Agua y medioambiente

Dutch Windwheel: un icono 'renovable' que recuerda a un casino de Las Vegas

  • Un proyecto muy 'holandés' que navega entre la ecología y el espectáculo
Imagen: Dutch Windwheel Corporation

Holanda es el motor de la arquitectura contemporánea europea desde hace más de dos décadas. Ni siquiera hay que poner un pie en los Países Bajos para comprobarlo, basta con leer un libro sobre arquitectura reciente u hojear cualquier revista o web especializada.

Aunque no debemos olvidar a pioneros como Aldo van Eyck o Piet Blom, que definieron el estructuralismo de los años 60 y 70, lo que hizo despegar las turbinas de la arquitectura holandesa fue posiblemente la explosiva aparición de Rem Koolhaas a finales de los 80. Una revolución desde todos los frentes, un dinamitado intelectual, cultural y también formal de la disciplina.

A partir de ese empuje, las firmas holandesas de arquitectura han producido algunas de las reflexiones más interesantes y también más influyentes de la profesión. Desde las obras mayores del propio Koolhaas y su estudio OMA, como el proyecto para la Bibliothèque nationale de France en París o la Casa de Música en Oporto, hasta las bulbosas estructuras de Lars Spuybroek, pasando por los espacios entrelazados de la Casa Möbius de Ben van Berkel o las cajas colgadas del WoZoCo y los techos curvos y multicolores del Markthal, ambos obra del estudio MVRDV.

Como con casi todo, este abrazo entusiasta a la investigación y a la creatividad arquitectónica no tiene una explicación única y aislada, pero es divertido pensar que los responsables fueron los nazis. Y me explico, los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial golpearon con tal virulencia el país que la mayoría de las ciudades holandesas vieron como parte de sus cascos antiguos y edificios históricos quedaban completamente destruidos. En el caso de Róterdam, la meticulosidad salvaje de la Wehrmacht convirtió la práctica totalidad de la urbe en un páramo de escombros junto al Mar del Norte.

No es de extrañar pues que, ante la imposibilidad de recuperar el pasado, las autoridades neerlandesas decidiesen mirar con orgullo al futuro. Había que reconstruir, literalmente, el país. Y había que hacerlo desde todos los ámbitos; desde las carreteras, las comunicaciones fluviales y los propios edificios hasta las infraestructuras energéticas. Tras la guerra, Holanda se enfrentó al resto de su existencia como la haría un paciente que acaba de superar un cáncer. Holanda hizo bandera de lo nuevo porque Holanda solo podía ser nueva.

El molino holandés, revisitado

Setenta años después, el país de los tulipanes sigue respirando ese espíritu de la creatividad arquitectónica pero, sin embargo, su producción de energía renovable aún está por debajo de la media de la Unión Europea. Lo cual hace un flaco favor a otro de sus símbolos: los molinos. El pasado mes de junio se presentó en Róterdam un proyecto que intenta recuperar ese icono holandés pero bajo una perspectiva distinta y decididamente innovadora. Lo llaman Dutch Windwheel, la Rueda de Viento Holandesa.

Se trata de un edificio de compuesto por dos circunferencias, dos afilados toroides prismáticos que se apoyan uno sobre el otro, erguidos hasta alcanzar una altura de 174 metros sobre el canal de Róterdam. La forma propuesta por los arquitectos locales Duzan Doepel y Eline Strijkers es inequívoca y naíf, de una ingenuidad casi gestual, como corresponde a un proyecto que está en fase casi embrionaria.

Sin embargo, el proyecto tiene una ambición no solo urbana o nacional, sino incluso planetaria. Impulsada por la oficina BLOC y la constructora Meysters, y con el apoyo ?al menos conceptual- del ayuntamiento de Róterdam, esta Rueda del Viento se propone albergar un programa mixto residencial, comercial y hotelero en su anillo interior, mientras que el exterior funcionaría como una colosal noria.

Cuarenta cabinas que circularán por todo la rueda externa, desde la cúspide hasta la parte submarina del edificio. Una atracción turística que, posando sobre el agua su enorme tamaño y pregnancia formal, se convertiría en nuevo emblema de una ciudad que no tiene un símbolo reconocible para el país ni para el mundo.

Entre lo naif y lo megalómano

Sí, la Dutch Windwheel es un artefacto peculiar, entre lo naíf y lo megalómano. Parece lógico que durante la presentación y posterior conferencia de prensa, algunos de los responsables de BLOC afirmasen que, pese a que el proyecto nace desde la propia idiosincrasia holandesa, estaban recibiendo ofertas de inversores de Dubai o Las Vegas.

Quizá las 160 habitaciones de hotel, los 72 apartamentos y el restaurante panorámico de 1050 m2 situado en la parte más alta del anillo interior tengan más que ver con el ruido y la furia lumínica de las fachadas de Nevada. Puede que sean los canales del Golfo Pérsico el lugar más adecuado para levantar una mastodóntica noria cuyas paredes de vidrio incorporen sistemas de realidad aumentada.

Se diría que esta versión hipertrofiada y anabólica de la arquitectura del espectáculo debería pertenecer por derecho a regiones del globo turística y económicamente anabolizadas e hipertróficas, en lugar de a una ciudad industrial en el norte de Europa. Y probablemente se trate de eso. De que los impulsores de la Dutch Windwheel quieren ofrecer una cara distinta de Róterdam, una que la aleje de depresiones pasadas y de perfiles secundarios siempre a la sombra de Ámsterdam, y que la coloque como referente turístico mundial.

El viento

Pero quizás lo más peculiar y también lo más interesante de la Rueda del Viento tenga que ver precisamente con la segunda parte de su nombre: el viento. Los creadores del proyecto sostienen que el edificio no será sostenible únicamente gracias a medios más o menos tradicionales como el reciclaje del agua o los sistemas de paneles solares que cubrirán sus fachadas, sino que incluyen una solución revolucionaria ?esta vez sí- para generar energía eléctrica.

Porque construcciones descomunales, atracciones turísticas urbanas y edificios de silueta inconfundible los encontramos en el skyline de cada capital occidental; desde la Torre Eiffel hasta el London Eye o incluso el Faro de Moncloa. Pero ninguno usa como anzuelo inversor la innovación más avanzada en materia de energías renovables.

En cambio, la Dutch Windwheel pretende incorporar un gigantesco mecanismo de aprovechamiento del viento por electricidad estática. Recibe el nombre de EWICON (Electrostatic WInd energy CONverter) y no requiere ni aspas ni turbinas. El sistema funciona gracias a la diferencia de potencial que se crea cuando una mínima partícula de agua cargada es desplazada de su posición inicial mediante la fuerza del viento.

Al no haber partes móviles mecánicas de ningún tipo, el método reduce el coste de conservación, además de no generar ruido ni sombras en movimiento. El problema es que el EWICON, desarrollado en colaboración con la Universidad Tecnológica de Delft y el Centro de Investigación de Wageningen, apenas ha conseguido construir maquetas de un par de metros cuadrados aprovechables, mientras que en la Rueda del Viento pretenden cubrir todo el círculo interior.

Más de 8.000 metros cuadrados de entramado de tubos metálicos que producirían vapor de agua a ritmo constante. Una bruma electrostática flotando alrededor del edificio como una nube perenne, amable y domesticada.

Un proyecto por hacer

El proyecto está aún en procesos preliminares, en busca de inversores tanto holandeses como de cualquier parte del planeta. De hecho, durante la conferencia de prensa, los responsables afirmaron que hasta dentro de unos ocho años el perfil de la Dutch Windwheel no se levantaría sobre el canal.

A mi juicio, las perspectivas son demasiado optimistas, como también lo son los más de un millón y medio de visitantes anuales que prevén o que el edificio/atracción turística/artefacto generador de energía eólica ofrezca beneficios tan solo diez años después de su construcción.

Sin embargo, lo más relevante y lo que nos debería hacer reflexionar sobre cuál es el estado global de este tipo de arquitectura-espectáculo es que, para captar esos inversores necesarios, no incidieron tanto en la posible ganancia económica sino en la innovación tecnológica y la ecosostenibilidad.

No sabría decir si se trata de un posicionamiento demasiado ingenuo o una manera de camuflar otros intereses más palpables e inmediatos, pero es verdaderamente notable que un edificio así, naíf y megalómano, a medio camino entre el icono urbano y el parque temático, se venda apelando al futuro de la producción energética renovable.

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