A veces me preguntan por qué dedico mis esfuerzos a las mujeres privilegiadas. Por qué me preocupan las directivas y ya no digamos las consejeras. Es una pregunta bastante lógica, si se tiene en cuenta el panorama de los derechos femeninos en el mundo, sus avances, sus terribles retrocesos, la persistencia de la violencia, tal vez incrementada por su posible uso propagandístico.
¿Serían menos brutales algunos extremistas si no supieran que sus actos -secuestrando niñas, por ejemplo- multiplicarán el terror por medio de las imágenes difundidas por las redes? Tal vez no, pero les compensa dedicar tiempo a rodar vídeos venenosos y a difundir atrocidades con los que obtienen réditos repugnantes.
Dentro de un mes, del 9 al 20 de marzo, se reunirá la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer en Nueva York, en la sede de la ONU. La Comisión examinará los progresos logrados en el desarrollo de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, veinte años después de su adopción en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995 que se celebró en China. Utilizaré alguna anécdota de aquellos días para contestar al reproche implícito en la pregunta sobre las privilegiadas.
Una querida amiga, consultora de Naciones Unidas, que por desgracia ya falleció, estuvo trabajando activamente en la Conferencia de Pekín. Ambas formábamos entonces parte de la misma asociación de mujeres. Un día, durante un taller en el que se abordaban temas sobre discriminación laboral y de otro tipo en Europa -y en Occidente en general- reparó en la mirada de una africana joven y muy interesante. Mi amiga, de pronto, se avergonzó de lo que estaba defendiendo. "Me siento mal -les dijo a todas, pero dirigiéndose a la africana- por estar hablando de unos temas que suenan terriblemente elitistas si consideremos las situaciones con las que os enfrentáis vosotras". "Pues no te sientas mal -le contestó la joven africana-. Cuanto más alcancéis en vuestras sociedades, más ambiciosas podremos ser nosotras y más en evidencia quedarán nuestras dificultades".
Entonces, la africana sacó una carta de su abuela. Era una carta escrita por un escribano, porque la anciana era analfabeta. Vivía en una aldea según las normas tradicionales. La abuela sabía lo que estaba haciendo su nieta y aunque no lo entendía muy bien ni se imaginaba dónde estaba Pekín, le escribía para darle ánimos. Ella había aceptado su suerte, pero era consciente de que su vida había sido injustamente difícil. Se había adaptado, y tal vez había sido feliz a su manera, pero se alegraba de que algún día las cosas pudieran cambiar y le enorgullecía que su nieta perteneciera a ese futuro esperanzador.
La causa de la mujer, por utilizar un término algo grandilocuente, es demasiado amplia y compleja para que nadie intente abordarla en bloque. La única forma de ser eficaz -de intentarlo al menos - es centrarse en aquello que está en el propio campo de visión y de especialización. ¿Cómo no voy a admirar y apoyar a quienes sacan a las niñas de las calles? ¿Cómo no voy a respaldar los programas que buscan empoderar a las campesinas dándoles acceso a tierras o a pequeños negocios? ¿Cómo no voy a pensar en la violencia física o psíquica que se ejerce contra mujeres lejanas, pero también de la puerta de al lado?
Sin embargo, hay que elegir un campo de batalla. En mi opinión, desarrollar una buena carrera directiva implica muchos condicionamientos anteriores. Implica la formación, implica la elección inteligente y sin barreras internas y externas de un camino, implica aprender a desarrollar una estrategia, implica responsabilizarse de una misma? Y eso también implica enfrentarse a los obstáculos que dificultan el que las mujeres, -más o menos la mitad de la población y más o menos la mitad de la fuerza laboral-, disfruten de unos derechos y posibilidades reconocidos por la legislación de los países occidentales, pero también en las grandes Cartas de organismos como las Naciones Unidas donde se sientan sin bochorno algunos países claramente incumplidores.
Hay privilegio cuando no te has ganado lo que tienes, o reclamas aquello a lo que no tienes derecho. Pero no lo hay en el caso contrario. Esas mujeres privilegiadas a las que yo me dirijo representan a menudo el éxito, la normalidad de lo que debería ser habitual, pero también son el exponente de una serie de disfunciones que se siguen dando en el seno de nuestra sociedad a día de hoy y que no les permiten alcanzar sus metas.
Resulta paradójico que en países de Asia haya más altas directivas que en Occidente. ¿Son sus empresas más abiertas? Puede. ¿Tienen más acceso al servicio doméstico abundante? Seguro. ¿Por qué entre nosotros no se suple con servicios comunitarios de diferente tipo la necesidad de atender a niños y dependientes? Si no hay respuesta, es la propia sociedad la que deja fuera de juego a mujeres muy valiosas y la que se empobrece humanamente, como vemos en la caída drástica de la natalidad. No es casualidad que las mujeres alcancen un cierto nivel directivo, pero no puedan dar el salto siguiente por razones a veces imputables a ellas -falta de estrategia-, pero también de carácter familiar.
Me dirijo, si, a las mujeres privilegiadas, a las que exijo siempre solidaridad en cualquier encuentro que tenga con ellas, al menos la solidaridad de reconocer las dificultades del camino y ponerlas sobre la mesa con el ánimo de que se resuelvan, de que las resolvamos entre todos.
Analizaremos el papel que salga de este próximo encuentro de la ONU. No sé muy bien qué esperar, porque afortunadamente hay luces en el horizonte, pero también sombras terribles.
Tribuna de Eva Levy, directora de la División Mujeres en Consejos de ExcellentSearch