Empresas y finanzas

J. P. Morgan, el capital al servicio de Estados Unidos

Fue él quien promovió la reorganización y concentración de los ferrocarriles americanos. Foto: Archivo
En 1913, a su muerte en Roma en vísperas de cumplir los 76 años, la extraordinaria figura de John Pierpont Morgan fue alabada por todos. Amigos y enemigos, poetas y poderosos. La lluvia de alabanzas fue total. Hasta con dípticos se elogió su entrada en el "paraíso de los fuertes" y su "voluntad de hierro" o sus "ojos de fuego, ardientes ante cualquier cosa".

Tras su muerte, el New York World de Joseph Pulitzer retrató a Morgan como un "coloso a caballo del mundo". Y el New York Tribune lo calificó, en portada, como un titán. Los honores que se le rindieron lo confirmaron como el banquero más importante del Olimpo americano. Un Bismarck o un Napoleón de las finanzas.

Un hombre y empresario excepcional

Su nombre ha quedado indisolublemente unido a uno de los más importantes bancos americanos e internacionales que todavía siguen operando, capaz de salvar repetidamente al país de imprevistas crisis, antes de que se crease la Reserva Federal. Por tanto, se puede afirmar también que la Fed nació para evitar que hombres como Morgan concentrasen en sus manos tanto poder.

Fue él quien promovió, asimismo, la reorganización y concentración de los ferrocarriles americanos, entonces el principal medio de transporte del país, tras una época anárquica de especulaciones y quiebras. Tanto que se acuñó al respecto el término de Morganización.

También fue él quien financió a Thomas Edison y los albores de la electricidad y el que dio vida a la General Electric. Creó la US Steel, bautizando la primera corporación con una facturación superior a los 1.000 millones de dólares.

Pero todas estas muestras de estima ocultan una carrera legendaria y hecha al abrigo de muchas miradas indiscretas, controvertida y con rasgos paradójicos.

Comenzando por su aspecto

Morgan era un personaje que miraba con desconfianza al capitalismo desenfrenado y prefería el orden al riesgo y a la aventura de la mitología americana de los negocios. Patriota y salvador del país, pero también cínico y calculador.

Fue formado en las mejores escuelas y no un hombre que se hubiese hecho a sí mismo, siguiendo la estela de los primeros grandes financieros y empresarios.

Terminó sus días reverenciado por su poder económico, aunque fuese mucho menor de lo que creían sus rivales, dejando a sus espaldas un patrimonio estimado en 80 millones de dólares.

John Pierpont Morgan había nacido en Hartford (Connecticut) en 1836 y frecuentó las escuelas privadas más selectas y prestigiosas de Estados Unidos, Suiza y Alemania. A los 20 años, su primer empleo es de contable de la empresa de correduría aseguradora Duncan, Sherman & Company de Nueva York. Un empleo sin sueldo, para aprender el arte de la inversión.

1860: Meta en Wall Street

En 1860 comenzó su escalada en Wall Street, al convertirse en el representante estadounidense de la George Peabody, de la que su padre era socio. En 1864, es socio de Dabney, Morgan & Company y unos años después, en 1871, es uno de los fundadores -junto a otra dinastía financiera americana, la familia Drexel de Filadelfia- de la Drexel, Morgan & Company, de la que Morgan toma al control tras la muerte de Drexel.

A mediados de los años 90 del siglo XIX, tras haber heredado la J. S. Morgan de su padre y reorganizado la Drexel, funda la J. P. Morgan.

El ferrocarril

Se dedicó a la misión de poner orden en la industria americana. Ante todo, reorganizó los ferrocarriles estadounidenses, comprando títulos de numerosas sociedades, convirtiéndose en miembro e impulsando su consolidación. Cuando tenía que hacerse cargo de diversas cuotas de empresas, Morgan pedía a cambio el control temporal, para sanearlas. Esta era la Morganización.

En 1902, Morgan controlaba de hecho 8.000 kilómetros de vías y todo el sector estaba en manos de una treintena de empresas que colaboraban entre sí.

Los ferrocarriles no permanecieron como un sector aislado bajo la influencia de Morgan. En 1891, preparó la fusión entre la Edison General Electric, patrocinada por él desde hacía mucho tiempo, y la Thomson-Houston Electric Company, de la que nació la General Electric, líder en la fabricación de aparatos eléctricos.

Se libró del Titanic

El acero fue su siguiente objetivo. Dió vida al coloso del transporte marítimo International Mer- cantile Marine Company, la empresa que construiría el Titanic, en cuyo viaje fatal también debía participar Morgan, pero lo canceló en el último minuto, entretenido por una amante.

Al final de su carrera, el banquero había conquistado también el control de una red de bancos y compañías de seguros. Con una sed de poder tal que fue objeto de una investigación por parte del Congreso. En 1912, la Comisión Pujo denunció, a pesar de las protestas de Morgan, la existencia de money trust secretos y concluyó que Morgan y sus aliados controlaban más de 22.000 millones de dólares activos.

A pesar de las polémicas, Morgan se había convertido en el principal promotor de una revolución triunfadora. Entre 1895 y 1904 más de 1.800 empresas se habían fusionado entre ellas y, en 1909, el uno por ciento de los colosos de la manufacturación producía el 44 por ciento de los bienes y el 5 por ciento daba trabajo al 62 por ciento de los trabajadores asalariados. En 1901, 1.000 empresas industriales cotizaban en Bolsa, frente a diez años antes, que no cotizaba casi ninguna.

Salvando el país de crisis

Sin embargo, el mayor éxito de Morgan fue haber salvado al país en sus sucesivas crisis.

Entre 1893 y 1895, explotó una crisis que condujo a una peligrosa erosión de las reservas auríferas americanas. Morgan, a petición del presidente Grover Cleveland, consiguió proporcionar al Gobierno 65 millones de dólares en oro, la mitad procedente de Europa.

La siguiente crisis que puso a prueba a Morgan fue el Pánico de 1907. A una crisis de la bolsa con oleadas de despidos y quiebras, Morgan respondió coordinando un grupo de banqueros y creando un fondo de socorro para las instituciones en crisis, capaz de calmar a los inversores y a los ahorradores.

Ese mismo año, como prueba de su influencia a pesar de las crecientes preocupaciones antitrust, el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, autorizó la adquisición de la Tennessee Coal and Iron por parte de la US Steel de Morgan.

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