
El diseñador y empresario italiano preside un grupo que factura 1.500 millones de euros anuales. "La chaqueta era una silla y yo la transformé en un cómodo sofá", afirmó un día
"¿Qué es un traje de Armani? Una especie de calma perfecta al abrigo de los excesos y de lo efímero". Sofía Loren es una de las muchas fans de este estilista nacido en Piacenza pero milanés de adopción. El único en el ámbito de la moda que triunfó también como empresario. Por eso, si de algo se arrepiente Sofía es de haber conocido a Giorgio Armani cuando ya tenía más de 40 años.
Loren y Armani son de la misma edad. Ambos nacieron en 1934, un año repleto de neonatos que iban a ser célebres: Yuri Gagarin, Leonard Cohen... Pero Armani fue el que tuvo el camino más tortuoso, con una carrera que nació por casualidad, con retraso respecto a los parámetros normales.
Fama tardía
Cuando el primer astronauta de la historia dejó boquiabierto al mundo apenas tenía 27 años. Era el 12 de abril de 1961, una fecha histórica para la Humanidad. Por aquel entonces, Sofía Loren ya había conseguido el Oscar con Dos mujeres y Leonard Cohen estaba componiendo su célebre Songs.
¿Y Armani? Totalmente desconocido, y eso que Guido Aniasi, hermano de Aldo (el entonces alcalde de Milán), que era el responsable de compras de la cadena de ropa La Rinascente, decía siempre que estaba asombrado por lo que hacía un joven que trabajaba como escaparatista y después como responsable de ventas en la gran tienda de la plaza del Duomo. "Tiene gusto y una enorme fantasía para vender", repetía Aniasi. Ese joven era Armani, que había llegado a La Rinascente tras abandonar en segundo curso la Facultad de Medicina de la Universidad estatal de Milán.
Su héroe era Tarzán
De pequeño, su héroe era Tarzán. Como estilista, los primeros modelos que lo inspiraron fueron el duque de Windsor, Fred Astaire y Marlene Dietrich. Pero también sintió siempre la influencia de su madre, una mujer que a pesar de no tener mucho dinero vestía con una elegancia natural. El joven Armani llevó ese sello familiar muy dentro en los años en los que, llamado por Nino Cerruti, se ocupó de diseñar la ropa de Hitman. Allí consiguió sus primeros ingresos importantes, ganando lo suficiente para comprarse un Porsche de segunda mano. Estaba a punto de inaugurar una nueva época en la moda, para convertirse en el Rey Giorgio.
En 1969, Armani se encontró con Sergio Galeotti, un arquitecto diez años más joven que él. Entre ambos nacen afectos y negocios que, aunque sólo duraron unos años por la prematura muerte de Galeotti, fue fundamental para la vida y el éxito de Armani. "Con Cerruti ganaba mucho dinero, por eso no me resultó fácil dejarme convencer por Sergio para lanzar nuestro propio negocio", decía. Hoy, Armani dirige un grupo de 1.500 millones de facturación, con unos beneficios del 10 por ciento, y no se arrepiente de haber tenido que empeñar su Porsche para poner en marcha Giorgio Armani Spa.
Su secreto: fundir lo masculino y lo femenino
La empresa nació el 24 de julio de 1975. Su sede eran dos locales en Corso Venezia. En uno estaba Galeotti, que ejercía de manager. En el otro, Armani diseñaba las chaquetas y blazers que le iban a hacer famoso. El proyecto era la fusión de dos géneros, el masculino y el femenino, como nunca nadie lo había imaginado antes: desestructuradas e invertebradas.
Por primera vez las chaquetas caían sobre el cuerpo y se ajustaban a él. Ya no eran prendas rígidas. Conferían al hombre una desenvoltura especial, y a la mujer, esa autoridad que se adaptaba cada vez mejor a los roles profesionales que iba asumiendo en una sociedad en rápida transformación bajo la fuerte sacudida de la rebelión estudiantil, primero, y con la crisis energética, después. Una evolución que había sepultado lo que quedaba de la alta costura de los años 50, con su moda redundante y un poco apocada.
Mientras, explotaba la nueva música de los Beatles y de los Rolling Stones, se hacían un hueco las minifaldas de Mary Quant y el prêt-à-porter francés de Yves Saint Laurent y Pierre Cardin, que había diseñado las chaquetas a la coreana de los chicos de Liverpool.
Lo bello y lo práctico
En medio del bullicio social, Armani era la respuesta estética que conjugaba lo bello y lo práctico. Pronto se iba a convertir en una referencia de nuestro tiempo, inventando una nueva escala de colores, del crudo fino al gris, que parecían salidos de un cuadro de Morandi. "La chaqueta era una silla y yo la transformé en un cómodo sofá", afirmó un día.
Alguien llegó a decir de él que había proporcionado un uniforme elegante a Occidente, de la misma forma que Mao vistió a los chinos con una casaca espartana. "A Mao le bastó con hacer 1.000 millones de casacas. Yo tengo que vestir a gente que tiene sus armarios llenos. Debo renovarme porque el mercado depende de mí, pero, al mismo tiempo, yo dependo de un mercado que pretende que no cambie".
Jean Cocteau aseguraba que "la moda es conmovedora porque siempre muere joven". Armani lo desmintió con los hechos: Michelle Pfeiffer confiesa haber comprado un vestido suyo hace 15 años y seguir poniéndoselo todavía hoy con el mismo placer que el primer día.
Hollywood a sus pies
Armani empezó a correr tarde, pero quemó etapas. No pasaron ni cinco años desde su estreno en la moda cuando su marca ya había conquistado América. "Desde que Giorgio vistió a Richard Gere en American Gigoló volvió el glamour al cine americano", apuntó en una ocasión Robert De Niro. Pero su consagración definitiva llegó dos años después, cuando Time le dedicó una portada.
En los 80, Armani transfirió a Milán su cuartel general, abrió los primeros Emporio y emprendió la diversificación: desde perfumes hasta gafas. Pero, a diferencia de las demás estrellas de la moda italiana, siguió haciendo más de la mitad de su facturación con la ropa. Y, sobre todo, siguió ganando dinero sin endeudarse jamás. "Para nosotros, siempre fue un mal cliente", bromeaba un banquero.
La muerte precoz de Galeotti, en 1985, le marcó en profundidad, pero también le dio un empujón decisivo a su faceta de empresario, un caso único en la moda italiana. Y la operación le salió redonda, gracias, en gran medida, a su carácter, que le lleva a fiarse sólo de sí mismo y ser inflexible con sus errores. También es perfeccionista, poco propenso a regodearse de los éxitos y siempre preocupado por el mañana. Es el Armani que pasa delante de sus escaparates para examinar sus detalles.
Con su éxito, la moda italiana vuelve a la cúpula del sector. Y América sigue apostando por él. Le abren las puertas del Guggenheim de Nueva York, Andy Warhol se siente honrado de poder hacerle un retrato, directores como Scorsese lo eligen para el vestuario de sus películas y acuñan una frase célebre: "Italia tiene al Papa y a Armani".
'Tiene un tirano dentro'
Conquistó el mundo y sigue cosechando beneficios, cuando los demás líderes de la moda registram pérdidas o navegan entre deudas como Versace y Prada. Ha rechazado los acercamientos de los grandes imperios del lujo, que ya se hicieron con marcas tan prestigiosas como Gucci o Valentino. Y han surgido nuevos astros, como Dolce & Gabbana o Romeo Gigli, pero Armani sigue siendo el rey.
Ahora bien, incluso los reyes envejecen. Armani tiene 72 años y un físico como para hacer palidecer a un cuarentón, pero la edad impone pensar en el mañana. Sobre todo, cuando no se tienen hijos. La bolsa sigue siendo una hipótesis, igual que la cesión a un gran grupo empresarial o el recambio generacional. Accionista, presidente y consejero delegado, Armani sigue siendo su auténtico jefe.
"Pero tiene un tirano dentro que no lo deja libre. Y ese tirano -dicen los que lo conocen- es su empresa, a la que está unido con la razón y con el corazón". Por eso, a pesar de los rumores, nadie cree que se vaya a jubilar.