La respuesta a la pregunta de si deben los miembros de la comunidad empresarial mejorar sus relaciones públicas explicando los conceptos básicos del capitalismo es "no"; a menos que posean un extraño y ardiente deseo de ser culpados, desdeñados, menospreciados y vilipendiados durante los próximos meses o, más específicamente, hasta el 4 de noviembre de este año, cuando se celebren los comicios presidenciales en Estados Unidos.
Apostamos a que esta retórica de odio a las corporaciones, tan atiplada y sí, tan hipócrita, concluirá el día de las elecciones, cuando los ganadores, sin importar a qué partido político pertenezcan, deberán retornar a una realidad que la mayoría de ellos conoce a la perfección. Las empresas no son enemigas del pueblo. Son el pueblo. Y las empresas no destruyen esperanzas. Las crean.
Crucificar la Corporación
Pero éste no es el momento de decir esas cosas. Es, en cambio, la época de fomentar el celo -esto es, de los feroces simpatizantes- y denunciar al hombre de la bolsa. Y no hay hombre de la bolsa más conveniente, temporada electoral tras temporada electoral, año tras año, que la Corporación.
¡La palabra en sí es tan impersonal! Conjura imágenes de fortalezas de hormigón y un gran número de rascacielos brillantes. Eso permite a los políticos formular sin reparos declaraciones como las que oí la otra noche: "Durante los últimos siete años hemos tenido un presidente que sólo defendió a las corporaciones. Ha llegado el momento de tener un presidente que lo defienda a usted".
¿Usted? ¿Quién es usted? ¿Quiénes son esos ustedes que de alguna manera no forman parte, de alguna manera, de una empresa? Por cierto, parte de la población está formada por estudiantes, empleados del gobierno y trabajadores del sector sin ánimo de lucro.
Empresas llenas de seres humanos
Pero hay que ser realistas. La mayoría de los estadounidenses se ganan la vida en empresas. Y no todas esas empresas son lideradas por ejecutivos de Wall Street, sin rostro, sin sangre, que reciben enormes bonificaciones.
Hay obreros de las grandes empresas petroleras, trabajando en algunas de las condiciones más difíciles del planeta, desde las arenas con sedimentos petroleros en Canadá hasta los mares profundos frente a la costa de Noruega.
Y también están los inmunólogos y los oncólogos de las grandes empresas farmacéuticas trabajando en sus laboratorios para encontrar una cura al sida y al cáncer.
Ellos son inmigrantes, de Ecuador o de Vietnam, administrando el restaurante de la esquina o lanzando una empresa de alta tecnología en su garaje.
Lo que queremos decir es que las corporaciones no son un grupo de edificios. Como todas las empresas, están hechas de carne y sangre. Se trata de seres humanos.
Y la mayor parte del tiempo se trata de seres humanos que intentan hacer un mundo mejor para sus familias y empleados.
Ahora bien, no estamos negando la codicia corporativa. Ni siquiera estamos señalando que el capitalismo es perfecto. El sistema tiene sus fallos, pero no hay otra estructura económica mejor a la hora de crear empleos reales.
Está bien, nos bajaremos de la tarima del orador callejero. No se trata de que hagamos una defensa del capitalismo, sino que nos preguntemos si las empresas no deberían defender su posición.
Cuando lleguen las elecciones
Y esta es nuestra respuesta: en esta tonta temporada, es una tarea ingrata. Cuando retorne la normalidad el 5 de noviembre, o después, los políticos que desean concretar algo y que realmente quieren construir una sociedad mejor tendrán que reconocer que las empresas no son "ellos". Las empresas son todos.
Y con la vuelta a la normalidad, deberemos hablar de nuevos gerentes al mando de un equipo sin experiencia. A estas personas deberán preocuparles dos problemas. Pero en primer lugar, dediquemos un momento para pensar en todas las cosas que deberá concretar.
Los equipos jóvenes, especialmente si los lideran nuevos gerentes, deben ser los grupos más enérgicos y con mayor entusiasmo. Esos equipos están generalmente exentos de una mentalidad de "estuve aquí, hice esto" que afecta a muchos de los equipos que ya cuentan con experiencia. Raramente consideran que un desafío es imposible de resolver. Y con frecuencia aceptan gustosos el cambio.
¡Si fuese posible embotellar esas cualidades! Pero los equipos inexpertos tienen sus problemas. El primero es que ignoran el nivel de riesgo que la organización puede absorber.
Es por eso que usted, inclusive en el cargo de nuevo gerente, debe asegurarse que sus subordinados entiendan el equilibrio entre algo que es audaz a nivel estratégico, y que es con frecuencia bueno, y respetar los límites del riesgo aceptable, que es siempre muy necesario.
El segundo problema tiene que ver con usted como líder del equipo. Con demasiada frecuencia, gerentes inexpertos suelen contratar amigos o, al menos, personas que las hacen sentir seguros. Combata esa tendencia.
Busque personas que sean mejores, más inteligentes y más talentosas que usted. Esas personas impulsan a la organización a nuevas alturas en materia de desempeño.
Y le garantizamos que su carrera seguirá esa tendencia.