Cada verano las llamas de los incendios forestales se cuelan en el corazón de nuestro salón a través de la televisión. La atención informativa se centra en el drama de los grandes incendios forestales, en la espectacularidad de las llamas sobre el fondo negro de una noche de verano, en el disgusto y la incomprensión de los vecinos que ven cómo arde su monte, en ocasiones sus casas y casi siempre su forma de vida. Más noticias en la revista gratuita elEconomista Agro
Pero el verano pasa y la atención informativa se desplaza al tablero permanente de la disputa política, a otros paisajes nacionales e internacionales. Los bosques se olvidan y el rastro que dejaron los incendios sólo lo siguen las personas más próximas a ellos, conscientes de lo que perdieron, resignados a ver cenizas durante mucho tiempo.
Al igual que desaparece la atención informativa lo hace también la política o administrativa. La mayor parte de los terrenos quemados no tendrá ningún plan de regeneración por parte de las administraciones competentes. Los dueños privados, por su parte, sin rentabilidad económica y cargados de gastos por su mantenimiento, dejarán que el bosque se recupere solo, si es que lo hace algún día.
Pero es que la recuperación de un bosque, intervenido y humanizado desde hace miles de años como es el de la Península Ibérica, no es tan sencilla como dejar que la Naturaleza haga su supuesto trabajo y colonice de nuevo los terrenos que un día fueron suyos. En la inmensa mayoría de los casos esa naturaleza intervenida necesita de la mano del hombre para recuperarse con la calidad y cantidad que necesitamos y en el tiempo que deseamos.
El proceso es muy sencillo. Dos tipos de plantas, con estrategias diferentes, se disputan el terreno: las germinadoras y las rebrotadoras. En el caso de las germinadoras se establece una fuerte disputa, una carrera contrarreloj por ganar terreno, por colonizar el suelo. Las primeras en llegar suelen ser las semillas de los pastos y de los matorrales, antes que las de los árboles. Y esos pastos y matorrales serán los principales enemigos para que los árboles vuelvan a ser el máximo exponente de la calidad del bosque porque impedirán que sus semillas alcancen el suelo y germinen.
Trabajos de recuperación
Pero esta magnífica capacidad regeneradora de la naturaleza hace imprescindible que los trabajos de recuperación de los terrenos quemados comiencen lo antes posible y no se retrasen hasta la primavera, cuando las jóvenes plantas son más delicadas y es muy fácil que cualquier extracción de madera o trabajo en el monte acabe con su regeneración natural.
Las razones por las que es imprescindible realizar trabajos de recuperación del bosque quemado son muchas, porque cada vez que perdemos un bosque maduro perdemos una gran cantidad y calidad de recursos naturales que son el sustento de nuestra propia vida. Perdemos la capacidad de retención y regulación de agua, perdemos un suelo fértil que, quemado y sin la vegetación que lo proteja, se erosiona con las primeras lluvias; perdemos productos naturales, ecológicos y renovables como madera, frutos, setas, corcho, etc; perdemos cultura al desaparecer usos y costumbres, perdemos en ocasiones población rural que vive del monte y perdemos la mayor fábrica de oxígeno natural y la mejor planta natural de fijación de carbono del planeta. Perdemos, por qué no decirlo, simple y llanamente dinero.
Así que, es obligatorio atender a las necesidades del bosque para su recuperación en función de las circunstancias sociales, económicas y ecológicas que concurran en cada caso.
Visión a 30 o 40 años
¿Cómo debe hacerse la recuperación de un terreno quemado? Lo primero es plantearnos objetivos a largo plazo: qué clase de bosque y con qué funciones queremos tener allí en 30 ó 40 años.
Desde el punto de vista técnico hay que examinar el tipo de bosque y la vegetación que teníamos antes y establecer las distintas estrategias de ayuda a la regeneración natural. Las semillas del propio bosque son las mejores para su recuperación natural y nosotros somos una ayuda para que esa regeneración tenga éxito.
Desde el punto de vista económico es evidente que deberíamos cortar la madera quemada por dos motivos: para invertir en los trabajos de recuperación del monte con el dinero obtenido y para evitar la propagación de plagas y enfermedades en los bosques cercanos, ya que los árboles dañados por el fuego son más débiles y los más expuestos a insectos y parásitos que pueden convertirse en una plaga que cause más daño que el propio fuego. Dada la necesidad de urgencia en las labores de recuperación, resultan inseparables las actividades de aprovechamiento -obtención de materias primas- de las de mejora -favorecimiento de la regeneración-. Cuando se trata de un monte público, es conveniente que ambas actividades se financien conjuntamente, con la posibilidad de hacerse con cargo a los presupuestos del año siguiente. Y parece lógico pedir que si se trata de un propietario privado se le facilite, por parte de la Administración Pública, los trámites necesarios para que pueda invertir en la regeneración del monte.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones sucede todo lo contrario y los trámites burocráticos de la propia Administración Pública dificultan la urgencia de las actuaciones y la inversión en la ayuda a la regeneración natural.
Invertir en la recuperación de un terreno quemado es invertir en calidad de vida para los ciudadanos, en empleo directo, en la recuperación de nuestro patrimonio natural, social y económico. No hacerlo por dificultad administrativa o dejadez política es una grave irresponsabilidad que todos pagamos.
Pilar Avizanda, decana del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales y Graduados en Ingeniería Forestal y del Medio Natural