
Las israelitas de IPSOS aseguran que CiU no sólo no ha conseguido la mayoría absoluta sino que habría perdido muchos escaños con relación a los 62 de que disponía tras las elecciones celebradas en 2010. La subida estrepitosa de la participación en ocho puntos anunciaba algo semejante: las dos veces que ha obtenido CiU mayoría absoluta lo ha hecho con baja participación. En 1992, con sólo el 54,87%. | Participación histórica: casi ocho puntos más | Las mejores fotos de la jornada | La independencia, en clave económica | 25-N: minuto a minuto |
El resultado para Artur Mas es tan malo que podría precipitar su dimisión de la presidencia de la Generalitat, que ahora deberá renegociar con dificultades añadidas. Después del planteamiento populista durante la campaña, después de achacar al Estado las marrullerías del destructivo informe secreto, después de fijar explícitamente la mayoría absoluta como objetivo, el revés que le ha causado el electorado -o sea la fidelidad de los suyos contrapesada por una gran movilización de los adversarios para pronunciarse en su contra- sólo tiene una interpretación posible: un no resonante al salto en el vacío independentista pronunciado por una mayoría silenciosa adversa al aventurerismo, por las gentes que no se manifestaron el Onze de Septembre o que sí lo hicieron pero para reivindicar otras cosas y no la independencia.
Si el nacionalismo ha actuado con demagogia populista hasta ahora, no hay razón para cambiar tras las elecciones. De ahí que previsiblemente Mas pase por las horcas caudinas de entenderse con Esquerra Republicana. CiU ha perdido terreno, se ha situado en una posición ridícula ya que sus líderes pretendían mejorar la posición anterior con el señuelo de la independencia, pero CiU más ERC suman evidentemente la mayoría absoluta. El ardid sólo tiene un problema: ERC es una formación radical en cierta medida antisistema (las decisiones se toman asambleariamente), y CiU no puede ir a Bruselas de la mano de un partido tan excéntrico.
CiU, que deberá buscar rápidamente un socio para gobernar y aprobar los presupuestos, tiene ante sí dos posibilidades: o regresar a la senda del sentido común y aplazar sus ansias soberanistas para enfrentarse de verdad con la crisis, o echarse definitivamente al monte. En este último caso, perderá el crédito que aún le resta y no sería impensable una escisión (UDC no puede ir mucho más allá sin perder pie).
Si, finalmente, la dirección de CiU decide aparcar el independentismo y ponerse a trabajar, el gobierno del Estado tiene que ser generoso: lo importante es recuperar la estabilidad autonómica, y ello requiere una reforma rápida del sistema de financiación y, a más largo plazo, una reforma constitucional para el cierre del modelo (llámese o no federalismo).
Junto a esta lectura directa, lo sucedido a la luz de las encuestas israelitas deja otro herido grave en la liza electoral: el PSC ha sacado el peor resultado de su historia. Es la consecuencia del descabellado tripartito y del debilísimo liderazgo de Navarro, al frente de una colosal desorientación ideológica. Sobre estas cenizas, otras personas deben reconstruir un partido socialista no nacionalista capaz de representar al centro izquierda en Cataluña.