Empresas y finanzas

El mundo se rifa las mentes prodigiosas

Un estudio vincula el crecimiento económico a la capacidad de atraer inmigrantes con estudios universitarios y urge a Europa a entrar en la guerra por ellos, frente a EEUU, Cánada, Australia y Suiza

¿Cómo gestionar el fenómeno de la inmigración? La pregunta está retornando a toda la Unión Europea, entre temores de dumping social y pérdida de puestos de trabajo en economías ya afligidas por altas tasas de paro y por una alarma difusa sobre la erosión del modelo de desarrollo y de sociedad. Y no hablemos del fantasma del choque de civilizaciones en la propia casa.

Una Unión que se parapeta tras las vallas nacionales, mostrando una persistente alergia a la adopción de una política realmente común frente a un fenómeno incontenible como es la inmigración, uno de los muchos hijos de la globalización que avanza imparable por doquier.

Inmigración cualificada
El dilema continúa y las respuestas al intento de controlarlo siguen siendo tímidas, inseguras y, a menudo, confusas. Al menos hay un sector en el que parece no haber problemas.

El de la inmigración altamente cualificada. A esta inmigración, Europa no sólo debería abrirle las puertas lo más pronto posible, sino que debería lanzarse a la batalla por la búsqueda de cerebros, armada con todos los incentivos necesarios para atraer al mayor número posible de ellos.

Sólo por este camino puede realmente confiar en recuperar la competitividad y convertirse en una economía fuerte y dinámica en alas del conocimiento. Este mensaje se proclama, alto y fuerte, en las conclusiones de un estudio presentado en Bruselas por Bruegel, el think tank presidido por Mario Monti. Su autor, Jacob von Weizsäcker.

El estudio asegura que, hasta ahora, la Unión ha invertido poco y mal en la inmigración, y es derrotada ampliamente en este campo por Estados Unidos, pero también por otros países como Suiza, Canadá y Australia, los tres magníficos que hoy disponen de una reserva de talentos extranjeros educados en sus países, gracias a una política perspicaz que sabe conjugar el binomio de los inmigrantes y la educación. Y, por lo tanto, su integración.

Las cifras así lo dicen. Los extranjeros licenciados en Australia alcanzan el 10 por ciento de la población del país. En Canadá, el 7,3 por ciento, en Suiza, el 5,3 por ciento. Sigue, a cierta distancia, Estados Unidos con el 3,2 por ciento.

Excluidas Gran Bretaña y Suecia, con el 2,9, por ciento respectivamente, los grandes países de la Unión presentan porcentajes mucho más bajos: 1,9 por ciento en Alemania, 1,8 por ciento en Francia, 1,2 por ciento en España. Italia ni siquiera aparece en las estadísticas por ser un país de inmigración muy reciente.

Gran Bretaña, a la cabeza
El país de la Unión que mejor ha sabido incentivar el crecimiento de sus propios cerebros, pero sobre todo de los extranjeros, fue Gran Bretaña, que cuenta con el 8,3 por ciento de inmigrantes respecto a la población del país. De ellos, el 34,8 por ciento son licenciados, frente al 20,1 por ciento de licenciados británicos.

También en Francia es mayor el porcentaje de los extranjeros licenciados respecto al de los franceses, pero la horquilla entre los dos grupos es mucho más reducida: 18,1 frente al 16,9 por ciento. En Alemania, la proporción se invierte: 15,5 por ciento de inmigrantes frente al 19,5 por ciento de alemanes. En los tres modelos de mayor éxito (el australiano, el canadiense y el suizo), el porcentaje de licenciados extranjeros supera habitualmente al de los nativos.

Hay que mirar más el mercado laboral
¿Qué pueden hacer los que hoy no disponen de estos viveros de cerebros para paliar el retraso que tienen respecto a los países más punteros? Pues tener mucho más en cuenta el mercado laboral que los rodea, responde el estudio.

Alrededor de Europa, tanto por el este como por el sur, hay una reserva de 500 millones de estudiantes universitarios. En los últimos 15 años, su número ha aumentado considerable y rápidamente. Y de una forma desmesurada (en un 156 por ciento) en las 10 economías más pobladas del mundo, que ahora tienen a su disposición más licenciados que Estados Unidos y la Europa ampliada juntos.

Hoy, en la vieja Europa, los estudiantes universitarios son el 3,6 por ciento de la población y mucho menos del 4,5 por ciento en la nueva Europa. En Rusia, son el 5,7 por ciento, un porcentaje idéntico al de Estados Unidos. En las ex repúblicas soviéticas el porcentaje ronda el 4,2 por ciento. Entre los candidatos al ingreso en la UE, Turquía se encuentra en el 2,7 por ciento, pero su porcentaje está creciendo a marchas forzadas. El problema consiste en conseguir atraer a estos cerebros que se ofertan en un mercado global, donde la convergencia de las tasas de educación universitaria aumenta más rápidamente que las rentas.

Europa quiere seducir a los jóvenes
La propuesta de Bruegel es muy concreta. Si lo quiere, Europa tiene las cartas suficientes en la mano para seducir a los jóvenes. Por ejemplo, introduciendo una Tarjeta Azul, que ofrezca acceso inmediato a todo el mercado laboral de la UE y no sólo a uno de sus 25 Estados miembros. Sólo de esta forma podría competir con Estados Unidos y Canadá en la guerra por la búsqueda de talentos.

Europa podría incluso inventarse un sistema especial de licenciaturas para atraer estudiantes a las universidades europeas, buscándolos en las 100 mejores universidades extraeuropeas. También podría ofrecer un "salario mínimo" para favorecer la movilidad. En definitiva, según el estudio, Europa debería optar por una o por todas estas propuestas, porque no puede perder más tiempo.

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