
"Una cosecha así no la veíamos desde hace por lo menos 17 años". En el soleado valle de la Bekaa, en Líbano, los cultivadores de hachís y de opio sonríen. Detrás de sus huertos de tomates, cebada y maíz, decenas de miles de plantas de marihuana han crecido sin problema alguno. Esta vez las cosas han ido muy bien.
Para preservar las plantaciones ilegales no tuvieron que disparar ni un solo tiro. Se podría decir que las fuerzas del orden se hubiesen volatilizado. Las plantas fueron recogidas en el momento justo y secadas con sumo cuidado para ser transferidas a laboratorios inaccesibles, en las cumbres de los riscos cerca de la frontera siria, donde se transforman en hachís. Buena parte de la cosecha ya ha tomado el camino de los países en los que será consumida.
Nadie se molesta en negar la realidad. La cosecha de cannabis alcanzó en 2007 una producción como sólo se veía en los años de la guerra civil, cuando las milicias rivales se dividían el territorio y conseguían con su comercio ilegal cientos de millones de euros.
Terminada la guerra, en 1990, el ejército y las fuerzas especiales consiguieron destruir en cinco años casi por completo las plantaciones de marihuana y de opio.
"En el último año -explica a Il Sole 24 Ore el general Asrahf Rifi, el número uno de las fuerzas de seguridad- perdimos la batalla contra las plantaciones de droga. Los combates en el campo palestino de Nahr el-Bared (la batallas más sangrienta en Líbano desde 1990) contra los extremistas islámicos de Fatah al-Islam duraron casi cuatro meses y terminaron a comienzos de septiembre. Y allí estuvieron luchando cientos de soldados. Otros muchos miles fueron desplegados en Beirut para evitar nuevos atentados y proteger el Parlamento y los puntos neurálgicos de la ciudad".
Y, de esta forma, la ley según la cual cuanto más inestable es la situación más crece el negocio ilegal se confirmó por enésima vez. El ejército consiguió erradicar sólo ocho hectáreas de opio en total, y únicamente por el hecho de que madura antes que el cannabis. En cualquier caso, es poca cosa respecto a las 22 hectáreas de 2006. Sobre todo si se tiene en cuenta que en 1990 estaban censadas 1.500 hectáreas de opio. Pero el más floreciente ha sido el negocio del hachís. En 1990 se estimaban en 3.000 hectáreas las plantaciones y fue en 2006 cuando el ejército erradicó 388. En 2007 las autoridades se limitaron a responder que "ninguna plantación fue erradicada". ¿Y cuántas hectáreas se habían plantado? Las estimaciones, sin verificar, hablan de al menos 7.000.
Las autoridades se justifican: causas de fuerza mayor. Aunque el mal menor, en este caso, sea un negocio que en 2007 puede que haya superado el valor de los 170 millones de euros. "Y es que -admite el general Rifi- tenemos que hacer frente a otro inconveniente: la marihuana libanesa es una de las más solicitadas por su calidad". La llaman "la libanesa roja" por las fértiles tierras color ladrillo que hacen de la Bekaa una de las regiones más fértiles de Oriente Medio.
El intermediario
Abu Omar no es un asesino, a pesar de haber pasado la mitad de su vida en la cárcel. Él se define como un intermediario. "La cosecha de cannabis -explica en su apartamento de un barrio pobre de Beirut- ha sido abundante. Los campesinos consiguen por cada kilo entre 550 y 700 euros. Los intermediarios lo revenden a 820 a los grandes contrabandistas que, a su vez, lo exportan. En Arabia Saudí y en Egipto un kilo cuesta 2.700 euros; en Europa todavía más. Por lo que yo sé, la mayoría de la mercancía termina en Egipto, Europa e Israel".
Lo sabe bien el general Michel Shakkour, jefe de la división criminal de investigación, el hombre antidroga del Líbano. Ha sido víctima ya de tres atentados, a pesar de que viaja siempre con escolta y en un coche blindado. "Desde finales de la guerra, en 1990, habíamos destruido prácticamente la producción. La seguridad interna destruía las plantaciones, escoltada por cientos de soldados y helicópteros blindados. Era algo fácil, aunque a veces se produjeran intercambios de disparos. No en vano el negocio implicaba a miles de familias, defendidas por clanes potentes. Para estar seguros de que destruíamos la cosecha, arrancábamos las plantas y las quemábamos sobre el terreno. En 2008 esperamos retomar el programa de destrucción".
Pero en Líbano hablar de futuro, aunque sea a corto plazo, es siempre un riesgo. Porque este año podría pasar de todo. El país está atravesando la peor crisis institucional desde 1990. De hecho todavía está sin presidente.
Otro importante personaje, el general François al-Hajj, candidato a convertirse en el jefe del ejército, fue víctima de otro grave atentado el pasado mes de diciembre. La lucha entre la oposición prosiria y la mayoría antisiria sigue enconada y en todo lo alto. El Gobierno está paralizado y la reconstrucción avanza al ralentí. Hay quién se pregunta cómo es posible que Hizbulá, el movimiento chiíta que controla meticulosamente su territorio, haya permitido el desarrollo de estas cosechas ilegales en la Bekaa, uno de sus feudos. La respuesta la ha dado, en el diario Daily Star, Abu Zeinab, un influyente miembro de la cúpula del Partido de Dios.
Abu Zeinab admitió que el partido está al corriente del comercio de la droga, aunque se opone a él tanto desde el punto de vista religioso como político. Pero ni siquiera el poderoso Hizbulá es capaz de detenerlo. "Los habitantes de Balbeek son muy pobres -explicó al diario- y, por eso, se dedican a la única cosecha que les permite tener algo de dinero. Y éste es el cultivo de la droga. El Gobierno quema las plantaciones y el ejército muestra al mundo que está combatiendo la droga y la corrupción, pero deja a los campesinos sin alternativas y sin plantas para poder seguir viviendo".
El tiempo dirá si, para el cannabis, fue sólo un año excepcional. En el valle de la Bekaa corren rumores de que los campesinos, este año, sembrarán todavía más. Considerando la inestabilidad política, es insignificante el riesgo de ver toda la cosecha quemada. Los soldados del ejército estarán ocupados en otras cosas también en 2008.