Editoriales

El proceso de Bolonia y la Universidad española: ¿cuáles son sus supuestas "maldades"?

Una manifestación en protesta por el plan Bolonia. Foto: Archivo

Los más que frecuentes altercados en los campus universitarios con ocasión de la posible aplicación del proceso de Bolonia, dejan atónito al que los observa cuando éste tiene la ocurrencia de preguntar a un manifestante por qué se produce la disputa.

Hecha esa pregunta, se responde por el alumno enfadado con tópicos generales, falta de argumentos y simplezas de todo género, sin aportar ningún razonamiento, análisis ni respuesta más allá, insisto, de referirse a que se "recortan los derechos de los estudiantes".

Y cuando se pregunta a continuación cuáles son éstos, te responden que los actuales, por ejemplo, el "derecho de no asistir a clase", "el de que la enseñanza sea no presencial" "el de lograr becas sin tener en cuenta el expediente", "el de repetir indefinidamente", "el de eliminar la convocatoria en el último momento para que no compute".

Supuestas "maldades" de Bolonia

Son respuestas concretas que he obtenido recientemente cuando tuve la ingenuidad de preguntar sobre las supuestas maldades de la "Declaración de Bolonia".

Unidas, claro está, a genéricas invocaciones a que "la Universidad no se vende" -¿Pero quien la compraría?-, "no a la privatización" -¿Cuál?- "no al elitismo" -en Derecho, por ejemplo, se entra con un cinco raspado y que se sepa nadie tiene la menor intención de cambiarlo-.

En definitiva, que no se quieren abandonar posiciones que, examinadas las respuestas una por una, arrojan el resultado de una vida cómoda durante los años en que los presupuestos generales mantienen a miles de estudiantes sin apenas exigir nada en comparación desde luego con lo que les espera al instante siguiente en que acaben la Universidad.

Un panorama desolador

Pero un examen más detenido de la propia Declaración de Bolonia y del estado de nuestras Universidades públicas -y de momento no me pronuncio sobre las privadas, pero lo haré algún día- ofrece un panorama más bien desolador.

De entrada, la falta de medios es, simplemente, anormal. Contaré que en mi universidad no hay dinero para colocar unas estanterías en los despachos, son los propios profesores ayudados por los alumnos que se ofrecen, los que trasladan los muebles empujándolos, y puedes encontrarte sin un ordenador durante dos meses.

Por no hablar de las condiciones de higiene que, por ejemplo, las palomas colocan diariamente en los despachos sin remedio durante meses. Si añadimos que no hay dinero para comprar libros, el lector se irá haciendo una idea de las condiciones reales en las que explicamos.

Acerca de los profesores 'burócratas'

Los alumnos vienen a clase, realmente, en un porcentaje mínimo -prácticamente desconocen a todos los profesores, salvo cuando existe la idea de un aprobado shopping, esto es, que se corre la voz de que un determinado profesor exige poco al aprobar, en cuyo caso, se llena el aula para poder ser examinado precisamente ahí-.

En esta situación, la vocación inicial que algunos profesores tenían y que les llevó a dedicarse al Alma Mater está continuamente expuesta a degradación.

De manera que solamente los profesores burócratas, que también existen y quizás en proporción no pequeña, pueden mantener incólumes su rutina habitual.

¿Es ésta la situación en la que queremos seguir? Yo no he podido comprobar en la Declaración de Bolonia nada que tenga que ver con la tan temida privatización de la Universidad.

Ni tampoco con la desaparición de enseñanzas e investigaciones básicas que no respondan de inmediato al mercado.

Del resultado inicial de un examen, siquiera superficial, de lo que en Bolonia se acordó, más bien parece una apuesta por una enseñanza personalizada a través de medios informáticos hoy posibles, de atención cuidada -y por cierto muy mal pagada- a casos concretos, de tutorías efectivas -que implican sin duda que el alumno tiene que ir a clase y a tutorías- que existirá un seguimiento específico y con fuerte dimensión práctica.

Desde luego, que ir a clase deja de ser un mero capricho y que la evaluación mutua de profesorado y alumnado deja de ser meramente un pío deseo.

Bolonia necesita medios

Lo que este proceso de Bolonia necesita, por de pronto, son medios. Y profesorado de calidad, no meramente profesorado barato como hasta ahora -en la que la calidad- preparación de las clases, demostración de investigación, publicaciones, didáctica, innovación investigadora y en el método docente -la pone solamente la motivación propia y personal, pero sin reconocimiento real por parte de nadie-.

Y desde luego, los alumnos tendrán que irse preparando para que se den cuenta de que en la cómoda vida del despilfarro de los medios públicos, por muy progresista y del 68 sea la idea, se ha acabado de una vez.

Los políticos han ido estropeando lo más que han podido la Universidad.

Una ley tras otra, a cada cual peor rebajando las exigencias para pertenecer a los claustros, imponiendo planes de estudio continuados, demagógicamente componiendo los órganos de Gobierno al más puro estilo populista, en fin, jugando con la creación de decenas de Universidades en un proceso de expansión sin fin en unos momentos, además, de crisis demográfica, están dando la puntilla a una institución nueve veces centenaria en Europa.

Obliga a una reflexión

Por eso, si Bolonia pone un punto y aparte para obligar a una reflexión en la línea de las grandes Universidades -que no son Universidades grandes-, e impone un debate, me parece un acierto.

Pero claro, hay que leerse los papeles, fatigada tarea para la que no se ve muy dispuesto al movimiento que ocupa hoy las Universidades, que si bien sabe gritar, no parece que sepa argumentar.

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