Empresas y finanzas

Un universo del vino a través de un pequeño distribuidor

Por José Luis Murcia

Madrid, 15 abr (EFECOM).- Nicolás Fernández Trujillo es un jerezano que regenta la pequeña distribuidora de vinos Scott Henry en Madrid dedicada, sobre todo, al descubrimiento y comercialización de vinos de escasa producción y originalidad, independientemente de su ubicación.

Un año más, con los responsables de las bodegas que representa, se ha dado cita en el Salón de Gourmets, en la Casa de Campo de Madrid, en una feria que fue inaugurada ayer y que cerrará sus puertas el próximo jueves, tras mostrar al público más de 40.000 productos de calidad.

Su empresa cuenta, además, con la participación de un proyecto en bodegas Tierras, en Labastida (Rioja Alavesa), donde los vinos elaborados llegan, en no pocas ocasiones, a la categoría de sublimes, gracias al entusiasmo de sus propietarios.

Agrícola Labastida, nombre original de la propiedad, es una empresa familiar que cada año elabora un blanco con crianza a partir de la uva que la empresa considere más idónea en esa ocasión. Su última añada en venta optó por una malvasía seca, pero en la anterior la apuesta fue por una garnacha blanca.

Las producciones, casi de juguete, alcanzan en este caso poco más de cien botellas magnum (1,5 litros), pero otras apuestas más interesantes y con nombres históricos, ya que ésa es una de las aficiones de los propietarios, conjugan bien hacer con imaginación.

El vino joven de la casa, El Primavera, menos de cinco euros de precio, y El Belisario, 3.000 botellas de producción y precio medio de 30 euros, comparten el nombre de los dos primeros navíos que con vino riojano, concretamente de la familia Quintano en Labastida, a bordo salieron del Puerto de Bilbao en 1820 con destino al Nuevo Mundo.

Ambos pueden calificarse, a juicio de Fernández Trujillo, como vinos urbanos, uno fresco y otro con crianza y procedente de cepas con cien años de antigüedad, pero con el tempranillo como base y la fruta como integrante principal del producto.

Tierra Fidel, otro de los vinos insignia de la bodega, llamado así en honor del padre y propietario principal, está conformado al 50 por ciento por graciano y garnacha, con una tirada de 1.100 botellas, de las que más de 400 se beben en Washington a un precio medio de 27 euros.

Lagar de Costa, en Castrelo-Cambados, en una viña que termina al borde del mar, es uno de los vinos de Rías Baixas que rompen por su originalidad, buena estructura de los vinos que les permiten ser guardados pese a tener crianza únicamente en botella y aspirar el aroma del Atlántico, a un precio de apenas diez euros.

Bodegas Peñafiel, ubicada en la localidad vallisoletana del mismo nombre, cuenta con un verdejo monovarietal en la Denominación de Origen Rueda, denominado Hoyo de la Prieta y en el término municipal de Montejo Arévalo (Segovia) y otros vinos acogidos a la Denominación de Origen Ribera del Duero.

Los diseños de sus etiquetas, conjunción de clasicismo y vanguardia, son un canto al arte y presenta unos vinos que, sin olvidar las raíces de su origen, apuestan por un público amplio y ofrece gamas frutales y ligeras dentro de la gran complejidad aromática de sus productos.

La bodega Azul y Garanza está ubicada en el desierto navarro de las Bardenas Reales donde la lluvia es un bien preciado y donde las viñas sufren estrés hídrico, un magnífico mal a decir de los expertos, ya que permite una mayor concentración de azúcares y polifenoles en las uvas.

Con las leyes de la biodinámica, agricultura ecológica que tiene en cuenta los ciclos de la luna como estandarte, los propietarios de la bodega optan también por vinos ligeros, fáciles de beber, pero complejos en su elaboración y degustación y con un emblema, su vino Desierto elaborado con cabernet sauvignon que eleva a la categoría del éxtasis esta uva de origen francés.

Jiménez Landi es otra bodega biodinámica ubicada en la Denominación de Origen Méntrida, en la provincia de Toledo colindante con Madrid, donde las garnachas centenarias son "delicatessen" en peligro de extinción.

Daniel Gómez Jiménez-Landi, enólogo de la bodega, insiste en que el vino se hace en el campo y se muestra partidario de dejar a la naturaleza hacer.

Elabora sus vinos con syrah y garnacha, aunque su objetivo próximo es elaborar un monovarietal de la segunda con el fruto obtenido en los suelos graníticos de El Real de San Vicente (Toledo).

Vinyes Doménech, en el término municipal tarraconense de Capçanes, dentro de la Denominación de Origen Montsant, hace una apuesta de garnachas viejas en un vino llamado Teixar del que sólo se han elaborado 700 botellas y mezcla con merlot en Furvus, su otra gran apuesta de la que ha elaborado 12.000 botellas.

Allende los mares, la empresa francesa Finca La Promesa ha puesto sus pies en Mendoza (Argentina), dentro de la Denominación de Origen Luján de Cuyo, con una pequeña producción de 23.000 botellas que se dividen, todos con el nombre Trapezio, en sendos monovarietales de merlot, tinto y rosado, y un ensamblaje de merlot, cabernet suavignon y bonarda.

EEUU, Canadá, México, China, pero también España y Francia son clientes de esta empresa, espejo de las pequeñas y competitivas compañías que florecen en estos momentos en Argentina.

Y es que Nicolás Fernández, que también comercializa vinos bordeleses, es como un pequeño universo del vino donde la hostelería puede encontrar rarezas, originalidad y vanguardia. EFECOM

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