A poco más de una semana de la primera reunión de política monetaria del BCE en 2015, continúan filtrándose detalles sobre el que puede ser el resultado más esperado de ese encuentro: un programa de compra masiva de activos públicos o quantitative easing. Sumando las informaciones de ayer y de la semana pasada, todo apunta a que se trata de una adquisición de títulos por valor de 500.000 millones del que se beneficiarán todos los países de la eurozona, en proporción al capital que aportan al eurobanco. No debe extrañar que el BCE se apreste a comprar 130.000 millones en bonos del país más saneado: Alemania.
La institución está obligada a ser equitativa en su acción y evitar las sospechas de que se desvía de su mandato. Estas últimas ya fueron despertadas por el programa de Operaciones Monetarias de Compraventa (OMT), creado en 2012 para evitar el colapso del euro, y han provocado un prolijo proceso sobre el que mañana se pronuncia el Tribunal de Justicia de la UE. Pero, además, sería equivocado minusvalorar la importancia de los 63.000 millones que se destinarán a España o de los 100.500 que corresponderán a Francia.
Las reacciones de los mercados a finales de diciembre demostraron que el verdadero problema no es Grecia, por hondas que sean las dudas que despiertan una posible reestructuración de deuda o una victoria electoral de Syriza. La amenaza radica en el estancamiento en que se hallan tanto Italia como Francia, o incluso en las sombras que se ciernen sobre el crecimiento alemán (una recesión prolongada en Rusia) o el español (caídas descontroladas de precios). El BCE no puede decepcionar otra vez en su respuesta a desafíos de esa magnitud.