Empresas y finanzas

El 'apetito' de Asia lucra a occidente: la demanda de alimentos dará salida a los excedentes europeos

El aumento del precio de los cereales es, en gran parte, consecuencia del desarrollo económico global. Nos hacemos cada vez más ricos, pero satisfacer nuestras necesidades primarias nos cuesta cada vez más. Señal de que hoy el crecimiento mundial, aún cuando sigue cercano al 5 por ciento anual, corre el riesgo de convertirse en un juego de suma cero.

El crecimiento de la riqueza, como recordaba recientemente Martin Wolf en un artículo en The Financial Times, es ese proceso que ha transformado la economía en un juego de suma positiva, capaz de crear bienestar si no para todos, sí para muchísimos. La continua expansión de la tarta ha permitido redistribuir recursos, suavizando los peores conflictos sociales. En un mundo sin crecimiento, la lucha por dividirse recursos que no aumentan corre el riesgo de ser, en el mejor de los casos, estéril y, en el peor, dramática.

Hoy, la dinámica de las cotizaciones de la comida, tras un cuarto de siglo de continuo descenso (el precio del grano todavía es hoy inferior, en términos nominales y en términos reales, al de 1974), unida a los problemas medioambientales, es una señal de que este proceso virtuoso podría interrumpirse. Pero también indica que pueden abrirse nuevos y atractivos escenarios de cooperación global para evitar que suceda algo así.

La razón principal de la aceleración del precio de los cereales y de los productos alimenticios en general (y de todas las materias primas) -que han alcanzado uno de sus picos en la recta final del pasado año- es la concentración del crecimiento económico, sobre todo, en los dos países más poblados del mundo, China y la India.

El aumento del bienestar ha determinado una modificación de los hábitos alimenticios. Como recuerda The Economist, en 1985, como término medio, un chino comía 20 kilos de carne al año; hoy come 50. Dado que, para producir un kilo de carne, se necesitan entre tres y ocho kilos de cereales, la demanda indirecta de grano ha crecido de una forma exponencial y ha ocasionado el aumento del precio de todos los alimentos.

Si la comida más cara es un problema para todos, lo es especialmente para aquellos que no se benefician de la aceleración del crecimiento global. Desde los habitantes de las periferias de las grandes ciudades de los países en vías de desarrollo a los trabajadores y empleados con un salario fijo de las ciudades europeas.

El crecimiento de las economías emergentes o incluso los grandes beneficios para los agricultores (muchos de los cuales están en los países pobres, que ciertamente se alegran por el vigor de los precios) no compensan sus pérdidas.

Con todo, los precios de las materias primas son sólo una parte del problema. El medio ambiente es la otra gran cuestión global y, justamente, la segunda principal causa del aumento del precio de los cereales es la utilización del maíz para producir etanol -carburante limpio- en Estados Unidos.

En definitiva, ¿qué hacer para evitar el crecimiento de suma cero? ¿Cómo seguir creando riqueza para todos? Las opciones son más escasas de lo que pudiera parecer. Mientras tanto, el aumento de los precios agrícolas descuadra el presupuesto según el cual los gobiernos occidentales han subsidiado y protegido su propia agricultura para mantener el nivel de renta de los agricultores.

El incremento de la demanda mundial hará aumentar la producción agrícola sin incentivos distorsionadores y costosos para los ciudadanos (casi el 50 por ciento del presupuesto comunitario es destinado a la agricultura y al desarrollo rural). El desmantelamiento de estas políticas permitirá utilizar esos recursos para compensar a aquellos que están más expuestos al aumento del precio de la comida.

El hecho de que este año la Comisión Europea haya levantado la obligación de mantener en reposo el 10 por ciento de las tierras cultivables y haya aumentado las cuotas lácteas son signos esperanzadores.

En definitiva, el motor del crecimiento se ha trasladado al Este. En un mundo tan integrado, este proceso sólo es sostenible si los beneficios del desarrollo son compartidos a nivel global y no crean consecuencias negativas en otras partes. La vía de los acuerdos globales sigue siendo, pues, el camino hacia un juego de suma positiva.

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