Grecia afrontará la "aventura" que, según el primer ministro Antonis Samarás, suponen unas elecciones generales anticipadas. Es el propio Samarás quien la propició al embarcarse en un torpe doble juego. Por un lado, quería arrancarle concesiones a la troika, agitando el riesgo de unos comicios en los que Syriza (el Podemos griego) es favorito. Sembraba temores en el exterior, mientras se le rebelaba la oposición interior en la elección de jefe de Estado. El camino está allanado para que Syriza demuestre cuál es la fuerza real (probablemente menor de lo que reflejan los sondeos) del populismo heleno. Es razonable que el FMI suba la guardia y suspenda la negociación de la ayuda financiera que el país aún necesita, o que Berlín recuerde lo obvio: Atenas tiene todavía que cumplir con las contrapartidas del rescate financiero.
Ahora bien, lo que en los años en que ese auxilio se inició (2010-2012) habría sido un desastre, no pasa hoy de ser un signo de una nefasta táctica política. Lo demostraron las bolsas europeas corrigiendo sus caídas iniciales. Incluso Atenas aminoró su descenso del 12% a medio jornada al 3,4% con que cerró. Por su parte, el Ibex pasó de una mengua de casi el 2,5% a terminar con un retroceso del 0,86%. La zona euro posterior a julio de 2012, cuando Mario Draghi aseguró que el BCE haría lo necesario para salvarla, demuestra su solidez. El apuntalamiento llegó con el avance de los ajustes y reformas en los países que, por su tamaño, constituían el verdadero problema (Italia y, sobre todo, España). Precisamente Syriza se caracteriza por impugnar todas esas medidas, poniendo en un compromiso, ya no tanto los cimientos de la moneda única, sino su propio futuro.