Empresas y finanzas

La fábrica fantasma de Nueva Rumasa

"Llevo sin cobrar desde el pasado mes de diciembre. Me deben la extraordinaria de Navidad y las nóminas de los últimos tres meses. Lo peor es que ya tengo dos recibos de la hipoteca sin pagar y no sé qué es lo que puede pasar como no nos den una solución". Son palabras de Guillermo Cadena, un joven ecuatoriano que emigró hace años a España en busca de un futuro mejor y que está ahora atrapado en las redes de Nueva Rumasa como empleado de Clesa.

Los cerca de 500 trabajadores de la empresa láctea tienen sus esperanzas puestas en el concurso de acreedores presentado por la compañía y, sobre todo, en el Expediente de Regulación de Empleo Temporal (ERTE) aprobado para que puedan, al menos, cobrar, una parte de sus nóminas.

"Aquí hay mucha gente que gana 600 o 800 euros. Con el ERTE nos van a quitar un 30 por ciento, pero al menos ingresaremos algo de dinero", dice Cadena, que no oculta su preocupación mientras nos acompaña junto a otros miembros del comité de empresa al interior de la fábrica que Clesa tiene en la calle Herrera Oria, al norte de Madrid, y cuyos terrenos pertenecen ahora a un constructor burgalés. Hay una veintena de trabajadores en la puerta, con pancartas de CCOO y UGT, protestando. Y unos pocos más en la cafetería. Pero nadie está en su puesto porque no hay nada que producir. Ni siquiera en la garita de entrada piden acreditación alguna. "Pasad, no hay ningún problema. Si la empresa de seguridad tampoco está cobrando, no se van a estar fijando", cuentan los empleados.

Entramos al interior y el panorama es desolador. Los despachos están vacíos, hay documentación y facturas por los pasillos, al alcance de cualquiera; las líneas de producción están para- lizadas y en los almacenes apenas quedan algunas cajas de batidos Ryalcao y de leche de la marca Aliada, la enseña blanca que Nueva Rumasa producía para El Corte Inglés. Como en la mayoría de fábricas del grupo, no entran ni salen camiones y la actividad es nula.

"Se trata de un problema de gestión. Hasta hace apenas unos meses estábamos haciendo jornadas de hasta 16 horas para poder atender los pedidos. La fábrica estaba a tope, pero la familia Ruiz-Mateos dejó de pagar a los proveedores y estos cortaron el suministro", explica José Antonio Gil, que con 32 años, lleva prácticamente toda su vida laboral en la empresa, en la que también están su padre y su tío, y apenas confía ya en poder retomar algún día la actividad. "Hace años vivimos ya otra crisis, cuando Clesa era de Parmalat y ésta se vio involucrada en un escándalo financiero. Pero ahora es mucho peor".

Sin esperanza

Suena entonces el teléfono. Y otro de nuestros acompañantes, Juan Carlos Velardo, uno de los miembros del comité de empresa, nos tiene que dejar. "Me llama la jefa de Recursos Humanos. Tenemos una reunión para organizar un poco a la plantilla", cuenta sin ningún atisbo de esperanza.

Al contrario de lo que sucede en Dhul, otra de los buques insignia de Nueva Rumasa, aquí todavía no ha habido ningún ERE para la extinción de contratos, pero la plantilla sabe que su futuro es un poco más difícil cada día que pasa. Velardo nos cuenta que "aunque no hay ninguna actividad, debe venir gente porque tenemos por ejemplo una planta de cogeneración eléctrica que está operativa y que no se puede dejar abandonada". Camino del laboratorio, el pequeño centro de I+D de Clesa, ahora completamente paralizado, pasamos por una maquinaria que ofrece un aspecto completamente distinto al resto. "Prácticamente no se ha estrenado. Invirtieron 120.000 euros para comprarla y aquí está paralizada", nos cuentan Guillermo Cadena y José Antonio Gil, que siguen acompañándonos en la visita y que incluso nos ofrecen uno de los pocos Cacaolat que aún quedan en una nevera.

A la salida ya de la fábrica, después de casi dos horas de visita, hablamos con los trabajadores más veteranos, que siguen protestando a la puerta, escuchando como los conductores que pasan por la calle hacen sonar sus claxons de forma solidaria. "Los empleados, especialmente los que tenemos más de 50 años, no tenemos ningún futuro. En cambio, los directivos han empezado a huir. Están abandonando el barco antes de que se hunda", cuentan. La primera en hacerlo ha sido Sonia Fernández Lovelle, la directora general de la división alimentaria, que, según nos cuentan, ha fichado ya por una multinacional, cuyo nombre, aseguran desconocer.

"Ellos no tendrán problemas, pero, ¿qué será de nosotros?", dice un trabajador, también inmigrante, mientras muestra en su móvil imágenes grabadas hace apenas unos días en Somosaguas. Gran parte de la plantilla de Clesa acudió a las puertas de la mansión que los Ruiz-Mateos tienen en esta lujosa zona madrileña para cantarle al patriarca del clan un cumpleaños feliz muy especial con motivo de su 80 aniversario. "Lo han vuelto a hacer. Hace treinta años el Gobierno tuvo ya que expropiarles y han vuelto a las andadas, no tiene ningún sentido. Y lo peor es que echan la culpa a todo el mundo -a la prensa, a los bancos, a los proveedores, a los sindicatos- y siguen sin asumir ninguna responsabilidad", nos dicen Gil y Cadena en el momento de despedirse. Lo han vuelto a hacer y el imperio de la abeja ha vuelto a desmorarse.

Ayer mismo, el Juzgado de lo Mercantil número 1 de Cádiz declaró el concurso de acreedores de las bodegas de Jerez: Zoilo Ruiz-Mateos, Unión de Grandes Bodegas, Bodegas Valdivia de Cádiz, Teresa Rivero y Complejo Bodeguero Bellavista (Garvey), que suman un pasivo de 231 millones de euros.

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