
Entre India y China se encuentra Bután; "la tierra del drágón de truenos" donde el confort occidental se adapta a las onerosas y restrictivas leyes turísticas del reino. Por Chema Ybarra
Viajar a Bután implica un serio cambio de mentalidad. Al cruzar las montañas que separan este diminuto reino de la India, se entra en un cuento popular, con sus valles y montañas, sus apacibles granjeros y su sabio y magnánimo rey.
Jigme Singye Wangchuck cuida de que su país conserve la fe budista y se contamine lo justo del exterior, porque él prefiere hablar de Felicidad Nacional Bruta que de PIB. Pero nada es eterno, ni siquiera en Shangri-la. Consciente del atraso de su población, el monarca permitió en 1999 la entrada de la televisión como una ventana al mundo y dentro de un año abdicará para dar paso a una monarquía constitucional a cargo de su hijo.
Otra de las iniciativas tomadas en los últimos años ha sido la promoción del turismo, pero debidamente reglado, así que todas estas noticias no deben causar temor al viajero. A cambio de los onerosos impuestos diarios que se deben pagar por visitar Bután, se disfruta de un viaje a otra dimensión anímica.
Thimphu, de 90.000 habitantes, es la única capital del mundo sin semáforos y no hay un solo hotel que despunte.
Uma Paro se sitúa en las faldas del valle, y es el centro cultural del país. Este exquisito establecimiento tiene la forma de un palacio local y ofrece 20 habitaciones y 9 villas donde el confort es occidental dentro de una absoluta discreción. El equilibrio entre atmósferas tan distintas resulta asombroso, pues se puede disfrutar de una sesión de yoga con un profesor experto (no hace falta ser un iniciado en la materia), calentarse junto a la estufa, sumergirse en una piscina climatizada y hasta ver una película en una pantalla plana (¿es necesario?).
Excursiones de altura
Como es costumbre en el país, el servicio cuida con suma atención al huésped, al igual que los bien formados guías en las excursiones por las alturas: visita a un monasterio colgado de una pared de roca, caminata con noche en tienda de campaña -las mochilas, la comida y todo lo que se antoje van a lomos de los caballos- o descenso en bici hasta el fondo del valle. Se agradecerá la vuelta a este relajante hotel de líneas limpias y resguardado entre pinos, para tomar un baño en el jacuzzi o una copa en el bar.
El más absoluto silencio acunará el sueño del viajero.