forma y color a nuestro antojo. Un público objetivo adolescente, devorador de tecnología, es un alumno perfecto para que en un plazo de cinco años tengan tan asimilado el sistema que sus tatuajes puedan pasar a ser maquillajes virtuales o pantallas para recibir los correos electrónicos en el antebrazo. ¿No se lo creen? En Barcelona una discoteca implanta ya, a sus clientes VIP, microtransmisores bajo la piel para que, cuando entren, reciban el trato adecuado a su perfil.
El siguiente paso, con el chip ya insertado en el nervio, será el envío de sensaciones. ¿Qué pasa con la seguridad, los hackers? ¿Podrán neutralizar a un país con el envío masivo de un dolor de muelas?, preguntó un periodista irlandés del restringido grupo al que British Telecom ha invitado este año a conocer las entrañas de su campus de investigación Adastral Park. Cada día se mejora en seguridad, fue la inquietante respuesta.
Debe ser lo único que no tienen calculado. El resto del calendario impresiona con mirar sólo a antes del año 2010 (ver gráfico en la parte inferior). Tienen previsto hasta el probable rechazo. Y le han puesto nombre: los nuevos hippies. Si no van a formar parte de este grupo, siéntense a esperar a que una imagen de sus hijos aparezca en la oficina para que ustedes, que no son ustedes porque han elegido por la mañana vestirse la imagen de George Clooney (o que los demás les perciban con ese aspecto), reciban la sensación de estar con los suyos y pierdan esa terrible, pesada y punzante sensación de soledad y tiempo mal empleado.
Porque los investigadores dicen que no hay nada que hacer. Y mientras, ocultas bajo un edredón blanco de nubes que revienta de agua, tan espeso como para ocultar aviones en la Segunda Guerra Mundial, criándose a placer en un espacio de 110 acres, mimadas por un grupo de 500 científicos que sólo piensan en ver crecer a sus criaturas, las máquinas empiezan a dominarnos en Adastral Park, cerca de un tranquilo pueblo portuario de Ipswich.
Son pruebas. Pero funcionan, y algunas están empezando a probarse en espacios reales, como las sanitarias. En Adastral Park los paneles publicitarios reconocen a la persona que se les acerca (si lleva la tarjeta con el chip) y le muestran sólo productos adecuados a su patrón y posibilidades de consumo. En otro edificio un decorado de clínica al uso demuestra que el médico puede saber quién entra en la consulta y ver su historial clínico antes de decirle Good morning! Después envía a la farmacia el medicamento que esa persona puede liberar en el que, cada cápsula que saque del envase dejará un registro sobre la hora y día en que se tomó.
Todo camina para llegar a ese mundo de 2050 que en British Telecom pronostican en el que la mayor parte de la actividad sobre la Tierra la desarrollen dispositivos ideados por el hombre: máquinas.