Por Lin Noueihed
TRíPOLI (Reuters) - Banderas verdes e imágenes de Muamar Gadafi engalanan un distrito de Trípoli por cuyas calles marcharon manifestantes dos meses atrás.
Los habitantes hablan en voz baja en las esquinas y los jóvenes desvían su mirada, mientras los transeúntes son observados por hombres desde autos no identificados.
El temor es palpable en las calles de Trípoli. Miedo a expresarse y a ser reclutado mientras los ataques aéreos de la OTAN golpean a las fuerzas de Gadafi y recrudecen los enfrentamientos en Misrata y en las montañas del oeste.
Más de dos meses después de que el levantamiento contra el Gobierno de 41 años de Gadafi llevara a los rebeldes a tomar la parte este de Libia, el Ejército ha reprimido a la disidencia en la capital y su ofensiva contra los opositores en otros sitios del oeste está haciendo cundir el miedo.
"Nadie lo quiere. Si la gente en Trípoli no estuviese tan asustada se levantaría. Lo hizo en febrero, en Tajoura, en Fashloom, en Souq al-Jumaa, pero él los aplastó", dice un comerciante, que cambia de tema cuando entran otros clientes.
En el distrito de Fashloom, una carpa flanqueada por una gran imagen de Gadafi se encuentra a unos pocos metros de las oficinas carbonizadas del consejo revolucionario local, incendiado durante los disturbios que se propagaron brevemente a fines de febrero y principios de marzo antes de disiparse.
Cerca de la calle principal hay basura acumulada en callejones no asfaltados y llenos de baches, incluso en este vasto país exportador de petróleo que tiene suficiente dinero para proveer de infraestructura a sus siete millones de habitantes.
Los residentes de Trípoli dicen que activistas han perpetrado esporádicos ataques nocturnos contra las fuerzas de Gadafi y realizan reuniones por la noche en zonas disidentes, pero en su mayoría están demasiado atemorizados de actuar después de lo que muchos creen que ha sido una oleada de arrestos en masa.
Pero las denuncias de arrestos son casi imposibles de verificar.
El Gobierno ha interrumpido el acceso a Internet en todo Trípoli, excepto en los muy vigilados hoteles que alojan a periodistas internacionales, dificultándoles la tarea a jóvenes activistas interesados en organizar protestas o publicar imágenes de sus reuniones o ataques en la red.
Las únicas reuniones permitidas son las de los viernes de oración, que son monitoreadas de cerca.
Los libios creen que el Gobierno escucha sus llamadas telefónicas.
Los teléfonos móviles no envían mensajes de texto y la única forma de hablar libremente es en persona. Como hay informantes por todos lados, el riesgo de ser seguido o detectado es elevado.
Los periodistas extranjeros, vigilados de cerca por el Gobierno, tienen prohibido concurrir a zonas disidentes por su cuenta y entrevistar a residentes libremente resulta difícil.
Pocos hablan a la vista de los vigilantes del Gobierno que inspiran temor desde sus vehículos todo terreno, a menudo sin matrículas que los identifiquen.
NO A LA GUERRA
Un residente de Trípoli dijo que las familias habían sido advertidas de que el Ejército podría reclutar a hombres de entre 18 y 40 años para luchar. La fuerza aún no ha realizado el reclutamiento, dijo el residente, pero algunas familias ya estaban pensando en enviar a sus hijos al extranjero.
"Ya hay voluntarios y algunos de ellos están en el frente. Esto es diferente. La gente tiene miedo. Conozco a un hombre que va a llevar a su hijo a Túnez", dijo el residente, mirando sigilosamente a su alrededor en busca de alguien que escuche.
"La gente considera que el tiempo de este hombre ha terminado. Solo quieren que se vaya y evitar la guerra. Si dejara su cargo, terminarían los ataques de la OTAN, entonces ¿por qué sigue en su cargo? La situación está volviéndose difícil para la gente. Los precios aumentan", agregó.
En todo Trípoli, la economía se ha desacelerado. Las obras están detenidas en una mezquita de cúpula dorada en el centro de la ciudad. Las grúas que alguna vez trabajaron afanosamente durante el auge inmobiliario de la capital están detenidas.
Los inversores extranjeros han huido, al igual que los trabajadores de otros países de quienes dependían panaderías, restaurantes y hoteles. El personal turco del Rixos Hotel, donde viven periodistas extranjeros, ha dejado el país.
Durante semanas, filas de autos para comprar gasolina han serpenteado entre las esquinas mientras se hacen sentir las sanciones impuestas por la OTAN. En Trípoli no hay transporte público y los ánimos están caldeados, ya que la gente no puede ir a trabajar o llevar a sus hijos a la escuela.
En la antigua medina de Trípoli, el restaurante Athar con vista a un puñado de ruinas está cerrado, y su propietario se encuentra sentado con amigos afuera del callejón adoquinado que alguna vez atrajo a turistas.
"Teníamos 40 empleados y se han ido. Quedan cuatro para que podamos mantener las puertas abiertas. Estamos vendiendo comida para llevar. Tenemos tres restaurantes y sólo uno abierto", dijo el propietario del local, Mohammed Shams.
En el único restaurante abierto, sólo hay dos mesas ocupadas al mediodía, una para médicos extranjeros y la otra para periodistas también extranjeros.
El Gobierno de Trípoli dice que Libia necesita una transición hacia un sistema más transparente y que un repentino derrocamiento de Gadafi solo convertiría al país en otro Irak o Somalia, naciones destrozadas por años de violencia.
"Ustedes tendrán destrucción y una falta de estabilidad durante años y años sin los frutos de la transparencia y los derechos humanos", dijo el portavoz del Gobierno, Mussa Ibrahim.
Este es un temor compartido por muchos libios, independientemente de si apoyan o no a Gadafi.
"La gente sólo quiere que esto termine. No les importa quién esté en el poder. Lo único que les preocupa es lo que venga a continuación. La gente teme un vacío. Están asustados. Es lo único que impide un colapso", dijo un residente.
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