or Paula Rosas
Pekín, 31 may (EFECOM).- Un niño chino, rico o pobre, del norte o del sur, se enfrenta cada día a un gran número de riesgos para la salud, empezando por el hecho de vestirse, alimentarse o jugar.
Las alarmas se desatan cada vez que la prensa se hace eco de un nuevo producto infantil peligroso, ya sean alimentos, ropa o juguetes, pero el desarrollismo a toda costa chino hace que estas preocupaciones se queden con demasiada frecuencia en agua de borrajas.
La casi total falta de controles sanitarios, de seguridad y de calidad en todos los eslabones de la cadena comercial ha tenido a menudo finales trágicos en China, como fue el caso de los 13 bebés que murieron de inanición en 2003 en la provincia central de Anhui, tras ser "alimentados" con leche maternizada adulterada.
Recientemente, en la provincia sureña de Cantón, 9 personas murieron tras ser vacunados con medicinas que contenían productos falsificados.
Las madres chinas se han llevado el último susto esta misma semana, al conocer que la mitad de la ropa infantil que se fabrica en Cantón, principal cinturón manufacturero del país, puede ser peligrosa para la salud de sus hijos, ya que está llena de productos químicos, algunos de ellos cancerígenos.
La amina aromática, un producto químico que se encuentra en algunos tintes y que puede producir cáncer de vejiga y de uretra, o el formaldehido, que en dosis elevadas puede producir bronquitis, pérdida del apetito o insomnio son algunos de los químicos con los que las empresas chinas están vistiendo a las nuevas generaciones.
Tras un estudio a nivel nacional, que encontró que el 37,8 por ciento de la ropa infantil no cumplía con la normativa de seguridad, las autoridades recomendaron a los consumidores leer bien las etiquetas de composición antes de comprar las prendas, etiquetas que muchas veces no existen.
Ninguna mención se hizo sobre los fabricantes de tan peligrosas prendas.
Cantón produce también el 75 por ciento de los juguetes del mundo, y tiene como principal mercado la Unión Europea y Estados Unidos, en constante litigio con China por la inseguridad de estos artículos, que en el verano de 2005 costaron la vida a un niño leonés de 4 años, que murió asfixiado al tragarse una pieza de un juguete.
El 37 por ciento de los juguetes que fueron analizados recientemente por la administración no cumplían con las medidas de seguridad vigentes.
La industria juguetera china, intensiva en mano de obra, con gran competencia y unos márgenes de beneficio pequeños es, a menudo, desconocedora de los estándares de calidad necesarios para exportar, y se encuentra con que muchos de sus envíos al extranjero se quedan en las aduanas de sus socios comerciales.
Para evitar estos contratiempos, la UE y Pekín anunciaron recientemente unas "pautas de acción" para cooperar en materia de seguridad juguetera, encaminadas a formar a los fabricantes chinos en los requisitos de seguridad europeos.
Igual de grave es la situación de los productos de alimentación infantil, donde el caso de Anhui fue tan sólo la punta del iceberg, pero que llamó la atención sobre las consecuencias letales que puede tener el no seguir unos controles eficaces.
A Pekín le llueven las críticas desde muchos ámbitos, no sólo desde sus socios comerciales, sino también desde organizaciones no gubernamentales, como Greenpeace.
La organización ecologista denunció este año el uso de arroz transgénico para la elaboración de papillas para bebé del gigante estadounidense Heinz, que respondió con una investigación en la que desmentía las acusaciones.
El uso de productos transgénicos en China se encuentra en una especie de limbo, ya que el país ratificó en 2005 el protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, que obliga a los exportadores a identificar y facilitar información sobre los transgénicos, pero no cuenta aún con una ley que ampare la seguridad de esos alimentos.
Otro escándalo, el del "Sudán I", un colorante para pinturas que algunos productores utilizaban para alimentación y que también salpicó a Heinz en China, que tuvo que deshacerse de 300.000 botes de salsa y aceites picantes, es una muestra más de que la falta de controles se paga, también económicamente. EFECOM
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