El año pasado marcó un punto de inflexión para el sector financiero español. Por un lado, avanzó, junto al resto de la zona del euro, hacia la unión bancaria con la supervisión única, exhibiendo además solvencia en las pruebas de resistencia del BCE. Por otro, 2014 supuso el regreso al beneficio del negocio en España de las grandes entidades (el Santander, BBVA, Caixabank, Popular y Sabadell, a falta de los resultados de Bankia). Fueron 2.158 millones, una cifra que demuestra que algo está cambiando en nuestro país. En primer lugar, la página de los rescates puede darse por pasada. Su último coletazo fueron las aportaciones al Fondo de Garantía necesarias para comprar las preferentes de Novagalicia y CatalunyaCaixa, que terminaron de deslucir los balances en 2013.
Paralelamente, la mejoría económica propició el primer descenso de la morosidad de toda la crisis y, con él, un alivio del 22% en las provisiones. Sin duda, también contribuyó el ahorro en la retribución de los depósitos, en un contexto de tipos de interés casi anulados. Sin embargo, conviene moderar el optimismo. La Autoridad Bancaria Europea avisó el mes pasado de la persistencia de un "exceso de capacidad" que requiere aún ajustes.
Más importante todavía es el muy lento avance del negocio bancario por excelencia. Es cierto que se conceden nuevos créditos, pero el stock total avanza sólo en rúbricas muy localizadas, como la propia de las Administraciones. En cuanto a pymes y familias, las concesiones se limitan al cliente premium. La verdadera normalización de la actividad, por tanto, aún está pendiente. Es deseable que las entidades aprovechen la recuperación económica para asumir más riesgos, sin excesos, y llevarla a cabo.