
La Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco de Canadá y el Banco de Suiza se han unido para luchar contra la crisis. La iniciativa no pondrá fin
a las turbulencias financieras, pero puede ser el primer paso hacia más acuerdos
HISTORIA. Así, con mayúsculas. De la que después se recoge en los libros. Eso es lo que hicieron el pasado miércoles Ben Bernanke, Jean-Claude Trichet, Mervyn King, David Dodge y Jean-Pierre Roth, los máximos responsables de cinco de los principales bancos centrales del mundo.
Ese día, en una acción sin precedentes, anunciaron un plan coordinado con el que plantar cara a los serios problemas que están sufriendo las entidades financieras y que amenazan con propagarse al conjunto de la economía. La Reserva Federal (Fed) estadounidense, el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra, el Banco de Canadá y el Banco Nacional de Suiza, unidos, juntos, con una sola voz para contestar los desafíos de la crisis, de la tormenta perfecta que se cierne sobre el sistema financiero internacional.
Inyección para las entidades financieras
En concreto, la brigada de los cinco ha acordado llevar a cabo cuatro inyecciones de liquidez conjuntas. Las dos primeras se realizarán la semana que viene, exactamente los días 17 y 20, aunque las cantidades se liquidarán el 20 y el 27 de diciembre. Cada una de estas operaciones, que se ejecutarán mediante el formato de subastas, pondrá a disposición de las entidades financieras 20.000 millones de dólares -unos 13.750 millones de euros-. En total, por tanto, los bancos recibirán 40.000 millones de dólares -27.500 millones de euros- antes de fin de año.
Tras ellas, la ventanilla de las entidades no se cerrará, ya que están programadas otras dos subastas para los días 14 y 28 de enero, aunque el montante de ambas aún no está determinado. Y para aderezar este plan de choque, la Fed, el BCE y el Banco de Suiza han acordado un intercambio de divisas. El primero dará 20.000 millones de dólares a la entidad europea y 4.000 millones de dólares a la institución helvética. Y, al mismo tiempo, el BCE y el Banco de Suiza pondrán a disposición del banco central norteamericano la misma cantidad, pero en euros y francos suizos.
¿Qué persigue?
Una vez conocida, resulta imprescindible preguntarse por la naturaleza de la batería de medidas propuesta. Para poner cada cosa en su sitio, conviene formularse una pregunta fundamental: ¿resuelve este plan la crisis vigente? No, ni mucho menos. La magnitud de los problemas es demasiado grande como para atajarla con 40.000 millones de dólares. Dentro de la hemorragia financiera causada por los excesos y errores cometidos en el último quinquenio, la cantidad ofrecida por los bancos centrales no deja de ser una tirita que puede suponer un alivio temporal. Nada más.
Entonces, ¿por qué ha provocado tanto revuelo la iniciativa? Primero, porque supone el mayor esfuerzo de coordinación de los bancos centrales a lo largo de la historia. Había habido intervenciones concertadas a dos o tres bandas, sobre todo para influir en el tipo de cambio de las divisas, pero ninguna maniobra había involucrado a tantas instituciones. Y eso, por sí solo, ya explica su trascendencia. Y segundo, porque las entidades implicadas han reafirmado su compromiso para luchar contra la crisis. De algún modo, han venido a recordar a los mercados y los agentes económicos que pueden contar con ellas. Precisamente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) valora de manera especial ambos aspectos. "Es una importante señal a los mercados de que estos bancos centrales están trabajando en conjunto para afrontar la naturaleza internacional de las turbulencias", afirmó el jueves el organismo multilateral.
"De acuerdo, es una acción histórica, pero no pone fin a la crisis", se puede pensar. Y resulta cierto, pero es que tampoco es ése su objetivo. La meta estricta del plan se dirige a aliviar las tensiones que deben afrontar los bancos a fin de año. En el tramo final de cada ejercicio, las entidades financieras siempre tienen mayores necesidades de liquidez que durante el resto de los meses. Estas presiones responden, por un lado, a que los clientes retiran más dinero con motivo de las fiestas navideñas y, por otro, a que los bancos deben cuadrar sus balances para presentarlos a las auditoras.
Si ambas cuestiones se plantean siempre al final de cada año... en 2007 sus efectos se van a multiplicar. Sobre todo, porque los bancos van a querer llegar al 31 de diciembre con los estados contables más saneados que puedan para no tener problemas en pasar el examen de las auditoras.
Tensión entre bancos
Aunque comprensible, esta intención está aumentando las tensiones que ya existían desde julio en el mercado interbancario, que es al que acuden las entidades para obtener dinero -ver apoyo de la página anterior-. Hay tanta desconfianza, ya que se desconoce qué bancos y hasta qué punto están en apuros, que las entidades no se fían de prestarse dinero entre sí.
Como consecuencia, la ventanilla interbancaria mercado se ha secado, y el poco dinero que hay cada vez es más caro, una situación extremadamente grave porque constituye el cauce habitual de financiación para las entidades. Tanto, que ha obligado a los bancos centrales a tomar cartas en el asunto.
De ahí que la Fed haya inyectado más de 750.000 millones de dólares -unos 515.000 millones de euros- en el sistema y el BCE, más de un billón de euros. Y de ahí que, adicionalmente, la Fed, el BCE, el Banco de Inglaterra, el Banco de Canadá y el Banco de Suiza hayan unidos sus fuerzas. "Con su actuación, los bancos centrales están suplantando el mercado interbancario. En concreto, lo hacen para reducir la incertidumbre de las entidades sobre sus necesidades de liquidez, al menos del próximo mes, lo cual resuelve el paso del año, que es donde se concentra la tensión", comenta José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney.
Los excesos se pagan
Por tanto, la brigada anticrisis creada por los bancos centrales se centra, por el momento, en ganar una batalla, no la guerra. Para lo segundo, hará falta mucha más munición. En este sentido, conviene tener claras en qué consiste realmente la crisis que afecta en estos momentos al mismo corazón del sistema financiero mundial.
Aunque, por ejemplo, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) calcula que la dimensión de los problemas asciende a 300.000 millones de dólares -unos 205.000 millones de euros-, la situación no se soluciona con que los bancos centrales den esa cantidad. No es tan fácil. "Me temo que no hay medidas mágicas para solucionar de golpe el problema", reconoce a modo de aviso José Luis Martínez, estratega en España de Citi. Y es verdad. Primero, porque las cifras manejadas por la OCDE y las que poseen otros organismos y los bancos de inversión no son inertes. Son dinámicas, están vivas, y su variación... siempre es creciente.
De hecho, si la crisis es ciertamente tan grave se debe al elevado grado de confusión y oscurantismo que la rodea. Por mucho que sorprenda, ni siquiera los bancos centrales cuentan con datos precisos sobre las entidades financieras que están contagiadas y el alcance de su exposición. Y todo por la opacidad con la que se han cometido los excesos en los últimos años.
Como sostiene Pablo Lladó, director general de capitales de Calyon España, "la situación ha podido estallar por el lado de las subprime, pero podría haberse roto por cualquier otro sitio". En efecto, la mecha de las turbulencias la han prendido las hipotecas de alto riesgo o basura -subprime-, pero éstas no han sido sino de los exponentes de las tropelías cometidas en los últimos años.
Era muy fácil conseguir dinero
Entre 2001 y 2003, los bancos centrales que ahora han unido sus esfuerzos bajaron con fuerza los tipos de interés de sus respectivas áreas de influencia para hacer frente a la crisis económica existente entonces. Y luego, entre 2004 y 2007, volvieron a subirlos, pero a un ritmo inferior al de los descensos. Por tanto, en los seis últimos años las condiciones monetarias han sido realmente expansivas. Ha sido tan barato conseguir dinero, acceder a crédito y endeudarse, que la ingeniería financiera lo ha tenido demasiado fácil para urdir sus planes.
La clave era que la maquinaria del dinero no parara. Que se dieran préstamos, sobre todo hipotecarios, para que sirvieran como soportes para emitir títulos de deuda. Poco importaba que los créditos hipotecarios se dieran a personas con una situación estable o inestable. Detenerse a pensar en si esos productos eran idóneos o no para emitir bonos a partir de ellos era perder tiempo... y dinero. "Todo valía. Se emitía de todo y se colocaba sin que nadie analizara la verdadera calidad de los títulos emitidos", confirma Pablo Lladó. Este cinismo llevó a mezclar títulos de alta calidad y bajo riesgo -los denominados triple A- con otros que olían a basura.
Pero la situación ya no era sostenible. Y el olor ha acabado aflorando para poner de manifiesto la enorme magnitud de los abusos que se han cometido. Los títulos basura, es decir, los emitidos a partir de las hipotecas subprime, se colaron en los balances de los bancos camuflados entre otros de gran calidad. Lo hicieron por la puerta de atrás, en silencio, pero ahora gritan y se llevan por delante miles de millones de euros. Tanto de las cuentas de resultados, ya que los bancos tienen que cubrir ahora los agujeros que han dejado en sus carteras unos títulos cuyo precio se ha hundido -ver pág. 17 de Bolsa&Inversión-, como del valor bursátil de las entidades, que ya ha bajado en casi 600.000 millones de euros desde el estallido definitivo de las turbulencias a mediados de julio.
Nubes y más nubes
Pero no acaban ahí las cosas. Si los bancos centrales se ven obligados a salir al rescate del sistema financiero se debe, sobre todo, al fundamental papel que desempeñan los bancos en la economía. Si una crisis pudiera elegir el modo en que inocular sus gérmenes, con toda seguridad elegiría las entidades financieras para hacerlo. Ellas contribuyen decisivamente en el dinamismo de una economía por el dinero que presta a las empresas y las familias. Por tanto, si los bancos tienen problemas, éstos no tardarán en trasladarse a la economía real, es decir, a los bolsillos de los ciudadanos.
¿Exagerado? Ni mucho menos. El mejor ejemplo se encuentra en la evolución del euribor a 12 meses, la referencia más empleada en las hipotecas a tipo variable existentes en España, que ayer llegó al 4,88 por ciento como consecuencia de las tensiones vigentes en el mercado interbancario, que es donde se establece su nivel.
Pero lo más preocupante es que las amenazas crecerán conforme se prolongue la incertidumbre. El riesgo de que estalle una tormenta perfecta que no sólo afecte a la economía financiera sino también a la real aumenta cada día. De hecho, el repunte de la inflación no viene sino a complicar más las cosas, ya que puede impedir que los bancos centrales bajen los tipos de interés en la medida en que la situación lo requiere.
La situación es grave, y sólo escampará cuando la transparencia sustituya a la opacidad y la confianza, a la incertidumbre. Mientras tanto, es momento de actuar. Los bancos centrales lo saben. Y es bueno que no se olviden de ello, porque ahora son los aliados más poderosos contra la crisis.