
Es evidente que la crisis es grave y que afecta a todos los sectores económicos pero Lakshmi Mittal, el dueño del mayor imperio siderúrgico del mundo, está pagando caro el no haber hecho los deberes antes de fusionar su emporio con su principal rival, el gigante europeo Arcelor. Los últimos cierres de altos hornos en Europa y la paralización de muchas plantas en el Viejo Continente han colmado la paciencia de muchos trabajadores que provienen de la antigua Arcelor.
Probablemente pocos se acuerdan ya de una de las fusiones más polémicas de los últimos años, pero las cifras hablan por sí solas. "¿Cómo es posible que una empresa como Arcelor que producía 53,5 millones de toneladas con poco más de 100.000 empleados se fusionará con otro grupo que le dobla en plantilla y su producción es apenas un 20% mayor?", se quejan desde la compañía.
Y razón no les falta. Arcelor llegó a la fusión totalmente saneada, ya que el grupo siderúrgico nació de la fusión entre la empresa francesa Usinor, la compañía luxemburguesa Arbed y la española Aceralia. Además de los ahorros de costes que supuso la creación del nuevo gigante en 2001, la Comisión Europea obligó a la compañía a desinvertir, lo que la convirtió todavía en mucho más competitiva.
La fiebre de las compras
El caso de Mittal Steel fue totalmente diferente. En los años antes de su fusión con Arcelor, el grupo dirigido por la familia Mittal experimentó un crecimiento vertiginoso a base de compras y de adquisiciones. Al contrario que la compañía dirigida en ese momento por el francés Guy Dollé, Mittal adquiría todo lo que se ponía por delante. Sobre todo minas y siderurgias de países emergentes.
El lado positivo de esta política es que el líder mundial del acero era capaz de controlar toda la producción desde el origen hasta la transformación final. El negativo, es que estas empresas dejaban mucho que desear en cuanto a la productividad e, incluso, en la seguridad laboral.
De hecho, esa era una de las críticas de los directivos de Arcelor, que encabezados por Guy Dollé, se oponían a ser comprados por Mittal. Incluso algunos, que hoy están a las órdenes del multimillonario con lujosa mansión en Londres, aseguraban en entrevistas -que han quedado inmortalizadas gracias a Internet- que Mittal Steel sólo quería comprar Arcelor por la caja que tenía, cifrada en esos momentos en 8.000 millones de euros.
Alarma exagerada, pero alarma
Quizá este aviso para navegantes era una alarma algo exagerada pero sí que era cierto que las plantas del nuevo gigante ArcelorMittal jugaban en dos divisiones diferentes y que hasta hace un año y medio, el grupo se ha dedicado a realizar una exagerada política de compras que ha supuesto un desembolso de más de 9.000 millones de euros, incluyendo deuda, en 2007. Eso deben pensar ahora en Asturias, donde se parará uno de los dos altos hornos de Gijón. No se puede obviar que la demanda ha caído más de un 40 por ciento, pero las instalaciones del Principado son de las mejores del grupo.
Durante el último año se ha venido avisando del inminente riesgo. Y, sobre todo, se ha echado buena parte de la culpa de la falta de competitividad de las plantas españolas al nuevo régimen tarifario de la energía eléctrica, tras eliminar las ventajas que tenía la gran industria consumidora.
Es cierto que en parte ésta es una de las razones que han condenado a parar el horno de Gijón, pero el argumento pierde bastante fuerza cuando se compara la situación española con la de los vecinos franceses. Allí, las tarifas eléctricas son mucho más competitivas que las españolas, entre otras cosas porque tienen energía nuclear mucho más barata. Pero no han evitado que el drástico recorte que ha venido aplicando ArcelorMittal durante el último año haya afectado a cuatro de los siete altos hornos con los que cuenta en tierras francesas.
"Es imposible comparar la productividad de una planta brasileña heredada de la antigua Arcelor con la menor eficiencia de instalaciones situadas en Ucrania y Kazajistán", defiende un experto del sector. Y es que la reconversión siderúrgica todavía no ha llegado a los países del Este.
No todo es malo
Pero Lakshmi Mittal no lo ha hecho todo mal en esta crisis. Nadie niega que la compañía ha ido quemando todos los cartuchos que tenía a su alcance (no renovar a trabajadores temporales, reducir subcontratas) antes de poner en marcha los tan temidos expedientes de regulación de empleo.
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