
Grecia se ha encargado de recordar en el primer trimestre del año que esta crisis, además de tener muchas ramificaciones, aún está viva. Pero 'los termómetros del miedo' no lo reflejan. ¿Tan favorable ve el mercado la situación o es que existe un exceso de confianza?
Ha sido una de las constantes de los mercados financieros en las últimas décadas. Un ejercicio a medio camino entre el desafío académico y el espíritu de supervivencia en un entorno cada vez más sofisticado. Ese esfuerzo ha perseguido ampliar el instrumental que tienen a su disposición los inversores, profesionales o no, para gestionar mejor su dinero. Uno de los frutos vio la luz en 1993. Lo alumbró el economista Robert E. Whaley al amparo del Mercado de Opciones de Chicago (CBOE, en sus siglas en inglés) y fue bautizado como índice VIX.
La misión de este artefacto: medir la volatilidad de las opciones sobre el índice S&P 100 -ahora está vinculado al S&P 500-. Aunque pronto trascendió esa meta para alcanzar otra dimensión, la de convertirse en "la medida del miedo del inversor", como lo definió el propio Whaley posteriormente, y, a partir de ahí, ser la inspiración para otros indicadores similares, como el alemán VDAX, calculado desde 1994.
Desde entonces, figuran entre las herramientas que no pueden faltar en el cuadro de mandos de gestores e inversores. Su utilidad, sobre todo, responde a que actúa como un indicador adelantado, que no retrasado, por lo que permite anticipar la volatilidad que se va a respirar en el mercado en los próximos 30 días.
Cuando el VIX o el VDAX están altos, es sinónimo de nerviosismo y desconfianza. Cuando se encuentran bajos, los parqués navegan en aguas alegres y confiadas. Asumiendo estos principios generales, no extraña que ambas referencias alcanzaran los niveles más altos de su historia en las semanas posteriores a la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Nunca habían presenciado un desbarajuste financiero semejante, de ahí que rompieran todos los registros. Tampoco sorprende que registraran unos reducidos promedios entre marzo de 2003 y mediados de 2007, un periodo en el que los parqués apenas dejaron de subir. En este intervalo, la media del VIX se limitó a 14,7 puntos.
Demasiado llamativo
Lo que resulta más confuso es que ahora, con la crisis financiera aún irresuelta, la recuperación en ciernes y varios países, con Grecia a la cabeza, envueltos en sospechas de impago, el VIX y su homólogo alemán se encuentren por debajo de los 20 puntos, por debajo de su media histórica y de la última década.
¿Cómo encajan estos datos con un escenario tan incierto como el actual? "Tengo serias dudas sobre la posibilidad de que veamos niveles de volatilidad cotizada estable por debajo del 17 por ciento. Sería una sorpresa muy positiva, dadas las dudas sobre el escenario futuro que aún tenemos", cuestiona José Luis Martínez, estratega en España de Citi. Juan Ramón Caridad, socio de Atlas Capital, encuentra explicación a los bajos niveles de volatilidad en la ausencia de alternativas rentables, frente a las que la renta variable presenta una atractiva combinación de valoraciones y rentabilidad por dividendo. A estos ingredientes se suma otro, menos medible, pero igualmente relevante para la marcha del mercado: la posibilidad de que el mercado esté pecando de un exceso de confianza. Dicho de otro modo, los niveles actuales del VIX y el VDAX pueden ser la muestra de que los inversores vuelven a tener la guardia demasiado baja en un contexto aún incierto, con lo que pueden sobrerreacionar con la aparición de novedades menos favorables de lo previsto. "Creo que va a ser un año de volatilidad. Yo invertiría en ella", afirma. Para hacerlo, los fondos de inversión referenciados a la volatilidad y los contratos por diferencias (CFD) son una opción al alcance del inversor.