Competir por el turismo con vecinas como Cannes no es fácil cuando se carece de mar y de la imagen de glamour de esa y otras localidades de la Costa Azul francesa. Y sin embargo,los visitantes afluyen a Grasse desde el siglo XIX: hasta dos millones lo siguen haciendo cada año. Su baza es ser la capital mundial de la perfumería moderna, un lugar donde descubrir todos los secretos de las fragancias y su fabricación, desde los campos de flores hasta el envasado.
Situada entre el Mediterráneo y los Alpes, a unos 350 metros de altitud, Grasse y sus 48.000 habitantes son herederos de una larga tradición comerciante e industrial que se remonta a la Edad Media. Desde el siglo XII hasta el XVIII, su actividad principal fue el curtido de pieles, que aseguró a la ciudad prosperidad económica y reputación internacional.
El perfume irrumpió con el Renacimiento, cuando los curtidores de Grasse importaron una moda procedente de Italia y España, la de los guantes perfumados, y empezaron a impregnar sus cueros, bolsos, chalecos y cinturones de grasas y aceites aromatizados para sus clientes, nobles y reyes de toda Europa. Para ello, contaban con la calidad de la tierra, rica en oligoelementos, así como con un microclima suave y soleado que favorece el cultivo de flores como el jacinto, la rosa centifolia (rosa de mayo) y el jazmín.
Aumento de impuestos
Después de la Revolución francesa, un aumento de los impuestos asfixió la industria de curtidos, pero no la perfumería, que se convirtió en la producción exclusiva. Durante los siglos XVIII y XIX, Grasse conoció un impulso económico fulgurante y, para evitar la competencia de los perfumistas parisienses, se especializó en la fabricación y venta de materias primas, esencias, concretos, absolutos y pomadas procedentes de materias naturales.
Perfumes tan míticos como el Número 5 de Chanel salieron de aquí, y la marca todavía conserva en Grasse explotaciones de flores para su uso exclusivo. Hoy, la perfumería sigue siendo la primera actividad económica de la ciudad, con una treintena de fábricas que facturan al año entre 600 y 800 millones de euros -dos tercios de la facturación francesa- y emplean a unas 3.000 personas.
La competencia de esencias exóticas baratas y los progresos de la química han obligado a los productores a ampliar su oferta hacia el abastecimiento de fragancias para la industria de los productos de limpieza, detergentes, insecticidas..., y a la producción de aromas para la alimentación. Estas especialidades representan ya un 49 por ciento de la facturación.
Y todo lo relacionado con el perfume es lógicamente el primer eje de la oferta turística, segunda actividad más importante de la ciudad y sus alrededores. Como explica Pascal Brochiero, director de su Oficina de Turismo, "a Grasse no se viene a broncearse a lo tonto", y aunque el sector sufrió un bache entre los años 80 y 90, "se ha visto favorecido por cambios culturales como la importancia concedida al equilibrio y bienestar físico y el interés por los productos naturales".
Muchas posibilidades
El abanico de posibilidades es muy amplio. Para empezar por el principio, pueden visitarse campos de flores y plantas perfumadas (en Domaine de Manon, La Source Parfumée, Florihana, La Bastide du Parfumeur) como los que antaño abastecían casi exclusivamente a los perfumistas. En 1930, por ejemplo, se recogían todavía hasta 1.800 toneladas de jazmín. Hoy sólo son 28, pero la tarea sigue siendo igual de delicada y laboriosa.
Durante unos tres meses a partir de mediados de julio, las mujeres trabajan desde las cinco de la mañana y hasta no más de la una de la tarde, para que el calor no disminuya la concentración de esencia del jazmín. Una cosechadora experimentada recoge entre 3 y 5 kilos de flores -en un kilo de jazmín entran entre 8.000 y 10.000 flores- y para fabricar un kilo de concreto son precisos 400 kilos de flores frescas...
Un hombre nariz o perfumista-creador tiene a su disposición unas 400 esencias vegetales, cinco animales y 4.000 sintéticas. Las combinaciones son infinitas y las fórmulas de los perfumes, con su millar de ingredientes, son secretos celosamente guardados en las grandes fábricas.
En Grasse, sin embargo, existen tres perfumerías turísticas (Fragonard, Galimard y Molinard) que abren sus puertas al público gratuitamente y muestran todas las etapas del proceso de fabricación y las distintas técnicas de extracción (enfleurage, maceración, destilación al vapor de agua, expresión, infusión...). En sus talleres uno puede iniciarse además en la creación de perfumes, la aromaterapia o los aceites esenciales.
En el centro histórico de la ciudad, el Museo Internacional de la Perfumería recrea 4.000 años de la historia del perfume (aunque se encuentra cerrado por obras de ampliación y no reabrirá sus puertas hasta junio de 2008). Con 3.000 metros cuadrados, el doble de su superficie actual, será entonces el más grande de Europa, y probablemente uno de los mayores del mundo dedicado a la perfumería, pero hasta entonces una parte de sus colecciones puede visitarse cerca, en el Museo de Arte e Historia de Provenza y en la Villa-Museo Fragonard.
El arte y la historia son de hecho otro de los ejes de la oferta turística. El centro histórico de Grasse cuenta con una rica arquitectura en la que destaca su catedral, que alberga una colección de cuadros de Fragonard, Rubens y Louis Bréa. La mayoría de sus casas fueron construidas en la Edad Media y exhiben fachadas del color del sol crepuscular restauradas de los siglos XVII y XVIII. La Place aux Aires es el lugar donde los curtidores solían extender sus pieles hasta que los puestos de flores y especias les sustituyeron.
Alternativas al perfume
Además de los museos como ya mencionados, existen otros como el de la Marina, dedicado a un célebre marino de la ciudad, el almirante de Grasse, o el Museo Provenzal del Traje y la Joya. El antiguo casino, de estilo belle epoque, ha sido completamente restaurado para acoger congresos y exposiciones.
Para atraer a los turistas, Grasse apuesta también por el art de vivre a la francesa, que incluye, obviamente, la gastronomía, explica Brochiero. La ciudad y su región pueden alardear de tres establecimientos con estrellas Michelin (La Bastide de Saint Antoine de Jacques Chibois, Le Moulin de Mougins de Alain Llorca y Le Mas Candille).
Otras numerosas mesas permiten descubrir las recetas locales como el fassum (col rellena de verduras, cerdo y arroz), la fougassette (brioche a la flor de azahar) o el sou saussou (tarta de almendras y pepino).
También pueden visitarse varios molinos donde se produce aceite de oliva, otro de los productos de la región, y la exquisita confitería Florian de Pont du Loup, paraíso de los golosos, donde se fabrican mermeladas, frutas confitadas, caramelos, siropes y pétalos cristalizados a partir de las frutas y flores de la zona.
Oferta turística y deportiva
Además, Grasse puede convertirse en punto de partida o meta de otras rutas relacionadas con el perfume. Las más conocida son las de la lavanda, que surcan toda la Provenza, y en esta zona el recorrido conduce por Digne-les-Bains, Castellane, la llanura de Valensole, reputada por el perfume de su miel, y Verdon. El periodo idóneo para contemplar las inmensas extensiones de flores azules es entre mediados de junio y mediados de julio.
También puede tomarse la de las mimosas, esas flores parecidas a bolas de terciopelo que hasta finales de marzo inundan las colinas y valles de la Costa Azul. La ruta atraviesa ocho municipios de los departamentos de Var y Alpes Marítimos: Bormes-les-Mimosas, con su pueblo de postal; Le Rayol-Canadel y su magnífico jardín botánico con vistas al Mediterráneo, los más turísticos Saint-Maxime y Saint-Raphaël, junto al macizo del Esterel; Mandelieu-la Napoule, Tanneron y Pégomas, hasta llegar a Grasse.
Claro que su sentido del olfato puede alcanzar la saturación. Consciente de ello, la región desarrolla también la oferta deportiva, con descenso de cañones, rutas a caballo y especial énfasis en el golf, que atrae a un turista de generoso bolsillo. En cualquier caso, la seducción que nunca perderá su esencia es la de sus delicados perfumes.